lunes, 5 de septiembre de 2016

La persona de Cristo: Carta a un Testigo de Jehová

Estimada señora:  
Llevando en mente nuestra conversación en días atrás, creo que debemos considerar la doctrina de la Persona de Cristo en el contexto amplio de la Palabra de Dios.
No ignoro aquella referencia a Cristo en el Revelación 3.14 — en esta carta voy a citar La Traducción del Nuevo Mundo de las Sagradas Escrituras — que habla de él como “el principio de la creación por Dios”, pero me llama la atención que otros pasajes dejan muy en claro que Él era el Creador y no el creado. “Todas las cosas vinieron a existir por medio de él, y sin él ni siquiera una cosa vino a existir”, Juan 1.3. Cristo fue el unigénito, no uno creado. En el principio Él era (de esto hablaremos más al final de mi carta). No llegó a ser lo que era antes de venir al mundo. Por otro lado, ciertamente se hizo carne, ya que hubo un comienzo de su humanidad. Pero no hubo un comienzo de su Ser ni de su Personalidad.
Permítame mencionar la Epístola a los Filipenses, capítulo 2, donde se describe a Cristo Jesús antes de su venida al mundo. Leemos que  Él —
·        “existía en la forma de Dios”. Es decir, era Dios y a la vez parecía ser Dios. Era lo que parecía y parecía lo que era — Dios.
·        poseía igualdad con Dios: “no dio consideración a un arrebatamiento”
·        poseía esta igualdad por derecho y no por usurpación: “se despojó a sí mismo”
Es imposible que declaraciones tan estupendas como estas se refieran a una persona que no era divina. Se refieren más bien al Señor Jesús antes de que se hiciera carne y viniera a mundo. Todo el argumento del apóstol necesita una dualidad (por no decir un trinidad) de personas en la Deidad. En el mismo contexto, unos pocos versículos más abajo, el apóstol alude a las palabras de Jehová en la Profecía de Isaías 45.23: “ante mí toda rodilla se doblará”, como habiendo encontrado su cumplimiento en la Persona del Hijo. Jehová y Jesús son uno y el mismo.
“Cuando introduce de nuevo a su Primogénito en la tierra habitada, dice: Y que todos los ángeles de Dios le rindan homenaje”, Hebreos 1.6. Se ve que no es ningún ángel. Ningún ser creado podría emprender una obra como la que Jesús asumió. Ningún mero hombre podría de alguna manera redimir a su hermano o dar a Dios rescate por él (Estoy usando el lenguaje de Salmo 49.7) pero el Señor Jesús puso su vida, su vida infinitamente preciosa, como rescate por todos. Los creyentes son comprados a precio. Él, que no tenía ni tiene pecado, el Hijo del Altísimo, cargó con nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero, al decir de 1 Pedro 2.24.
También, en los días de su carne Él nunca usaba la expresión, “Esto es lo que ha dicho Jehová”, como tantas veces decían los profetas del Antiguo Testamento, sino decía siempre: “Les digo”. ¿Cómo se explica esto, si no es que era en su misma Persona Dios manifestado en carne? Siempre distinguía su condición de Hijo de la condición de sus seguidores.
Tampoco se dirigía al “Padre nuestro que está en los cielos”, como enseñó a orar a sus discípulos, sino a “mi Padre” o “su Padre”. ¿Por qué esta diferencia, si no hay aquí la insinuación de una distinción entre el Creador y la criatura de su mano? El Señor Jesucristo aceptaba homenaje y uno casi puede decir que la estimulaba. Él perdonaba pecados contra Dios cual plenipotenciario del cielo y tomaba para sí honor en igualdad con el Padre: “El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo envió”; Juan 5:23.
Oró: “Padre, glorifícame al lado de ti mismo con la gloria que tenía al lado de ti antes que el mundo fuese”, Juan 17.5. Es más: mucho de lo que dijo sería blasfemia si no fuera una Persona divina antes de entrar en el mundo y una Persona divina después de salir del mundo. El himno de Isaías 6 fue dirigido a él cual Rey sobre el trono eterno: “Santo, santo, santo es Jehová de los ejércitos. La plenitud de toda la tierra es su gloria”. En Juan 12.38, 40 encontramos dos citas de la Profecía de Isaías, cuando se narra que la gente no creía en Jesús, no obstante haber ejecutado tantas señales entre ellos. La primera se dirige textualmente a Jehová, y nos llama la atención poderosamente leer en seguida, en 12.41: Isaías dijo estas cosas porque veía su gloria, y habló de él”.
“El Padre es mayor que yo”, Juan 14.28, no invalida, de manera alguna, lo que hemos venido diciendo, ya que el Hijo de Dios nacido en el mundo, cual Hijo del Hombre, aceptó de voluntad propia una posición de inferioridad para poder redimir al hombre. Los niñitos son partícipes de carne y sangre, según dice Hebreos 2.14 en la Nuevo Mundo, y “él también de igual manera participó de las mismas cosas, para que por su muerte redujera a la nada… al Diablo”.
Su obra realizada, ascendió muy por encima de los cielos para llenar todo. En él mora corporalmente toda la plenitud de la cualidad divina - ¡mejor traducido “de la Deidad”! - Colosenses 1.19. ¿Cómo podría una declaración tan profunda referirse tan sólo a un hombre que era apenas un hombre cuando estaba aquí sobre la tierra?
Ahora, en el hospital usted y yo conversamos también acerca del primer versículo del Evangelio según Juan, que la Nuevo Mundo expresa de esta manera: “En el principio la Palabra era, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era un dios”. Desde luego, me duele eso de “era un Dios”, y bien sabemos que la “Nuevo Mundo” está sola en eso; una multitud de versiones rezan “y el verbo (Palabra) era Dios”.
Las tres cláusulas afirman que (i) en el principio, (ii) Él estaba con Dios, (iii) Él era Dios. Estas tres cláusulas corresponden a los tres grandes momentos en el versículo 14 del mismo capítulo: “(i) la Palabra (que era), (ii) vino a ser carne, (iii) residió entre nosotros. ¿No ve? ¡El que era vino a ser!
Esto descarta la idea falsa que la Palabra se hizo Persona en el momento de la creación o el momento de la encarnación. La Palabra que era eternamente es la Palabra que vino en un momento dado, y por unos años residió aquí.
Atentamente,
S. M. Houghton 

No hay comentarios:

Publicar un comentario