lunes, 4 de julio de 2016

LA PRIMERA EPÍSTOLA DE JUAN (Parte VII)

Capítulo 4: Manifestación de la Vida Eterna en los Creyentes
(1 Juan 2:28 - 1 Juan 3:23)
 (Continuación)


(b) Las características de la nueva vida que caracterizan a los hijos de Dios en contraste con los hijos del diablo (1 Juan  3: 4-16)
         Esta porción de la Epístola muestra claramente que la nueva vida poseída por los hijos de Dios se manifiesta en un andar marcado por la justicia y el amor, en contraste con la transgresión de la ley y el odio que distinguen a los hijos del diablo. En los versículos 4 al 9, el apóstol habla de la justicia en contraste con la transgresión de la ley; en los versículos 10 al 23, él habla del amor en contraste con el odio.
(Versículo 4). Luego el apóstol contrasta la transgresión de la ley de la vieja naturaleza con la justicia de la nueva naturaleza que los creyentes poseen como nacidos de Dios. Él declara que, "Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley." Pecar no es simplemente transgredir una ley conocida, como sugiere la traducción defectuosa al inglés del versículo, tal como figura en la Biblia Inglesa "Authorised Version." El principio del pecado es infringir la ley, o hacer la propia voluntad totalmente aparte de cualquier ley. Como otro dijo, «Pecado es el actuar sin el freno de la ley o la restricción de la autoridad de otro - el actuar desde la propia voluntad» (J. N. Darby.).
(Versículo 5). Habiendo definido el pecado, el apóstol se vuelve inmediatamente a Cristo para traer ante nosotros al Único en Quien "no hay pecado." Al hacerse carne, Él estaba enteramente sujeto a la voluntad del Padre. Viniendo al mundo, Él pudo decir, "He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad" (Hebreos 10:9). Atravesando el mundo Él pudo decir, "No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre" (Juan  5:30). Saliendo del mundo, Él pudo decir, "No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22:42). Nosotros sabemos, también, que es por la voluntad de Dios que los creyentes han sido "santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre" (Hebreos 10:10). Así que el apóstol puede decir, "él apareció para quitar nuestros pecados." En Él, entonces, no hubo pecado, o principio de transgresión de la ley.
 (Versículo 6). Participando de esta naturaleza, y permaneciendo en Él, nosotros no pecaremos. Permanecer en Cristo es verlo a Él por medio de la fe, conocerlo a Él por la experiencia, y andar bajo Su influencia. "Todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido." El apóstol contrasta así las dos naturalezas: la vieja naturaleza infringe la ley; la nueva naturaleza no puede pecar. Las dos naturalezas coexisten en el creyente; así el apóstol puede decir en un pasaje, "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos" (1 Juan 1:8) y, en este pasaje, "todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido."
 (Versículo 7). Entonces somos advertidos contra todo engaño. La posesión de la nueva naturaleza es demostrada, no por la profesión que hacen las personas, sino por el modo en que actúan. "El que hace justicia es justo, como él es justo." Si nosotros participamos de Su vida, ella se mostrará en un andar caracterizado por la justicia, como Él es justo.
(Versículo 8). En contraste con el que hace justicia y es nacido de Dios, el que "practica el pecado es del diablo." ¡Es lamentable! a través del descuido el creyente puede caer en pecado, pero el que vive en pecado muestra claramente que él tiene la misma naturaleza del diablo, quien peca desde el principio de su historia. El Hijo de Dios apareció para deshacer las obras del diablo para que los creyentes, con una nueva naturaleza, puedan estar bajo el dominio de Cristo, y, permaneciendo en Él, actuar en justicia, como Él es justo.
(Versículo 9). En contraste con el que muestra que es del diablo al practicar el pecado, el que es nacido de Dios no practica el pecado. Hay en él una nueva simiente - la vida divina - y esa vida que él tiene, nacida de Dios, no puede pecar. Es verdad que la carne está en el creyente; pero la nueva naturaleza es una naturaleza libre de  pecado, y el creyente es visto como identificado con la nueva naturaleza.
(Versículos 10, 11). Con el versículo 10 el apóstol procede a hablar del amor. Él ha mostrado que la "justicia" en contraste con la "infracción de la ley" distingue a los hijos de Dios de los hijos del diablo. Ahora él muestra que 'el amor' en contraste con 'el odio', es una segunda gran característica de la nueva naturaleza. Desde el principio de la manifestación de Cristo en este mundo, hemos escuchado que deberíamos amarnos unos a otros. De esta forma, como el apóstol ha dirigido nuestros pensamientos a Cristo como Aquel en Quien la justicia fue perfectamente expresada (versículos 5-7), así ahora él nos recuerda el mensaje que habíamos oído acerca de Cristo, porque en Él vemos la perfecta expresión del amor divino.
La vida de Cristo reproducida en los creyentes nos conducirá no sólo a evitar el pecado, sino a manifestar la nueva vida amándonos unos a otros. Ha sido verdaderamente dicho, « La mera naturaleza amigable puede ser encontrada en perros y otros animales, siendo esta la naturaleza animal; pero el amor de los hermanos es un motivo divino. Los amo porque ellos son de Dios. Tengo comunión en las cosas divinas con ellos. Un hombre puede ser muy poco amigable de forma natural, y, con todo, puede amar a los hermanos con todo el corazón; y otro puede ser muy amigable, y no tener amor por ellos en absoluto. » (J. N. Darby.).
