Juan Marcos
Aunque estamos acostumbrados a hablar del “Evangelio según Marcos”, es
bueno recordar que el escritor de aquel Evangelio tenía dos nombres. En Hechos
12.12 es “Juan que tenía por sobrenombre Marcos”, Juan siendo su nombre judío y
Marcos, o Marcus, su nombre romano y de uso corriente. Ya hemos señalado que
escribió con lectores romanos en mente, y de toda probabilidad desde la ciudad
imperial. De que tenía a gentiles por delante es evidente por ciertos detalles
secundarios.
Por ejemplo, en el 2.18 él explica que los discípulos de Juan y los de
los fariseos ayunaban, cosa que los judíos sabrían bien pero no así los
gentiles. En el 11.13 dice que no era tiempo de los higos, un comentario
innecesario para los moradores de Palestina. Y, uno observa la peculiaridad de
Marcos de omitir casi de un todo citas del Antiguo Testamento pero de
interpretar términos hebreos que serían extraños para lectores gentiles. Hay
ejemplos en 5.41 y 7.11, 34, donde traduce “Talita cumi”, “Corban” y “Efata”. El 11.17 habla de la casa de oración para
todas las naciones, pero Mateo y Lucas no incluyen esa descripción.
El Evangelio de Marcos es el más reducido de los cuatro. Es un registro
de hechos y no de palabras; los discursos encontrados en Mateo se omiten o se
condensan. El Bendito Señor pasa ante nosotros como el incansable Siervo de
Jehová y casi no podemos dejar de recordar las palabras proféticas de Isaías
42.1: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene
contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las
naciones”.
Se nota que el Evangelio no comienza con una tabla de genealogía. La tal
cosa puede ser necesaria para probar la realeza de Cristo en Mateo y su
parentesco en Lucas, pero a uno no le interesa la genealogía de un siervo; lo
importante es su capacidad para el trabajo.
Marcos comienza con una referencia pasajera al bautismo del Señor en el
Jordán, ya que fue el punto de partida de su ministerio público: “...el tiempo
que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros comenzando desde el bautismo
de Juan”, Hechos 1.21, 22. Luego se ocupa de una vez con las actividades del
Siervo. Hay un sentido de urgencia en su narración. De las ochenta veces en el
Nuevo Testamento que se emplea términos como “luego”, “en seguida”, e
“inmediatamente”, la mitad están en este Evangelio. [Nota del traductor: En la
Reina-Valera, como en el inglés que el autor usó, a veces se suprime el
“luego”. Por ejemplo, el 1.21: “inmediatamente / luego entrando en la sinagoga...”.]
En el primer capítulo uno encuentra una serie de eventos en secuencia
rápida: el bautismo del Señor, su tentación en el desierto, el encarcelamiento
del Bautista, el llamado de Pedro y Andrés, el de Jacobo y Juan, la curación
del inmundo, la sanidad de la suegra de Pedro, la escena contemplada en el
himno, “De noche al descender el sol...”, la sanidad de un leproso, y finalmente
“venían a él de todas partes”.
La misma nota de servicio compasivo e incansable está difundida a lo
largo del registro de Marcos, y bien puede ser resumida en el tributo expresado
por Pedro en Hechos 10.38: “Jesús de Nazaret... anduvo haciendo bienes y
sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”. Está
hermosamente acorde con el carácter de este Evangelio el hecho de que sus
últimas palabras sean: “Ellos —los apóstoles— saliendo, predicaron en todas
partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la
seguían”. El servicio activo continuaba.
¿No es llamativo que sea Juan Marcos, quien al comienzo era un siervo
muy imperfecto —ya que les abandonó a Pablo y Bernabé en su primer viaje
misionero— el escogido por el Espíritu de Dios para proporcionar el relato del
Señor Jesús como el Siervo perfecto? Si Marcos hubiera estar vivo hoy, es de
temer que sus hermanos no le darían una segunda oportunidad, pero la gracia de
Dios perdona y restaura como muchos del pueblo del Señor no hacen, y el honor
para esta tarea le fue concedido a este Juan Marcos.
