martes, 2 de febrero de 2016

LA PRIMERA EPÍSTOLA DE JUAN (Parte II)

Capítulo 1: Vida y Comunión (Continuación)


(c) El Dios con Quien podemos tener comunión (1:5 - 2: 2)

(Versículo 5). Que se haya hecho posible para un hombre, que una vez era pecador en sus pecados, tener comunión con Personas divinas es una verdad maravillosa, y de inmediato hace surgir la pregunta, ¿Quién es el Dios con Quien hemos sido traídos a tener comunión?
El apóstol nos dice que el Único en Quien ha sido manifestada la vida eterna en toda su perfección es también el Único en Quien Dios ha sido perfectamente dado a conocer -el Dios con Quien esa vida nos lleva a tener comunión. De esta manera él puede escribir, "Y este es el mensaje que hemos oído de él y os lo anunciamos: Que Dios es luz, y no hay en él ningunas tinieblas." (v.5 - VM). Los apóstoles, mientras contemplaban a Cristo, veían la perfecta revelación de todo lo que Dios es. Ellos vieron la perfecta pureza de Cristo, y comprendieron que Dios es luz - santidad absoluta. Ellos vieron el perfecto amor de Cristo, y comprendieron que Dios es amor. Estas son las grandes verdades que el apóstol enfatiza en el curso de la Epístola - Dios es luz y Dios es amor (1 Juan 4:8). La vida, la luz y el amor han sido perfectamente manifestados en Cristo.

(Versículo 6). Pero la verdad en cuanto a Dios enseguida llega a ser una prueba de la realidad de nuestra profesión. Si Dios es luz, se deduce que, si decimos que tenemos comunión con Él, y andamos en un camino que prueba que estamos en total ignorancia de Dios, profesamos aquello que es completamente falso.

(Versículo 7). En los días del Antiguo Testamento, Dios moraba en densas tinieblas. Algunos atributos de Dios fueron revelados, pero Su naturaleza aún no había sido dada a conocer. La plena revelación de Dios esperaba la venida de Cristo. Nadie sino una Persona divina podía revelar una Persona divina. Así, cuando Cristo se hizo carne, leemos, "el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer." (Juan 1:18). No sólo es verdad que "Dios es luz", sino que a través de la plena revelación de Dios en Cristo, Él también "está en luz." Más aún, los Cristianos, teniendo la plena revelación de Dios en Cristo, han sido llamados de las tinieblas y la ignorancia de Dios a su luz admirable. El privilegio de ellos ahora es andar en la luz de Dios plenamente revelado. Los resultados prácticos de andar la luz se dan a continuación:
En primer lugar, tenemos comunión unos con otros. En la vida cotidiana aquí, tenemos intereses separados y egoístas, pero "en luz" de la plena revelación de Dios, tenemos intereses y gozos comunes. Entramos a una comunión en el conocimiento de Personas divinas, marcada por vida y luz y amor. Esta comunión permanece verdadera para nosotros a pesar de todo el fracaso en la Iglesia en la responsabilidad. El tiempo no puede tocarla y la muerte no la arrebatará de nosotros. El día de Pentecostés dio una brillante ilustración de esta comunión. Jerusalén estaba en tinieblas, pero en ese día tres mil almas vinieron a la luz de Dios revelada en Cristo. Ellos hablaron en otras lenguas y venían de "todas las naciones bajo el cielo", pero de inmediato se encontraron en una comunión entre ellos, ya que leemos que ellos "perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros." (Hechos 2:42)
En segundo lugar, estando en luz conocemos la eficacia infinita de la sangre de Jesucristo Su Hijo que nos limpia de todo pecado, y así nos hace perfectamente aptos para la luz. Sería espantoso para un pecador entrar a la luz de Dios plenamente revelado si no hubiera limpieza de sus pecados. Pero el Único que ha dado a conocer plenamente a Dios ha muerto para hacernos completamente aptos para la presencia de Dios así revelado.

(Versículos 8-10). En tercer lugar, en la luz hay una completa exposición de todo lo que somos. Tenemos pecado en nosotros y hemos cometido pecados. Si decimos que hemos llegado a una perfección sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y probamos que la verdad no está en nosotros, ya que el pecado está aún en nosotros. Si decimos que nunca pecamos, no solamente nos engañamos a nosotros mismos sino que hacemos a Dios mentiroso, "pues que en muchas cosas todos tropezamos." (Santiago 3:2 - Versión Moderna). No obstante, en los modos gubernamentales de Dios para con Sus hijos, "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados."  No se nos dice que pidamos perdón, sino, como hijos, que confesemos los pecados que necesitan perdón. Nosotros reconocemos nuestros pecados al Padre, y Él no sólo perdona los pecados sino que nos limpia de las contaminantes influencias de los pecados.

(1 Juan 2: 1, 2). En cuarto lugar, el perdón de los pecados del creyente es hecho posible a través de la abogacía del Señor Jesús. Como el pecado está en nosotros, y podemos pecar, Dios ha hecho una rica provisión para mantenernos en comunión. No obstante, estas cosas han sido escritas para nosotros de forma que podamos ser guardados de pecar. El hijo que desobedece al padre no deja de ser hijo; y si nosotros pecamos, nuestras relaciones como hijos con el Padre permanecen, aunque nuestra comunión con el Padre es impedida. Para que el pecado pueda ser juzgado y confesado, y que la comunión pueda ser restaurada, el Señor Jesús actúa como nuestro Abogado -Uno que representa y se encarga perfectamente de nuestra causa delante del Padre.
          Esta abogacía está fundamentada en la inmutable eficacia de la obra propiciatoria de Cristo. Él se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios, y en vista de todo lo que Cristo es y ha hecho, no sólo por el Judío sino por todo el mundo, Dios puede proclamar el perdón para todos y justificar a aquellos que creen, trayéndolos a una relación con Él mismo como Padre, la cual no puede ser alterada por ningún fracaso de parte del creyente. Pero, en esa posición como hijos, si fracasamos, Jesucristo es nuestro abogado. El Señor ejerció Su abogacía a favor de Pedro incluso antes de que él hubiese fracasado. Él pudo decir a Pedro a la vista de su cercana negación, "yo he rogado por ti." El resultado de la abogacía del Señor es vista cuando Pedro es conducido al arrepentimiento y restauración.  Así el efecto de estar en la luz de la plena revelación de Dios en Cristo es traer a los creyentes a una comunión totalmente independiente de cosas terrenales, para manifestar la eficacia limpiadora de la sangre, para exponernos como teniendo el pecado en nosotros y estando propensos a pecar, y para revelar a Cristo como nuestro Abogado, Quien trata con nuestros fracasos para restaurarnos a la comunión.

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