“No injuriarás a los jueces, ni maldecirás al príncipe de tu pueblo”
(Éxodo 22:28).
Cuando Dios le dio la Ley a Moisés, incluyó una prohibición específica
en contra de hablar reprochando o faltando al respeto de aquellos que ocupan
posiciones de autoridad. La razón es clara: estos gobernantes y líderes son
representantes de Dios. "No hay autoridad sino de parte de Dios, y las que
hay, por Dios han sido establecidas" (Romanos 13:1). El gobernante es:
"servidor de Dios para tu bien" (Romanos 13:4). Aun cuando este
gobernante no conozca al Señor personalmente, sin embargo es el hombre del
Señor oficialmente.
El vínculo entre Dios y los gobernantes humanos
es tan cercano que la Escritura se refiere algunas veces a ellos como dioses.
Por esta razón, leemos en otra versión: "No injuriarás a los dioses",
lo que puede significar autoridades gubernamentales. Y en el Salmo 82:1, Salmo 82:6
el Señor se refiere a los jueces como dioses, no significando que sean deidades
sino que simplemente son agentes de Dios.
A pesar de los ataques asesinos del rey Saúl
contra David, este último no permitió a sus hombres que hicieran daño al rey en
forma alguna, porque era el ungido del Señor (1 Samuel 24:6).
Cuando el apóstol Pablo sin darse cuenta
reprochó al sumo sacerdote, presuroso se arrepintió y disculpó, diciendo:
"No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está: no
maldecirás a un príncipe de tu pueblo" (Hechos23:5).
El respeto por las autoridades tiene vigencia
también en el reino espiritual. Esto explica por qué el arcángel Miguel no se
atrevió a proferir juicio de maldición contra Satanás, sino que sencillamente
le dijo: "El Señor te reprenda" (Judas 1:9).
Una de las marcas de los apóstatas de los
últimos días es que desprecian el señorío, y no temen decir mal de las
potestades superiores. (2 Pedro 2:10).
La lección para nosotros es evidente. Debemos
respetar a nuestros gobernantes como siervos oficiales de Dios aunque no
estemos de acuerdo con su política o no aprobemos su carácter personal. Bajo
ninguna circunstancia debemos decir jamás lo que dijo un cristiano al calor de
una campaña política: "El presidente es vil y sinvergüenza".
Además debemos orar así: "por los reyes y
por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente
en toda piedad y honestidad" (1 Timoteo 2:2).
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