Información acerca de la vida de este hombre no está a la superficie;
tenemos que cavar para encontrarla, y aun deducir en algunas partes. Pero está
allí, y digna de confianza.
Consideremos 14.51, 52, donde se nos presenta “cierto joven” en un
relato que tan sólo Marcos narra. Juan Marcos ha debido ser testigo de los
acontecimientos acaecidos más temprano aquella tarde. Era el primer día de
panes sin levadura, cuando la pascua debía ser realizada. Con gran deseo el
Señor quería comer aquella pascua con sus discípulos antes de ir a la cruz. Dos
de ellos (Lucas explica que eran Pedro y Juan) fueron instruidos a proceder a
Jerusalén con cautela (ya que el Señor sabía que sus enemigos buscaban su vida)
y preparar la fiesta. Parece evidente que el Señor ya había hecho preparativos
provisionales para utilizar una casa en la periferia de la ciudad, adyacente al
Monte de Olivos. Esto lo entendemos por el hecho que los discípulos serían
dirigidos al sitio apropiado.
Un hombre llevando un cántaro de agua —una cosa poco común, tratándose
de una labor para mujeres— fue la seña preestablecida. Es más, las palabras del
14.14 [como figuran, por ejemplo, en la Nueva Versión Internacional] “¿Dónde
está mi aposento?” dan a saber que
una cámara había sido puesto aparte para su uso. Era una pieza amplia en la
segunda planta, y un sitio histórico, por cuanto fue no tan sólo la escena de
la última pascua sino también a la postre del nacimiento de la Iglesia de Dios
sobre la tierra.
Fue en esta misma cámara que los discípulos se reunieron al haber
encontrado vacío el sepulcro, y parece haber sido su acostumbrado sitio de
reunión. Fue aquí en la tarde del primer Día del Señor que el Señor resucitado
se presentó súbitamente y les mostró sus manos y sus pies.
Fue a este “aposento alto” que volvieron los discípulos una vez
ascendido el Señor, y por lo menos algunos de ellos moraban allí, Hechos 1.13.
Parece que fue a este mismo lugar que acudió Pedro al haber sido librado
milagrosamente de la cárcel, encontrando que una reunión de oración estaba en
progreso. Es en relación con este evento que se nos cuenta que se trataba de la
casa de “María la madre de... Marcos”. Nada se dice en Hechos 12 del padre de
familia, pero Marcos 14 sí hace mención específica de “el señor de la casa”. Se
puede conjeturar que se trata de un núcleo de seguidores secretos de Jesús y
que uno de ellos murió en el intervalo. La señora era de la misma fe que su
esposo y, difunto él, puso la casa a la orden de los discípulos.
Ahora, consideremos por un momento dónde Marcos entra en el relato. Ya
hemos visto que era un joven cuando se celebró la pascua en casa de su padre, y
es de pensar que se dio a escuchar la conversación. Lo que oyó habrá dejado una
impresión indeleble en su mente. Fue casi a medianoche que se marchó el grupo,
y este joven —estamos sugiriendo que fue Juan Marcos— fue tras ellos. Vestía
solamente un sindon, o sea,
interiores de lino que usaba la gente acomodada, 14.51. Tal vez salió aquella
noche por curiosidad, pero más probable por cierta convicción, basada en lo que
vio y oyó, que algo grave iba a suceder.
Aparentemente continuó hasta el Getsemaní; vio los discípulos dormidos;
vio que el Señor se retiró parte; escuchó el “gran clamor y lágrimas” de
“Padre, aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú”. Luego
entró la banda de malvados; sucedió el forcejeo en la oscuridad, cuando Pedro
sacó su espada; y, la huida ignominiosa de los discípulos. De alguna manera el
joven se encontró envuelto en el encuentro. Los soldados intentaron apresarle,
pero él huyó, dejando su sindón como
“rehén”, y llegó asustado a la casa paterna. ¿Podemos negar que la noche de la
traición haya significado una profunda crisis espiritual en la vida de Marcos?
