sábado, 10 de diciembre de 2016

ALGUNAS MUJERES DEL ANTIGUO TESTAMENTO (Parte XII)

Débora, una madre en Israel


Cuando el pueblo de Israel había ocupado la tierra de Canaán, y después de muerto Josué, ellos pasaron por días oscuros. Cuando no mantenían la separación de los pueblos vecinos y paganos, Dios los castigaba, dejándoles caer bajo el yugo de servidumbre. En tiempos como aquellos, Dios levantó a Débora como gobernadora y libertadora, para vergüenza de los varones de su época.
¿Quién era esta Débora? La Biblia nos dice que “gobernaba en aquel tiempo a Israel una mujer, Débora, profetisa, y los hijos de Israel subían a ella a juicio”. Deducimos que era de carácter humilde, y esta impresión queda fortalecida por la manera en que se refiere a sí misma en su canto una vez lograda la victoria. Ella no se dio grandes títulos sino habló de sí como una madre en Israel.
Dios levantaba “jueces” que aparentemente no eran mucho según la carne. El primero fue Otoniel, hermano menor de Caleb; el segundo, Aod, de quien se dice sencillamente que era zurdo; luego, Samgar quien con sólo una aguijada de buey libertó a su pueblo. Ahora surge Barac, un hombre miedoso a tal extremo que rehúsa ir a la batalla sin el apoyo de Débora. Pero el rey Jabín “había oprimido con crueldad a los hijos de Israel por veinte años”.
En los treinta versículos que ocupa el cántico de Débora, ésta alaba a los hijos de cinco de las tribus por haberse ofrecido voluntariamente. En cambio, censura a una, la de Rubén, por conformarse con sólo grandes resoluciones y propósitos de corazón, sin hacer nada. “Te quedaste entre los rediles para oír los balidos de los rebaños”. También a Aser acusa de mantenerse a la ribera del mar. Como debe ser, el Dios de Israel recibió la mayor alabanza, especialmente por haber mandado aquella tormenta tan grande: “Desde los cielos pelearon las estrellas; desde sus órbitas pelearon contra Sísara. Los barrió el torrente de Cisón, el antiguo torrente...” Esta tempestad inutilizó los novecientos carros herrados (blindados) que tenía el rey Jabín. Su capitán, Sísara, tuvo que huir a pie.
No fue Débora, sino otra mujer, que logró matarle. Así se cumplió la profecía de la primera cuando le dijo a Barac: “Iré contigo; mas no será tuya la gloria de la jornada que emprendes, porque en mano de mujer venderá Jehová a Sísara”. Débora termina su canto orando que todos los enemigos de Jehová perezcan igualmente que Sísara, y añade: “Más los que te aman, sean como el sol cuando sale en su fuerza”.
Muchos siglos más tarde, Juan emplearía este lenguaje en la isla de Patmos. Al describir su visión del Hijo del Hombre en medio de los candeleros, él dice que su rostro era como el sol cuando sale en su fuerza. El mismo Juan dice en su Epístola que los creyentes “sabemos que cuando él [Cristo] se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos como él es”.

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