miércoles, 4 de noviembre de 2015

El Mundo (Parte I)

“Salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor”. (2 Cor. 6:17).

         El versículo que encabeza esta página trata de un tema de suma importancia: la gran obligación que pesa sobre el creyente de separarse del mundo. Este tema requiere la máxima atención por parte de todos aquellos que profesan ser cristianos. En cualquier época de la Iglesia, el separarse del mundo ha constituido una de las evidencias más convincentes de que una obra de gracia ha tenido lugar en un corazón. Todo aquel que ha nacido realmente del Espíritu y ha sido hecho una nueva criatura en Cristo Jesús, se ha esforzado siempre en “salir del mundo” y en vivir una vida de separación. Aquellos que solamente son cristianos de nombre, se han negado siempre a “salir” y a apartarse del mundo.
Quizá nunca ha sido este tema de tanta actualidad como ahora. En todas partes se observa el deseo de hacer las cosas fáciles en la profesión cristiana, como si se pretendiera eliminar los ángulos y asperezas de la cruz y evitar, en lo posible, la abnegación. Personas que profesan ser cristianas nos exhortan a que no seamos tan cerrados y exclusivistas, ya que en realidad no hay nada malo en muchas de las cosas que los creyentes del pasado consideraban como malas para el alma. Según tales personas, al creyente le está permitido ir a cualquier sitio, hacer cualquier cosa, emplear el tiempo en lo que sea, leer cualquier libro, compartir cualquier compañía, y aun así, ser un buen cristiano; miles de personas piensan de esta manera. Es, pues, conveniente, creo yo, levantar una voz de aviso para exhortar a las gentes a que escuchen las enseñanzas de la Palabra de Dios y consideren la exhortación que se nos da en nuestro versículo.

I. El mundo constituye una gran amenaza para el alma.
Al usar la palabra mundo no me refiero al mundo material sobre el que vivimos y nos movemos. Sería absurdo y también un sin sentido, insinuar que cualquier cosa que Dios ha creado sea, de por sí, mala para el alma. Lo contrario es cierto: el sol, la luna, las estrellas, las montañas, los valles, las llanuras, los vegetales y animales, fueron creados “buenos en gran manera” (Génesis 1:31.) Toda la creación encierra y proclama diariamente el poder y la sabiduría de Dios. Aquella idea de que la materia es de por sí mala, es en realidad una loca herejía.
Con la palabra mundo me refiero a aquellos que solamente piensan y se preocupan de las cosas terrenas y descuidan la vida venidera; me refiero a aquellas personas que vuelcan su atención en las cosas de la tierra y no en las del cielo; que piensan más en lo que es pasajero que en lo que es eterno; que se ocupan más del cuerpo que del alma y de agradarse a sí mismas más que de agradar a Dios. Usando la palabra mundo me re fiero, pues, a su manera de ser, hábitos, costumbres, opiniones, prácticas, gustes, ideales, etcétera. Este es el mundo del cual San Pablo nos dice: “Salid y apartaos”. Y en este sentido, el mundo es un enemigo del alma. Escudriñemos lo que nos dicen las Sagradas Escrituras sobre el mundo.

San Pablo nos dice:
·        “No os conforméis a este siglo (mundo), sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento”. (Romanos 12:2).
·        “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios.” (I Corintios 2:12.)
·        “Cristo se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo (mundo) malo.” (Gálatas 1:4).
·        “En otro tiempo anduvisteis siguiendo la corriente de este mundo.” (Efesios 2:2).
·        “Demas me ha desamparado, amando este mundo.” (II Timoteo 4:10.)

Santiago nos dice:
·        “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y guardarse sin mancha del mundo.” (Santiago 1:17).
·        "¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.” (Santiago 4:4).

San Juan nos dice:
·        “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo se pasa y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” (I Juan 2:15  17).
·        “El mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.” (I Juan 3:1).
·        “Ellos son del mundo, por eso hablan del mundo y el mundo los oye”. (I Juan 4:5).
·        “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo.” (1 Juan 5:4).
·        “Sabemos que somos de Dios y el mundo entero está bajo el maligno.” (1 Juan 5:19).

El Señor Jesucristo nos dice:
·        “El afán de este siglo (mundo) y el engaño de las riquezas ahogan la palabra y la hacen infructuosa.” (Mateo 13:22).
·        “Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo.” (Juan 8:23.)
·        “El Espíritu de verdad, el cual el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce.” (Juan 14:17).
·        Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros”. (Juan 15:18.)
·        “Si fuerais del mundo, el mundo amaría a lo suyo, pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.” (Juan 15:19.)
·        “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido.” Juan (16:33).
·        “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.” (Juan 17:16.)
No es necesario que haga comentarios sobre estos versículos, pues hablan por sí mismos con suficiente claridad. Nadie puede leerlos con atención y dejar de percatarse de que el mundo constituye una amenaza para el alma y de que existe una oposición radical entre la amistad del mundo y la amistad de Cristo.
Dejemos ahora el testimonio de la Escritura y apelemos al testimonio de la experiencia. ¿No es cierto que lo que más echa a perder la causa del Evangelio es la influencia del mundo? Más que el pecado manifiesto o la incredulidad declarada, lo que lleva afrenta a Cristo en el amor al mundo, el temor del mundo, las preocupaciones del mundo, los negocios del mundo, el dinero del mundo, los placeres del mundo, el deseo de estar a buenas con el mundo, etc., que tan a menudo manifiestan los que profesan seguir al Salvador. Estos son los grandes obstáculos contra los cuales se ha estrellado y naufragado la vida espiritual de tamos jóvenes.
Estos no tienen ninguna objeción en contra de las doctrinas de la fe cristiana, ni escogen lo malo de una manera deliberada; tampoco se rebelan abiertamente contra Dios ni se oponen a una profesión religiosa; y de alguna manera esperan entrar en el cielo. Sin embargo, no pueden abandonar su ídolo; el mundo. En su temprana edad corrieron bien por los senderos que conducen a la gloria, pero al alcanzar los años pletóricos de la juventud, encauzaron sus vidas por el amplio sendero que conduce a la destrucción. Empezaron con Moisés y Abraham, pero terminaron con Demas y con la mujer de Lot.
El gran día del Juicio Final revelará cuantas almas se perdieron a causa del mundo; entonces se descubrirá la triste suerte de miles y miles de hombres y mujeres que, después de haber sido educados en hogares cristianos y haber conocido el Evangelio desde la infancia, jamás llegaron a las puertas del cielo. Zarparon del puerto del hogar con rumbo esperanzador y se embarcaron en el océano de la vida con la bendición paterna y las oraciones de la madre, pero por la seducción del mundo, se desviaron del rumbo y terminaron su viaje en aguas de la miseria y de la trivialidad. Es en verdad una historia triste de referir, pero por desgracia, ¡es tan común! No me extraña, pues, la exhortación del apóstol, “Salid y separaos”.

El Contendor por la Fe (3) Mayo-Junio,  1970

(Continuará)

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