Capítulo 4: Manifestación de la Vida Eterna en los
Creyentes
(1 Juan 2:28 - 1 Juan 3:23)
(Continuación)
(b) Las características de la nueva vida que
caracterizan a los hijos de Dios en contraste con los hijos del diablo (1
Juan 3: 4-16)
Esta
porción de la Epístola muestra claramente que la nueva vida poseída por los
hijos de Dios se manifiesta en un andar marcado por la justicia y el amor, en
contraste con la transgresión de la ley y el odio que distinguen a los hijos
del diablo. En los versículos 4 al 9, el apóstol habla de la justicia en
contraste con la transgresión de la ley; en los versículos 10 al 23, él habla
del amor en contraste con el odio.
(Versículo 4). Luego el apóstol contrasta la transgresión de la
ley de la vieja naturaleza con la justicia de la nueva naturaleza que los
creyentes poseen como nacidos de Dios. Él declara que, "Todo aquel que
comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la
ley." Pecar no es simplemente transgredir una ley conocida, como sugiere
la traducción defectuosa al inglés del versículo, tal como figura en la Biblia
Inglesa "Authorised Version." El principio del pecado es infringir la
ley, o hacer la propia voluntad totalmente aparte de cualquier ley. Como otro
dijo, «Pecado es el
actuar sin el freno de la ley o la restricción de la autoridad de otro - el
actuar desde la propia voluntad» (J. N. Darby.).
(Versículo 5). Habiendo definido el pecado, el apóstol se vuelve
inmediatamente a Cristo para traer ante nosotros al Único en Quien "no hay
pecado." Al hacerse carne, Él estaba enteramente sujeto a la voluntad del
Padre. Viniendo al mundo, Él pudo decir, "He aquí que vengo, oh Dios, para
hacer tu voluntad" (Hebreos 10:9). Atravesando el mundo Él pudo decir,
"No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del
Padre" (Juan 5:30). Saliendo del mundo, Él pudo decir, "No
se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22:42). Nosotros sabemos,
también, que es por la voluntad de Dios que los creyentes han sido
"santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez
para siempre" (Hebreos 10:10). Así que el apóstol puede decir, "él
apareció para quitar nuestros pecados." En Él, entonces, no hubo pecado, o
principio de transgresión de la ley.
(Versículo 6). Participando de esta naturaleza, y permaneciendo
en Él, nosotros no pecaremos. Permanecer en Cristo es verlo a Él por medio de
la fe, conocerlo a Él por la experiencia, y andar bajo Su influencia.
"Todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido." El apóstol
contrasta así las dos naturalezas: la vieja naturaleza infringe la ley; la
nueva naturaleza no puede pecar. Las dos naturalezas coexisten en el creyente;
así el apóstol puede decir en un pasaje, "Si decimos que no tenemos
pecado, nos engañamos a nosotros mismos" (1 Juan 1:8) y, en este pasaje,
"todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido."
(Versículo 7). Entonces somos advertidos contra todo engaño. La
posesión de la nueva naturaleza es demostrada, no por la profesión que hacen
las personas, sino por el modo en que actúan. "El que hace justicia es
justo, como él es justo." Si nosotros participamos de Su vida, ella se
mostrará en un andar caracterizado por la justicia, como Él es justo.
(Versículo
8). En contraste con el que hace justicia y es nacido
de Dios, el que "practica el pecado es del diablo." ¡Es lamentable! a
través del descuido el creyente puede caer en pecado, pero el que vive en
pecado muestra claramente que él tiene la misma naturaleza del diablo, quien
peca desde el principio de su historia. El Hijo de Dios apareció para deshacer
las obras del diablo para que los creyentes, con una nueva naturaleza, puedan
estar bajo el dominio de Cristo, y, permaneciendo en Él, actuar en justicia,
como Él es justo.
(Versículo
9). En contraste con el que muestra que es del diablo
al practicar el pecado, el que es nacido de Dios no practica el pecado. Hay en
él una nueva simiente - la vida divina - y esa vida que él tiene, nacida de
Dios, no puede pecar. Es verdad que la carne está en el creyente; pero la nueva
naturaleza es una naturaleza libre de pecado, y el creyente es visto
como identificado con la nueva naturaleza.
(Versículos
10, 11). Con el versículo 10 el apóstol procede a hablar
del amor. Él ha mostrado que la "justicia" en contraste con la
"infracción de la ley" distingue a los hijos de Dios de los hijos del
diablo. Ahora él muestra que 'el amor' en contraste con 'el
odio', es una segunda gran característica de la nueva naturaleza. Desde el
principio de la manifestación de Cristo en este mundo, hemos escuchado que
deberíamos amarnos unos a otros. De esta forma, como el apóstol ha dirigido
nuestros pensamientos a Cristo como Aquel en Quien la justicia fue
perfectamente expresada (versículos 5-7), así ahora él nos recuerda el mensaje
que habíamos oído acerca de Cristo, porque en Él vemos la perfecta expresión
del amor divino.
