CAPÍTULO 3:16-18: LOS QUE TEMEN AL SEÑOR (continuación)
«Y Jehová escuchó».
Éste es un pensamiento muy dulce para el corazón de los que se interesan
en él y en su cercana venida. Presente, aunque invisible, está junto a aquellos
que hablan de él, permanece atento a sus palabras, las que llegan con claridad
a su oído. Escucha, incluso cuando estas conversaciones, como las de los
discípulos de Emaús, vayan mezcladas con mucha ignorancia. Estos dos hombres
habían perdido a su Salvador y ya no le esperaban, pero «pensaban en su
nombre», aunque estaban abrumados por la tristeza. No sabían que había
resucitado, pero conversaban acerca de él... Y he aquí que el Señor se les une
en el camino, se interesa por esos pobres israelitas que habían perdido a Aquel
de quien podían decir: ¡Cuánto nos amaba! Luego les abre las Escrituras y sus
corazones empiezan a arder dentro de ellos. Una vez que se ha revelado a ellos,
no tienen nada más urgente que correr para anunciar a sus herma-nos esa buena
nueva. Mientras ellos hablan el uno al otro, Jesús mismo aparece en medio de
ellos y les abre la inteligencia para que comprendan las Escrituras. Luego él
sube al cielo mientras les bendice, y ellos, llenos de gozo, regresan a
Jerusalén para hablar el uno al otro de él y de su próxima venida.
«Y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a
Jehová, y para los que piensan en su nombre» (v. 16). En este libro, todas las
palabras de almas piadosas que reconocen su autoridad, que piensan en él
durante su ausencia, y que, como Filadelfia, no niegan Su nombre, quedan
registradas. Este «libro de memoria» es escrito «delante de él», pues él da
importancia a todo lo que han expresado los que le aman, sin que falte una sola
palabra. Sus nombres también son consigna-dos en este libro, el cual es
guardado por él mismo con sumo cuidado. Se sabe lo que es un libro de recuerdo
que se transmite en las familias; se ve a ancianos que guardan con enternecedor
cuidado el libro de memoria en el cual están inscritos —con las fechas— los
nombres y los pensamientos de aquellos a quienes amaron en su juventud. ¡Y
pensar que el Señor posee un libro parecido y que lo guardará para siempre! Si,
durante el tan corto tiempo de nuestro tránsito por este mundo, no hemos negado
su nombre y hemos guardado la palabra acerca de su venida, eso nunca será olvidado,
y el libro de memoria del Señor permanecerá abierto de continuo en el cielo,
delante de él.
«Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en
el día en que yo actúe; y los perdonaré como el hombre que perdona a su hijo
que le sirve» (v. 17).
El Señor habla dos veces, en los últimos versículos de Mala-guías, del
«día en que... actúe» (ver el capítulo 4:3). El salmo 118:24 nos revela el
alcance de este término: «Éste es el día que hizo Jehová», un día maravilloso
en el cual Cristo —la piedra que los edificadores desecharon vino a ser cabeza
(o remate) del ángulo. En este salmo, la presentación gloriosa del Señor a su
pueblo es celebrada por adelantado. Sin duda, el juicio es constantemente
mencionado en los profetas como el día de Jehová, el día del Señor; el mismo
Malaquías habla de él (4:1) como de un día que viene, ardiente como un horno,
pero nunca ese día del juicio es llamado el día que Jehová hará. Lo que el
Señor introduce y establece no es el juicio, sino la salvación, la justicia, la
paz, el gozo, la gloria. En el día que él hará, Dios presentará a su amado Hijo
al mundo como el Melquisedec portador de todas esas gracias.
Mi especial tesoro
En ese día, dice Jehová, los que me temen «serán para mí especial
tesoro» (v. 17). Entonces, él reivindicará a los fieles como suyos, como no
pertenecientes a nadie más. Todos los tesoros del universo entero le
pertenecen, y él será manifestado públicamente, en su reinado milenario, como
el poseedor de todas estas cosas, pero también tendrá un tesoro especial que no
será abierto al público, un tesoro que le pertenece a él solo, del cual sólo él
tendrá la llave, del cual solo él disfrutará. Como el tesoro personal de los
soberanos del oriente, en el que se encuentran sus joyas más preciosas, el
tesoro de Jehová estará compuesto por aquellos que, antiguamente, en medio de
la infidelidad general, temían a Jehová y hablaban el uno al otro, por aquellos
que le esperaban como «la aurora» (Lucas 1:78) y también por los que le
esperan, hoy, como la Estrella resplandeciente de la mañana. En el día de su
gloria, los pobres del pueblo, como también los débiles testigos de hoy, fieles
en medio de la ruina, le serán sus tesoros más preciados.
Los que componen este tesoro especial han guardado la palabra de su
espera y no han negado su nombre (Apocalipsis 3). La sinagoga de Satanás puede
no reconocer a esos fieles, pero el Señor les conoce, y los que otrora les
despreciaban sabrán un día que el Señor les ha amado.
«Y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve» (v.
17). ¡Lazo bendito, el cual aquí casi toca la relación cristiana! El profeta ya
no habla como antes de las relaciones que hay entre un siervo fiel y su amo,
sino de las de un servidor cuya actividad dimana de un afecto filial. En el
tiempo futuro de la gloria milenaria se dice de estos mismos fieles: Y sus
siervos le servirán «y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes»
(Apocalipsis 22:4).
«Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia
entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve» (v.
18). Este os (vosotros) no se dirige a los fieles, a aquellos que son
«perdonados» (v. 17), sino a aquellos del pueblo que consideraban
«bienaventurados» a los soberbios y a los malos (v. 15) y que negaban a Dios
cuando se hallaban bajo su castigo. Serán iluminados el día en el cual verán al
remanente perdonado, y a los soberbios —cuya suerte habían envidiado— como
objeto del juicio que alcanzará al pueblo rebelde. El testimonio dado por
Jehová a los que les ha temido y han esperado su venida, forzará a una parte de
este pueblo rebelde a reconocer la santidad del Dios al que habían negado.
Finalmente, ellos sabrán qué diferencia hay entre los servidores de Dios y los
malos.
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