martes, 2 de febrero de 2016

Escenas del Antiguo Testamento (Parte II)

Caín (Génesis 4.1 al 16)

Caín, el primer hijo de Adán y Eva, nació después de la expulsión fuera del Edén. La Escritura dice que “andando el tiempo, Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová”.
Caín fue un religioso, pero un religioso a su manera, un religioso impío. Quiso adorar a Dios según su modo de pensar. Trajo como ofrenda el fruto de la tierra, el esfuerzo de sus manos. Caín pensó: “¿Qué más agradable a Dios que aquello que ha producido la constante y afanosa labor de mis manos?” Pero los pensamientos del hombre no son los pensamientos de Dios, Isaías 55.8. Caín inauguró una religión, que en las Escrituras se llama “el camino de Caín”, y que cuenta con millares de adherentes que pretenden justificarse delante de Dios por medio de sus “buenas obras”, olvidando que está escrito que Dios “no es honrado con manos de hombres, como si necesitase de algo”, Hechos 17.25, y que “la obediencia es mejor que el sacrificio” y el conocimiento de Dios más que los holocaustos”.
Caín, viendo que su ofrenda no fue agradable a Dios, la de Abel si, en vez de seguir el ejemplo de éste, “ensañóse en gran manera y decayó su semblante”, y estando en el campo, [probablemente después de una discusión] se levantó contra su hermano y le mató.
La intolerancia y el fanatismo son autos de la religión de Caín, y de éstos al crimen no hay sino un paso. Caín fue el primer religioso asesino: un fratricida.
Cuando el “camino de Caín” se hizo popular, la nación de Israel llegó a ser también fratricida, dando muerte a su Señor y Salvador. “Quita, Quita, crucifícale”, fue el grito del pueblo. Y más adelante, cuando el “camino de Caín” vino a ser la religión universal, católica, el llamado Santo Tribunal de la Inquisición, por medio del potro, la rueda, la hoguera y otros mil tormentos infernales, dio muerte a millares de millares de hombres y mujeres cuyo único crimen era querer adorar a Dios de acuerdo con su Palabra. Desde entonces reyes, presidentes, hombres de estado y ciudadanos necesarios al mundo, han caído bajo la mano criminal de religiosos como Caín.
Y, ¿qué es lo que detie­ne la mano de los fanáticos de nuestro tiempo? ¿Será acaso que ellos reprueban los hechos de sus correligionarios de aquellos tiempos? o ¿que sus ideas con respecto a los “herejes” han cambia­do? No, nada de eso; Roma es la misma. Ella aprueba o encubre las matan­zas pasadas, y si ahora no funciona el potro, la rueda no gira y las hogue­ras no arden, se debe a que frente al fanatismo e intolerancia de Roma, Dios ha levantado una muralla de gobiernos liberales, que amparan al ciudadano y le permiten vivir en conformidad con sus convicciones.
Caín pretendió ocultar su crimen. ¾¡Cuántos lo han hecho después de él! ¾ Añadiendo así pecado a pecado, y cuando fue descubierto no mostró señal alguna de arrepentimiento, sino que desconfió de la misericordia de Dios, huyó de su presencia, llegando el indeleble estigma: ¡Fratricida! “¡Ay del impío! mal le irá: porque según las obras de sus manos le será pagado”, Isaías 3.11. “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase á Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual es amplio en perdonar”, Isaías 55. 7.
El Mensajero Cristiano

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