La vida de Cristo reproducida en los creyentes nos
conducirá no sólo a evitar el pecado, sino a manifestar la nueva vida amándonos
unos a otros. Ha sido verdaderamente dicho, « La mera naturaleza amigable puede ser
encontrada en perros y otros animales, siendo esta la naturaleza animal; pero
el amor de los hermanos es un motivo divino. Los amo porque ellos son de Dios.
Tengo comunión en las cosas divinas con ellos. Un hombre puede ser muy poco
amigable de forma natural, y, con todo, puede amar a los hermanos con todo el
corazón; y otro puede ser muy amigable, y no tener amor por ellos en absoluto.
» (J. N.
Darby.).
(Versículo
12). En Caín se presentan los dos principios malignos.
Participando de la naturaleza del maligno, él aborreció a su hermano; y la raíz
de su odio fue la falta de ley que marcó su propia vida, en contraste con la
justicia que caracterizó las obras de su hermano.
(Versículo 13). El conocimiento de que las obras de Abel eran
buenas y las suyas malas provocó un aborrecimiento celoso en el
corazón de Caín. Entonces, nosotros no debemos maravillarnos si, por la misma
razón, los creyentes son aborrecidos por el mundo.
(Versículo
14). El mundo, del cual Satanás es el príncipe, se
caracteriza por estar sin ley y por el odio, y está en una condición de muerte
moral. Pero "nosotros", los que somos creyentes, "sabemos que
hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos." El amor es
la prueba práctica de la vida divina. Nosotros conocemos a un hijo de Dios que
hasta ahora ha sido un perfecto extraño para nosotros, uno que quizás puede
estar socialmente por sobre nosotros o, al contrario, en una esfera de vida mucho
más humilde, o que puede ser de otro país y hablar un idioma diferente, pero de
inmediato nuestro amor sale del uno al otro y estamos en relaciones más íntimas
que con nuestras relaciones según la carne. La razón es simple; tenemos la
misma vida - la vida eterna - con el mismo Objeto, Cristo; gozamos en común del
mismo afecto por Cristo y de los mismos deseos según Cristo.
(Versículos
15, 16). El apóstol muestra entonces la expresión extrema
del odio en contraste con la expresión mayor del amor. El odio, si se
desenfrena, llevará al homicidio. El que odia es, en espíritu, un homicida, y
ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.
En contraste, vemos en Cristo la expresión perfecta
del amor, en que Su amor lo llevó a poner Su vida por nosotros. Teniendo Su
ejemplo perfecto ante nosotros, deberíamos estar preparados, en el poder de la
nueva vida caracterizada por el amor, para poner nuestras vidas por los
hermanos. Esto no significa necesariamente una muerte real, sino perder la vida
aquí por causa de Cristo. (Mateo 16:25).
Así, en el curso de este pasaje, se nos recuerda
que el hombre caído está bajo la muerte, caracterizado por estar sin ley, por
el odio, y la violencia. El hombre sin ley siempre es egocéntrico, buscando
sólo gratificarse a sí mismo haciendo su propia voluntad, aparte de toda
restricción. Esto, necesariamente, conduce al aborrecimiento de todo aquel que
frustra su voluntad; y el odio conduce a actos violentos, expresados en una
forma extrema por el homicidio.
Estos son los principios malignos que salieron a
luz por primera vez en la historia de Caín y que han marcado desde entonces el
curso de este mundo. Al principio de la historia de la raza, los hombres
dejaron a Dios como el centro de sus pensamientos; se volvieron egocéntricos. Habiendo
sido abandonado Dios, no hubo ningún vínculo que mantuviese juntos a los
hombres, con el resultado de que fueron esparcidos a otros lados. Las naciones
en las que fueron divididos llegaron a ser un centro para ellos mismos, cada
uno procurando realizar su propia voluntad, y, en consecuencia, odiando todo lo
que se opusiese. De esta forma el celo y el odio surgieron entre las naciones,
conduciendo a la violencia y a la guerra.
Así toda la miseria del mundo puede ser rastreada
hasta el hecho solemne de que el hombre llegó a ser un centro para sí mismo,
independiente de Dios, o 'sin ley'. Está claro, entonces, que todo el
sistema del mundo está caracterizado por estas tres cosas: está sin ley, el
odio y la violencia.
