lunes, 5 de septiembre de 2016

¿Qué, pues, haré?

Esta es una pregunta que hacemos al encontrarnos en una situación difícil. La persona que desde lo más profundo de su corazón deja escapar esta pregunta, lo hace porque se en­cuentra en "un callejón sin salida", y está buscando la solución.
Esta condición es bastante peligrosa por cierto, cuando acudimos a otras personas en busca de ayuda material o espiritual, pensan­do encontrar la solución. Ocasionalmente sucede que las personas a quienes acudimos se encuentran en peores condiciones que las nuestras, y en consecuencia recibimos conse­jos o informaciones completamente erróneos.
Como bien lo sabemos, todos tenemos momentos críticos en la vida; ya sea en el aspec­to material como en el espiritual; y es en esos momentos cuando dejamos escapar la pregunta: ¿QUE PUES HARE? y buscamos la ayuda de alguien.
En la Biblia, la Palabra de Dios, surgió esta pregunta durante el proceso del juicio que se llevó a cabo contra el Señor Jesucristo (Mateo 27:22). Proceso y juicio que dio como veredic­to final la muerte del Hijo de Dios en la cruz del Calvario. Proceso, juicio y veredicto que lamen­tablemente para muchos no tiene ningún valor y por lo tanto no ha hecho el efecto de salva­ción que debe hacer.
Hay razones por las cuales el sacrificio del Señor no ha hecho ningún efecto en muchas personas.
¿Qué efecto puede hacer este sacrificio en una persona que está mal informada pensando que la existencia del hombre termina con la muerte? Si la muerte es el fin de todo, entonces ¿para qué vino el Señor a morir por los pecado­res? Aquí hay dos alternativas: o se equivocó Dios al enviar a su Hijo Jesucristo a morir por los pecadores, o está mal informado el que pien­sa que todo termina con la muerte. ¿Qué dice usted?
¿Qué efecto puede hacer el sacrificio del Señor Jesucristo en una persona que, mal in­formada, desprecia al Señor porque cree erró­neamente que al morir va a reencarnar en un animal? Pregunto: ¿Se equivocó Dios al enviar a su Hijo a morir por los pecadores, o los equivocados son los que creen en la reencarna­ción?
¿Y qué de las personas que dicen y enseñan que el hombre no tiene alma, que no hay juicio y que no hay castigo eterno? Sus razones son que Dios es amor, e ignoran las Escrituras que dicen: "Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo" (Hebreos 10:31) y que "Dios es fuego consumidor" (Hebreos 12:29). ¿O acaso nos miente la Palabra de Dios cuando nos da esta promesa tan maravillosa: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna"? (Juan 3:16). ¿Se atreven a pensar ustedes que Dios es mentiroso, o prefieren aceptar que están mal informados?
Para otras personas la muerte del Señor no ha causado ningún efecto, porque se ha tomado este juicio y sacrificio como si se tratase de un juicio cualquiera, como si el Señor hubiera co­metido algún pecado y hubiera muerto por ese pecado o como si el Señor fuera un hombre cualquiera. Pero yo quiero decirle, amigo, que nunca ha habido ni habrá otro proceso, juicio, veredicto y juez que tenga que juzgar a un preso semejante al Señor Jesucristo.
Qué contraste tan grande vemos en este jui­cio:
El gran Creador (Jesús) ante su criatura (Pilato).
El Santo ante el pecador.
El gran Juez de la tierra ante el juez indigno y cruel.
         La sabiduría frente a la ignorancia. Amigo, esta es la razón por la cual este juicio y sacrificio es de gran valor; porque fue Dios mis­mo en la persona de Jesucristo siendo juzgado por usted y por mi'. Y es de tan gran valor y causa tanto efecto, que si usted cree de todo corazón y recibe al Señor Jesús como su Salva­dor creyendo que El murió en la cruz por usted, entonces usted es salvo.
Amigo, Cristo no murió como un mártir; tampoco murió en la cruz para enseñarnos a morir. El murió para que usted y yo tengamos vida eterna (Juan 10:10). Algunos interrogantes aparecen en este juicio. ¿Eran inocentes todas aquellas personas que participaron en éste? ¿Sa­bían o ignoraban que Jesús era Dios? ¿Cuáles fueron los motivos por los cuales tomaron esta decisión? ¿Tendrán alguna disculpa ante el Padre estas personas?
Miremos lo que sabían de Jesús. Los pastores y los magos lo contaron (Mateo 2:2; Lucas 2:17). Se relacionó con todos los grupos sociales que había en ese entonces; los fariseos, los saduceos, los samaritanos y los judíos comunes. Siempre iban tras de El grupos de personas espiándole, mirando qué delito cometía o qué falta había para acusarle ante la ley. Pero a cada paso que daban se daban cuenta con más claridad que Jesús no era otro sino el mismo Dios en persona. Un día fueron despejadas todas las dudas del corazón de ellos en cuanto a su personalidad y fue cuando Lázaro, amigo de Jesús, murió en Betania hacía cuatro días; lo habían sepultado; ya hedía. El Señor ordenó en presencia de todos que quitaran la piedra que cubría la entrada del sepulcro, y cuál no sería la sorpresa cuando el Señor ordenó a Lázaro; "Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera!" (Juan 11:43), y al instan­te, Lázaro salió.
