La presencia de
enfermedad en el mundo es consecuencia del pecado de Adán. Dios le dijo: “maldita será la tierra por tu causa”
(Génesis 3:17). El pecado no entró porque el Maligno haya hecho presencia en
este planeta. Estrictamente hablando, “el
pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte” (Romanos
5:12). Veremos más adelante las reacciones de Dios y del diablo a esta
circunstancia.
La herencia en
Adán
Adán, cabeza de la raza
humana (Salmo 8:6), pecó contra Dios y por lo tanto rompió la unión que debería
haber existido entre la humanidad y su Creador. Si se hubiera mantenido la
creación en perfecta armonía con su Creador, esto habría sido de bendición
perpetua, o sea, perfecta salud e inmortalidad, entre otras cosas. Este fue el
propósito original de Dios para con la humanidad. La enfermedad es una de las
consecuencias de la maldición que vino por la separación causada por el pecado.
“Vuestros pecados han hecho separación
entre vosotros y vuestro Dios” (Isaías 59:2).
La enfermedad es
evidencia de la corrupción física que afecta a todo ser humano, con la clara
excepción del Señor Jesucristo. “Toda la
creación gime a una”, por estar sujetada a la esclavitud de corrupción
(Romanos 8:18-23). Los terremotos, los huracanes y las enfermedades son
ejemplos de los gemidos de un planeta enfermo que, lejos de gozar de lo que su
Creador tenía en mente, está convulsionado debido al pecado.
Cuando Adán y Eva
pecaron contra Dios en el huerto, en ese momento sucedieron, por lo menos, dos
cosas: espiritualmente quedaron separados de Dios (Génesis 3:7, 8) y
físicamente empezaron a morir. Dios le había hablado a Adán acerca del árbol de
la ciencia del bien y del mal, diciéndole: “el
día que de él comieres ciertamente morirás” (Génesis 2:17). Jerónimo, en su
versión Vulgata Latina de la
Biblia , traduce “morirás” del hebreo al latín de esta manera:
“morte morieris”. Nos hace entender
que realmente lo que Dios le dijo a Adán fue: “muerto, morirás”.
Así fue, una vez muerto
espiritualmente, moriría físicamente años después de haber comido del árbol
prohibido. El mismo día en que Adán comió, él murió “en delitos y pecados” (Efesios 2:1); y también se convirtió en un
ser mortal, o sea, empezó a morir por quedar sujeto a corrupción y enfermedad.
Dios decretó: “al polvo volverás”
(Génesis 3:19).
Aunque se nos haga
extraño, la muerte física es una evidencia más de la benevolencia de Dios para
con una raza caída. Dios impidió que Adán, ya sujeto a corrupción y enfermedad,
comiera también del árbol de la vida y así viviera para siempre (Génesis 3:22).
De haber sido así, el hombre habría vivido en corrupción inmortal. ¿Se imagina
una persona padeciendo de cáncer por millones de años? ¡No! “La creación fue sujetada a vanidad
(hecho temporal, o transitorio), no por
su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza” (Romanos
8:20). ¡Dios acortó esta vida pero ofrece la esperanza de una mejor vida!
He aprendido aquí en
Hermosillo que algunos predicadores ofrecen a sus feligreses la posibilidad de
vivir hasta los ciento veinte años, como premio de buen comportamiento. (O sea,
¡si diezman lo suficiente!) Si se van a remontar a tiempos antediluvianos, por
qué no mejor ofrecer el “paquete matusalénico”, que es de novecientos sesenta y
nueve años. O, de perdida, el enóico, que es de trescientos sesenta y cinco
años para el que camine con Dios por trescientos años. ¿Vivir hoy ciento veinte
años? ¡Qué absurdo! Necesitan aprender lo que dijo Moisés, catorce siglos antes
de Cristo, en Salmo 90: “Los días de
nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con
todo, su fortaleza es molestia trabajo, porque pronto pasan, y volamos”.
Basta con buscar en un Almanaque Mundial la edad promedio de habitantes
alrededor del mundo y se dará cuenta de cuán acertada es la Biblia , y cuán errados
están algunos “lobos evangélicos” que creen que todos nos chupamos el dedo.
Debido al pecado, Dios
limitó la estancia del hombre sobre esta tierra maldita, ofreciéndole la
salvación del pecado por medio de Cristo para que, al acabarse la vida aquí (o
al suceder el Rapto) uno goce, después de la resurrección de vida, de incorrupción
e inmortalidad en un cuerpo glorificado junto con Cristo por toda la eternidad.
Hay que tener claro que cuando Pablo escribió que “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23), no se refería a la
muerte física; así como la segunda parte del versículo tampoco se refiere a la
vida física. La paga del pecado será la muerte eterna en el lago de fuego.
Pablo predicó en Atenas que Dios a los
hombres “les ha prefijado el orden
de los tiempos y los límites de su habitación; para que busquen a Dios”
(Hechos 17:26). La brevedad de la vida pone en “calidad de urgencia” el asunto
de la salvación.
Los que hemos recibido
a Cristo como Salvador personal sabemos que “nuestra
ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor
Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra para que
sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Filipenses 3:20, 21). En este
pasaje vemos que seremos semejantes a Cristo físicamente, mientras que en 1
Juan 3:2 aprendemos que seremos moralmente semejantes a Él también.
Al considerar eventos futuros, quiero insertar aquí una nota en cuanto al
Milenio. En su venida en gloria, Cristo apresará a la Bestia y al Falso Profeta y
los lanzará, directamente desde la tierra, vivos al lago de fuego (Apocalipsis
19:20). Parece ser que los demonios activos sobre la tierra al final de la
tribulación serán apresados y enjaulados por mil años en las ruinas de la Babilonia destruida,
Apocalipsis 18:2. La palabra “guarida” en este versículo es una jaula, o
prisión. Apocalipsis 20:1-10 sí nos enseña claramente que mientras el reino
milenario de Cristo se lleva a cabo sobre esta tierra, el diablo estará todo
ese tiempo atado en el abismo.
Por mil años no habrá ninguna influencia satánica ni demoníaca sobre la
tierra. Sin embargo, todavía habrá enfermedad y muerte. Cristo juzgará con vara
de hierro y “matará al impío” (Isaías
11:4). “El niño morirá de cien años”
(Isaías 65:20). Es muy cierto también que para casos de enfermedad habrá “sanidad para las naciones” (Apocalipsis
22:2) y, por lo tanto, “la lengua de los
tartamudos hablará rápida y claramente” (Isaías 32:4), “los ojos de los ciegos serán abiertos”, y “los oídos de los sordos se abrirán y el cojo saltará como ciervo”
(Isaías 35:5, 6).
Una de las distinciones
entre el Milenio y el Estado Eterno es que en el Milenio aún habrá pecado sobre
la tierra, mientras que en el Estado Eterno no. Cuando el diablo suba a la
tierra una vez más, al final del Milenio, va a reunir a un enorme número de
personas que, aunque fingieron obediencia al Rey Justo, mostrarán la rebelión
que siempre había existido en sus corazones al apoyar un último ataque contra
Dios (Apocalipsis 20:9, 10). El Milenio comprueba que el problema principal del
hombre no es el ambiente en que vive, ni es el diablo tampoco, sino que es la
perversidad de su propio corazón. Bien dijo el profeta: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién
lo conocerá? (Jeremías 17:9).
Sin embargo, debo
aclarar que el diablo, en su imperio de
la muerte (Hebreos 2:14,15) se ha valido de la enfermedad y de la muerte
como armas para amedrentar a la raza humana. En un momento veremos más acerca
de su actividad en relación con la enfermedad.
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