(Versículo 12). En Caín se presentan los dos principios malignos. Participando de la naturaleza del maligno, él aborreció a su hermano; y la raíz de su odio fue la falta de ley que marcó su propia vida, en contraste con la justicia que caracterizó las obras de su hermano.
 (Versículo 13). El conocimiento de que las obras de Abel eran buenas y las suyas malas provocó un aborrecimiento  celoso en el corazón de Caín. Entonces, nosotros no debemos maravillarnos si, por la misma razón, los creyentes son aborrecidos por el mundo.
(Versículo 14). El mundo, del cual Satanás es el príncipe, se caracteriza por estar sin ley y por el odio, y está en una condición de muerte moral. Pero "nosotros", los que somos creyentes, "sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos." El amor es la prueba práctica de la vida divina. Nosotros conocemos a un hijo de Dios que hasta ahora ha sido un perfecto extraño para nosotros, uno que quizás puede estar socialmente por sobre nosotros o, al contrario, en una esfera de vida mucho más humilde, o que puede ser de otro país y hablar un idioma diferente, pero de inmediato nuestro amor sale del uno al otro y estamos en relaciones más íntimas que con nuestras relaciones según la carne. La razón es simple; tenemos la misma vida - la vida eterna - con el mismo Objeto, Cristo; gozamos en común del mismo afecto por Cristo y de los mismos deseos según Cristo.
(Versículos 15, 16). El apóstol muestra entonces la expresión extrema del odio en contraste con la expresión mayor del amor. El odio, si se desenfrena, llevará al homicidio. El que odia es, en espíritu, un homicida, y ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.
En contraste, vemos en Cristo la expresión perfecta del amor, en que Su amor lo llevó a poner Su vida por nosotros. Teniendo Su ejemplo perfecto ante nosotros, deberíamos estar preparados, en el poder de la nueva vida caracterizada por el amor, para poner nuestras vidas por los hermanos. Esto no significa necesariamente una muerte real, sino perder la vida aquí por causa de Cristo. (Mateo 16:25).
Así, en el curso de este pasaje, se nos recuerda que el hombre caído está bajo la muerte, caracterizado por estar sin ley, por el odio, y la violencia. El hombre sin ley siempre es egocéntrico, buscando sólo gratificarse a sí mismo haciendo su propia voluntad, aparte de toda restricción. Esto, necesariamente, conduce al aborrecimiento de todo aquel que frustra su voluntad; y el odio conduce a actos violentos, expresados en una forma extrema por el homicidio.
Estos son los principios malignos que salieron a luz por primera vez en la historia de Caín y que han marcado desde entonces el curso de este mundo. Al principio de la historia de la raza, los hombres dejaron a Dios como el centro de sus pensamientos; se volvieron egocéntricos. Habiendo sido abandonado Dios, no hubo ningún vínculo que mantuviese juntos a los hombres, con el resultado de que fueron esparcidos a otros lados. Las naciones en las que fueron divididos llegaron a ser un centro para ellos mismos, cada uno procurando realizar su propia voluntad, y, en consecuencia, odiando todo lo que se opusiese. De esta forma el celo y el odio surgieron entre las naciones, conduciendo a la violencia y a la guerra.
Así toda la miseria del mundo puede ser rastreada hasta el hecho solemne de que el hombre llegó a ser un centro para sí mismo, independiente de Dios, o 'sin ley'. Está claro, entonces, que todo el sistema del mundo está caracterizado por estas tres cosas: está sin ley, el odio y la violencia.
En contraste con este mundo, Dios ha sacado a luz un mundo enteramente nuevo — el mundo venidero - del que Cristo es el centro, y, tomando su carácter de Cristo, se caracteriza por la justicia, el amor y la entrega propia. Para entrar en este nuevo mundo de bendiciones de Dios, debemos conocer a Cristo que es desde el principio. De ahí que el apóstol insista tan constantemente en "Lo que era desde el principio" (1 Juan 1:1; 1 Juan 2: 7, 13, 14). Esta expresión, tan característica de los escritos del apóstol, indica que, desde el momento que Cristo vino a este mundo, hubo un comienzo enteramente nuevo. A partir de aquel momento todo el sistema del mundo comienza a pasar, y allí salta a la vista lo que permanece. "Y el mundo se va pasando con su concupiscencia; mas el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre" (1 Juan 2:17 VM). Cristo es el centro del gran universo de bendición de Dios. Él es la Palabra de vida, el Único que ha expresado perfectamente a Dios. Nosotros miramos a Cristo y vemos que Dios es luz y Dios es amor. Pero hay más, Cristo no sólo saca a Dios a la  luz, Él también capacita al creyente para la luz por medio de Su sangre que lo limpia de todo pecado.
Si Cristo es el centro del nuevo mundo de bendición de Dios, todo en ese mundo debe depender de Él. Hay tres diferentes círculos de bendición, pero Cristo es el centro de todo: el círculo Cristiano viene primero; luego Israel será restaurado y bendecido; finalmente las naciones Gentiles entrarán en la bendición milenaria. El secreto de la bendición para cada círculo consistirá en que todos son recuperados de la infracción de la ley al ser traídos a la dependencia de Cristo.
Habiendo presentado a Cristo desde el principio como el gran Centro del nuevo universo de Dios, el apóstol muestra cómo ha obrado Dios con los creyentes para traerlos a la bendición. Somos nacidos de Dios en gracia soberana, puestos en relación con Dios, amados con un amor que es apropiado a la relación y, por último, apareceremos en la semejanza de Cristo. En el entretanto, mientras permanecemos en Cristo, nos caracterizaremos por la justicia, el amor y la entrega propia, vistos en su forma más elevada al poner nuestras vidas por nuestros hermanos.