En contraste con este mundo, Dios ha sacado a luz
un mundo enteramente nuevo — el mundo venidero - del que Cristo es el centro,
y, tomando su carácter de Cristo, se caracteriza por la justicia, el amor y la
entrega propia. Para entrar en este nuevo mundo de bendiciones de Dios, debemos
conocer a Cristo que es desde el principio. De ahí que el apóstol insista tan
constantemente en "Lo que era desde el principio" (1 Juan 1:1; 1 Juan
2: 7, 13, 14). Esta expresión, tan característica de los escritos del apóstol,
indica que, desde el momento que Cristo vino a este mundo, hubo un comienzo
enteramente nuevo. A partir de aquel momento todo el sistema del mundo comienza
a pasar, y allí salta a la vista lo que permanece. "Y el mundo se va
pasando con su concupiscencia; mas el que hace la voluntad de Dios permanece
para siempre" (1 Juan 2:17 VM). Cristo es el centro del gran universo de
bendición de Dios. Él es la Palabra de vida, el Único que ha expresado
perfectamente a Dios. Nosotros miramos a Cristo y vemos que Dios es luz y Dios
es amor. Pero hay más, Cristo no sólo saca a Dios a la luz, Él
también capacita al creyente para la luz por medio de Su sangre que lo limpia
de todo pecado.
Si Cristo es el centro del nuevo mundo de bendición
de Dios, todo en ese mundo debe depender de Él. Hay tres diferentes círculos de
bendición, pero Cristo es el centro de todo: el círculo Cristiano viene
primero; luego Israel será restaurado y bendecido; finalmente las naciones
Gentiles entrarán en la bendición milenaria. El secreto de la bendición para
cada círculo consistirá en que todos son recuperados de la infracción de la ley
al ser traídos a la dependencia de Cristo.
Habiendo presentado a Cristo desde el principio
como el gran Centro del nuevo universo de Dios, el apóstol muestra cómo ha
obrado Dios con los creyentes para traerlos a la bendición. Somos nacidos de
Dios en gracia soberana, puestos en relación con Dios, amados con un amor que
es apropiado a la relación y, por último, apareceremos en la semejanza de
Cristo. En el entretanto, mientras permanecemos en Cristo, nos caracterizaremos
por la justicia, el amor y la entrega propia, vistos en su forma más elevada al
poner nuestras vidas por nuestros hermanos.
(c) La práctica del amor y sus efectos
(Versículos 17-23)
(Versículos
17, 18). El apóstol concluye esta porción de su Epístola
con una aplicación práctica de las verdades de las que ha estado hablando. Con
la carne en nosotros es fácil hacer una profesión de amor de palabra y de
lengua. Nuestros hechos, sin embargo, mostrarán si nuestras palabras son
verdad. Si está en nuestras manos ayudar a un hermano a quien vemos en
necesidad, y aun así declinamos hacerlo, esto pondrá de manifiesto que nuestra
profesión de amor es vana.
(Versículos 19-21). Andando en amor, nosotros seremos libres y felices
en nuestra relación con Dios. El hijo que está consciente de desobedecer los
deseos del padre no puede ser feliz en la presencia del padre. Si nuestra
conciencia nos condena, sabemos que Dios sabe todas las cosas. Él tiene
perfecto conocimiento de eso que sabemos que está mal, y, hasta que el mal sea
confesado y juzgado ante Dios, nosotros no podemos gozar de
la comunión con Dios, ni tampoco podemos tener confianza al recurrir
a Él.
Aquí no se trata del perdón o de la salvación
eterna, ya que el apóstol está escribiendo a aquellos que
son perdonados y que están en la relación de hijos. Es un asunto de
poder andar en feliz libertad con Dios como hijos. Para tener esta confianza
debemos andar de tal manera que nuestros corazones no nos condenen por fracasar
en el amor práctico.
(Versículos
22, 23). Andar en la feliz confianza de que estamos
haciendo esas cosas que son correctas delante de Sus ojos nos dará gran
libertad al recurrir al Padre en oración. Guardando Sus mandamientos, pediremos
según la voluntad de Dios y podremos contar con una respuesta a nuestras
oraciones. Si esta petición es acerca de dirección para nuestro camino, o poder
para superar alguna trampa, o gracia sustentadora para una prueba, nosotros
pediremos y recibiremos de Aquel cuyo poder es tan grande como Su amor, y cuyo
oído está siempre abierto al clamor de Sus hijos.
Sus mandamientos pueden ser resumidos por la fe en
Su Hijo Jesucristo y el amor de unos a otros. En el espíritu de estos
mandamientos, el apóstol Pablo podía dar gracias por los santos Colosenses,
orando con confianza por ellos, ya que él dice,
"Habiendo oído de vuestra fe en Cristo Jesús,
y del amor que tenéis a todos los santos" (Colosenses 1:4).
No hay comentarios:
Publicar un comentario