Cuando Pedro, posterior a su negación, fue restaurado al Señor y al
liderazgo entre los discípulos, parece que haber tenido la casa de la madre de
Juan Marcos como el hogar suyo, y parece que fue el medio para llevar a éste al
Señor, por cuanto habla en 1 Pedro 5.13 de “Marcos mi hijo”. Con el tiempo
floreció una amistad estrecha entre el mayor y el menor, y la mayoría de los
estudiosos de la Biblia creen que fue de Pedro que Marcos recibió mucha de la
información que está entretejida en su Evangelio. Es evidente que se trata de
eventos conocidos a un testigo ocular —lo cual Marcos no era— y el lector
cuidadoso notará un toque petrino en el escrito de Marcos.
Él fue destinado a servir con dos otros hombres destacados: Bernabé y
Pablo. Ellos habían ido a Jerusalén para entregar el donativo de la asamblea en
Antioquía —un gesto loable de parte de una joven iglesia de gentiles hacia
creyentes judíos en un momento de angustia— y, como Bernabé era tío de Juan
Marcos (algunos comentaristas dicen que era primo hermano), ¿qué sería más
probable que visitasen en casa de la madre de Marcos en su viaje?
Posteriormente, estos dos emprendieron su primer gran viaje misionero, y
sin duda fue en respuesta a su propia solicitud insistente que a Marcos le fue
permitido acompañarles como asistente. El mismo ardor que años antes le condujo
a salir de casa a medianoche para seguir hasta el Getesemaní, ahora le impulsó
a ofrecerse como colaborador de estos dos veteranos en su viaje arriesgado que
a la postre les llevó a través de las temidas montañas de Taurus donde
abundaban bandoleros y otros peligros.
Juan Marcos no había contado el costo como ha debido hacer, y por esto
se echó para atrás, para regresar a la casa materna, tan pronto que llegaron a
la costa de Panfilia. Aquel comienzo insatisfactorio bien ha podido eliminar
cualquier posibilidad de ser de utilidad en el futuro, pero parece que fue más
bien el comienzo de mejores tiempos. Qué examen propio de su corazón él habrá
tenido al reflexionar sobre su cobardía, no podemos saber, pero nosotros que
hemos fracasado de una manera parecida deberíamos comprender.
Lo que sabemos es que cuando Pablo y Bernabé contemplaban la posibilidad
de otro viaje, Juan Marcos quiso ser incluido de nuevo. Si bien es cierto que
esto dio lugar a un serio desacuerdo entre los dos consiervos, Juan Marcos no
era culpable; al contrario, manifestó una buena actitud al ofrecerse para lo
que el viaje podría involucrar. Bernabé, el hijo de consolación según Hechos
4.36, era el más tierno de los dos. Cuando Pablo no quería la compañía de
Marcos, Bernabé le tomó, y la tradición afirma que el menor estaba presente
cuando el mayor murió como mártir.
Hay cierto indicio que Pablo se apresuró en su juicio y llegó a reconocerlo.
Lo cierto es que tuvo la gracia de escribir, años más tarde, “... Marcos, el
sobrino de Bernabé, acerca del habéis recibido mandamientos, si fuere a
vosotros, recibidle”, Colosenses 4.10.
En su última carta desde la cárcel romana, escrita a Timoteo poco antes
de morir, Pablo piensa de nuevo en Marcos. “Toma a Marcos y tráele conmigo,
porque me es útil para el ministerio”, 2 Timoteo 4.11. Algunos que afirman que
un hueso puede llegar a ser más fuerte que era antes de haber sufrido una
fractura. Sea como fuere, este hombre llegó a ser una ayuda idónea precisamente
en el ministerio en el cual una vez había fracasado, y yergue para nosotros
como gran estímulo a proseguir aun si una vez nos hayamos extraviado del
camino.
Al leer el segundo Evangelio, reflexionemos sobre el trasfondo y
experiencias de su escritor. El presenta al Siervo de quien se profetizó en
Isaías 42.4: “No se cansará ni desmayará”.
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