(c) La práctica del amor y sus efectos (Versículos 17-23)

(Versículos 17, 18). El apóstol concluye esta porción de su Epístola con una aplicación práctica de las verdades de las que ha estado hablando. Con la carne en nosotros es fácil hacer una profesión de amor de palabra y de lengua. Nuestros hechos, sin embargo, mostrarán si nuestras palabras son verdad. Si está en nuestras manos ayudar a un hermano a quien vemos en necesidad, y aun así declinamos hacerlo, esto pondrá de manifiesto que nuestra profesión de amor es vana.
 (Versículos 19-21). Andando en amor, nosotros seremos libres y felices en nuestra relación con Dios. El hijo que está consciente de desobedecer los deseos del padre no puede ser feliz en la presencia del padre. Si nuestra conciencia nos condena, sabemos que Dios sabe todas las cosas. Él tiene perfecto conocimiento de eso que sabemos que está mal, y, hasta que el mal sea confesado y juzgado ante Dios, nosotros no podemos gozar de la  comunión con Dios, ni tampoco podemos tener confianza al recurrir a Él.
Aquí no se trata del perdón o de la salvación eterna, ya que el apóstol está escribiendo a aquellos que son  perdonados y que están en la relación de hijos. Es un asunto de poder andar en feliz libertad con Dios como hijos. Para tener esta confianza debemos andar de tal manera que nuestros corazones no nos condenen por fracasar en el amor práctico.
(Versículos 22, 23). Andar en la feliz confianza de que estamos haciendo esas cosas que son correctas delante de Sus ojos nos dará gran libertad al recurrir al Padre en oración. Guardando Sus mandamientos, pediremos según la voluntad de Dios y podremos contar con una respuesta a nuestras oraciones. Si esta petición es acerca de dirección para nuestro camino, o poder para superar alguna trampa, o gracia sustentadora para una prueba, nosotros pediremos y recibiremos de Aquel cuyo poder es tan grande como Su amor, y cuyo oído está siempre abierto al clamor de Sus hijos.
Sus mandamientos pueden ser resumidos por la fe en Su Hijo Jesucristo y el amor de unos a otros. En el espíritu de estos mandamientos, el apóstol Pablo podía dar gracias por los santos Colosenses, orando con confianza por ellos, ya que él dice,

"Habiendo oído de vuestra fe en Cristo Jesús, y del amor que tenéis a todos los santos" (Colosenses 1:4).

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