lunes, 4 de julio de 2016

El yugo desigual (Parte VII)

Los animales como ilustración


La Biblia nos ayuda a discernir entre el yugo igual y el desigual. En los casos de la naturaleza, las Escrituras describen las características de los animales limpios y los inmundos. En Levítico 11.3 al 8 leemos de tres distintivos del animal limpio: (i) de pezuña hendida (ii) rumiante (iii) herbívoro.
Son ilustraciones de cosas espirituales. El animal de pezuña hendida deja su huella de dos cascos, uno separado del otro, como hacen el buey, la oveja y la cabra. O sea, deja una marca de separación. Al contrario, el asno y el caballo dejan una huella de un solo casco, y los animales carnívoros dejan las huellas de sus zarpas. Son marcas distintivas.
Pero hay otras huellas confusas. El cerdo deja la huella separada, porque tiene pezuña hendida, pero no es rumiante; es animal inmundo en la estima bíblica. Es una ilustración de la persona que profesa ser cristiana pero no es renacida. Lleva las huellas del cristiano en su andar en el sentido que no es mundana en su comportamiento y asiste a las reuniones con reverencia. Pablo advierte en cuanto a los que “tendrán la apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella”. Y agrega: “a éstos evita”, 2 Timoteo 3.5. Por fuera parecen ser santos pero en secreto tienen la misma naturaleza no convertida.
Entonces no basta una sola evidencia de ser hijo de Dios. La huella de por sí sola no es prueba. Debemos considerar otras evidencias también.
Los animales limpios son herbívoros, o sea, comen hierbas, paja y granos. Todos los animales carnívoros son clasificados como inmundos en Levítico, comen carne. Pero la vaca no tiene gusto por la carne, y esto es una ilustración del apetito espiritual. Al inconverso le agradan las cosas de la carne, las que Gálatas 5 lista como adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechi­cerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras y orgías.
Estos apetitos demuestran el carácter de una persona. El cre­yente tiene su apetito natural controlado por el nuevo nacimiento. Si alguno está en Cristo, nueva criatura es, y los deseos carnales están dominados por los deseos de la nueva naturaleza. El renacido desea la Palabra de Dios, de la cual la semilla es ilustración.
Una tercera característica del animal limpio es que rumia. Posee varias cavidades en el estómago. Después de comer, vuelve a pasar la comida desde la panza hasta la boca, para masticarla otra vez antes de tragarla y pasarla al cuajar. Esta acción, según el diccionario, es figura de pensar despacio y con madurez una cosa. Espiritualmente, es figura del meditar, digerir y obedecer la Palabra de Dios.
En la gran mayoría de los casos el religioso que no es renacido lee la Biblia por costumbre o como una formalidad, algo así como el católico romano lee su misal. No es por gusto o aprecio espiritual. El creyente, al contrario, recibe las Escrituras de corazón, medi­tando y aplicando sus mensajes a sus hechos. El cristiano falso oye la Palabra de Dios pero es oidor no más, engañándose a sí mismo. El verdadero es como el rumiante, y luego obedece.
Cuando una persona no obedece la Palabra de Dios, se da la sospecha de que puede ser como el camello. “El camello, porque rumia pero no tiene la pezuña hendida, lo tendréis por inmundo”, Levítico 11.4. Tiene la apariencia de animal limpio, igual como aquel que oye con cuidado la Palabra. Pero no tiene la pezuña hendida, así como aquel que no obedece la Palabra para que ella produzca una vida separada del mundo y apartada del pecado.
Una de las bendiciones mayores para conservarnos en la santidad es el yugo igual; “libre es para casarse con quien quiera, con tal que sea en el Señor”, 1 Corintios 7.39. Quizá hay una diferencia entre “en Cristo” y “en el Señor”. Todo creyente está en Cristo, pero “en el Señor” se aplica más a aquellos que reconocen con obediencia y sumisión que Él es su soberano Señor.

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