Con este milagro fue como si el Señor hubie­ra firmado su sentencia de muerte (Juan 11: 49-50). Los judíos religiosos se vieron enfrenta­dos o a reconocer a Jesús como el Hijo de Dios o a rechazarle. No tenían más alternativas; pero su celo religioso los tenía tan ciegos, que no les brilló la verdad y más bien decidieron con­fabularse para darle muerte. Luego co­menzó el juicio, que le correspondió a Pilato. Miremos a Jesús frente a Pilato; los testigos y las acusaciones que le hacían no eran para causa de muerte. "Yo no hallo en él ningún delito", dijo Pilato. El mismo sabía que por envidia lo habían entregado (Mateo 27:18). Su mujer le mandó a decir que no tuviera nada que ver con ese justo (Mateo 27:19). Pilato sabía que Jesús era un hombre justo. Una lucha interna se libró dentro de él; estaba en una situación difícil. El pueblo estaba furioso. Tenía la corriente del pueblo en su contra; su conciencia también estaba acusándole. Tenía que decidir: o el pue­blo o Jesús; ni más ni menos. Como se dice vulgarmente, estaba en "un callejón sin salida", no hallando qué hacer.
Quiso evadir el problema remitiéndoselo a Herodes para que él lo juzgara. Heredes hizo algunas preguntas al Señor, luego lo devolvió a Pilato. No hallando éste qué hacer, quiso evadir el problema diciendo: Esto es asunto religioso; que lo juzguen los sumos sacerdotes Anás y Caifás. La situación se hacía cada vez más difícil para Pilato, pues era él quien tenía que decidir qué hacer con Jesús. O se decidía por Jesús abiertamente o estaba con el pueblo, también abiertamente; Jesús o el pueblo; uno de los dos. Creyó encontrar la salida cuando se acordó de la costumbre de soltar un preso cada año. Les nombró al peor de todos, a Barrabás. El pueblo pidió la libertad para Barrabás y fue aquí donde Pilato no pudo soportar más esta situación, ex­clamando: "¿QUE, PUES, HARE DE JESUS, LLAMADO EL CRISTO?" (Mateo 27:22).
La respuesta fue: "Crucifícale, crucifícale". Hipócritamente, Pilato se lavó las manos dan­do a entender a la opinión pública que había obrado con justicia, cuando él no decidió nada, dejándonos una gran incógnita. ¿Por qué Pilato no se decidió por Jesús? Indudablemente, él pensó en lo que perdería; la amistad con la so­ciedad y el cargo en el gobierno, ya que el pue­blo le había dicho: "Si a éste sueltas, no eres amigo de César" (Juan 19:12).
La historia cuenta que poco después Pilato fue llevado como preso político a una isla, y allí murió atormentado por su propia con­ciencia.
A la vida de cada ser humano llega el mo­mento cuando tenemos que decidir entre el Señor Jesús y el mundo que nos rodea. Pocos son los que parten para la eternidad sin haber oído el mensaje de la salvación en Jesús por me­dio de su Palabra, la Biblia, presentada en algún tratado, mensajes por radio o televisión, una conversación con un familiar o amigo creyente, etc. Permítame decirle que cuando leemos la Palabra de Dios, cuando nos hablan del Señor Jesucristo o cuando escuchamos la predicación del Evangelio nos están colocando frente a fren­te con el Señor Jesucristo en forma espiritual. Amigo, la Biblia en sí es un libro, pero su conte­nido presenta al Señor Jesús. Cuando una perso­na desea con todo su corazón ser salvo, y lee la Palabra de Dios, experimenta una lucha interna. Llega a sentir que no halla qué hacer; si aceptar o rechazar el Evangelio. Este es el momento cuan­do pasan muchos pensamientos, y sobre todo aquellos referentes a lo que tiene que perder o dejar, como los vicios, la religión muerta, etc. Pero piense en lo que ganará si se decide por Jesús: la vida eterna (Lucas 28:29-30). Amigo, no trate de evadir este encuentro con Jesús; no se coloque al lado de los neutrales, quienes están perdidos como los que están en contra.
          Si hoy empieza Dios a tratar con usted, si siente que debe decidirse por Jesús, no pre­gunte, "¿Qué, pues, haré?", porque puede que reciba una respuesta errónea. Conteste y decí­dase usted mismo. Pregúntele al Señor; pídale a El que le ayude. Él le ama y quiere ayudarle. Que no le suceda lo que a Pilato. Fueron otros los que decidieron por él. Para terminar quiero decirle que no hay "callejón sin salida". Todos los problemas tienen solución cuando acudimos a Dios. El, todo lo puede.

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