Estimada señora:
Llevando en mente nuestra conversación en días atrás, creo que debemos
considerar la doctrina de la Persona de Cristo en el contexto amplio de la
Palabra de Dios.
No ignoro aquella referencia a Cristo en el Revelación 3.14 — en esta carta
voy a citar La Traducción del Nuevo Mundo
de las Sagradas Escrituras — que habla de él como “el principio de la
creación por Dios”, pero me llama la atención que otros pasajes dejan muy en
claro que Él era el Creador y no el creado. “Todas las cosas vinieron a existir
por medio de él, y sin él ni siquiera una cosa vino a existir”, Juan 1.3.
Cristo fue el unigénito, no uno creado. En el principio Él era (de esto
hablaremos más al final de mi carta). No llegó a ser lo que era antes de venir
al mundo. Por otro lado, ciertamente se hizo carne, ya que hubo un comienzo de
su humanidad. Pero no hubo un comienzo de su Ser ni de su Personalidad.
Permítame
mencionar la Epístola a los Filipenses, capítulo 2, donde se describe a Cristo
Jesús antes de su venida al mundo. Leemos que
Él —
·
“existía en la forma de
Dios”. Es decir, era Dios y a la vez parecía ser Dios. Era lo que parecía y
parecía lo que era — Dios.
·
poseía igualdad con
Dios: “no dio consideración a un arrebatamiento”
·
poseía esta igualdad
por derecho y no por usurpación: “se despojó a sí mismo”
Es imposible que
declaraciones tan estupendas como estas se refieran a una persona que no era
divina. Se refieren más bien al Señor Jesús antes de que se hiciera carne y
viniera a mundo. Todo el argumento del apóstol necesita una dualidad (por no
decir un trinidad) de personas en la Deidad. En el mismo contexto, unos pocos
versículos más abajo, el apóstol alude a las palabras de Jehová en la Profecía
de Isaías 45.23: “ante mí toda rodilla se doblará”, como habiendo encontrado su
cumplimiento en la Persona del Hijo. Jehová y Jesús son uno y el mismo.
“Cuando
introduce de nuevo a su Primogénito en la tierra habitada, dice: Y que todos
los ángeles de Dios le rindan homenaje”, Hebreos 1.6. Se ve que no es ningún
ángel. Ningún ser creado podría emprender una obra como la que Jesús asumió.
Ningún mero hombre podría de alguna manera redimir a su hermano o dar a Dios
rescate por él (Estoy usando el lenguaje de Salmo 49.7) pero el Señor Jesús
puso su vida, su vida infinitamente preciosa, como rescate por todos. Los
creyentes son comprados a precio. Él, que no tenía ni tiene pecado, el Hijo del
Altísimo, cargó con nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero, al
decir de 1 Pedro 2.24.
También, en los
días de su carne Él nunca usaba la expresión, “Esto es lo que ha dicho Jehová”,
como tantas veces decían los profetas del Antiguo Testamento, sino decía
siempre: “Les digo”. ¿Cómo se explica esto, si no es que era en su misma
Persona Dios manifestado en carne? Siempre distinguía su condición de Hijo de
la condición de sus seguidores.
Tampoco se dirigía al “Padre nuestro que está en los cielos”, como enseñó a
orar a sus discípulos, sino a “mi Padre” o “su Padre”. ¿Por qué esta
diferencia, si no hay aquí la insinuación de una distinción entre el Creador y
la criatura de su mano? El Señor Jesucristo aceptaba homenaje y uno casi puede
decir que la estimulaba. Él perdonaba pecados contra Dios cual plenipotenciario
del cielo y tomaba para sí honor en igualdad con el Padre: “El que no honra al
Hijo no honra al Padre que lo envió”; Juan 5:23.
Oró: “Padre, glorifícame al lado de ti mismo con la gloria que tenía al
lado de ti antes que el mundo fuese”, Juan 17.5. Es más: mucho de lo que dijo
sería blasfemia si no fuera una Persona divina antes de entrar en el mundo y
una Persona divina después de salir del mundo. El himno de Isaías 6 fue
dirigido a él cual Rey sobre el trono eterno: “Santo, santo, santo es Jehová de
los ejércitos. La plenitud de toda la tierra es su gloria”. En Juan 12.38, 40
encontramos dos citas de la Profecía de Isaías, cuando se narra que la gente no
creía en Jesús, no obstante haber ejecutado tantas señales entre ellos. La
primera se dirige textualmente a Jehová, y nos llama la atención poderosamente
leer en seguida, en 12.41: Isaías dijo estas cosas porque veía su gloria, y
habló de él”.
“El Padre es mayor que yo”, Juan 14.28, no invalida, de manera alguna, lo
que hemos venido diciendo, ya que el Hijo de Dios nacido en el mundo, cual Hijo
del Hombre, aceptó de voluntad propia una posición de inferioridad para poder
redimir al hombre. Los niñitos son partícipes de carne y sangre, según dice
Hebreos 2.14 en la Nuevo Mundo, y “él
también de igual manera participó de las mismas cosas, para que por su muerte
redujera a la nada… al Diablo”.
Su obra realizada, ascendió muy por encima de los cielos para llenar todo.
En él mora corporalmente toda la plenitud de la cualidad divina - ¡mejor
traducido “de la Deidad”! - Colosenses 1.19. ¿Cómo podría una declaración tan
profunda referirse tan sólo a un hombre que era apenas un hombre cuando estaba
aquí sobre la tierra?
Ahora, en el hospital usted y yo conversamos también acerca del primer
versículo del Evangelio según Juan, que la Nuevo
Mundo expresa de esta manera: “En el principio la Palabra era, y la Palabra
estaba con Dios, y la Palabra era un dios”. Desde luego, me duele eso de “era
un Dios”, y bien sabemos que la “Nuevo
Mundo” está sola en eso; una multitud de versiones rezan “y el verbo
(Palabra) era Dios”.
Las tres cláusulas afirman que (i) en el principio, (ii) Él estaba con
Dios, (iii) Él era Dios. Estas tres cláusulas corresponden a los tres grandes
momentos en el versículo 14 del mismo capítulo: “(i) la Palabra (que era), (ii)
vino a ser carne, (iii) residió entre nosotros. ¿No ve? ¡El que era vino a ser!
Esto descarta la idea falsa que la Palabra se hizo Persona en el momento de
la creación o el momento de la encarnación. La Palabra que era eternamente es
la Palabra que vino en un momento dado, y por unos años residió aquí.
Atentamente,
S.
M. Houghton
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