“Para que en todo él tenga la
preeminencia” (Colosenses 1:18).
Apégate al Señor de
todo corazón y depende de él. En Cristo hallarás todo el poder necesario para
ser y para hacer lo que él quiera.
Es probable que hayamos
experimentado un largo período de gozo al principio de nuestra vida cristiana.
Pero Dios —quien conoce nuestros corazones— sabe con qué rapidez empezamos a
confiar en nuestro propio gozo y no en Cristo. Él debe ser nuestro objeto, no
el gozo.
El pecado ya no está
sobre ti, más la carne está en ti, y lo estará hasta el fin. Si no velas, las
viejas raíces echarán sus retoños, los que deberás cortar tan pronto como
aparezcan. Tales raíces son incapaces de llevar fruto; sólo la nueva naturaleza
puede producirlos para Dios. Pero aunque la carne esté en ti, no pienses en
ello, sino en Cristo. A medida que crezcas en Su conocimiento, aparecerá un
gozo más profundo que el de la conversión.
Conozco a Cristo desde
hace unos treinta años y puedo decir, con toda seguridad, que mi gozo en él es
mucho mayor actualmente que al principio de mi vida cristiana. Es un gozo más
profundo, más apacible y más estable en todas las circunstancias.
Apégate a Cristo de todo corazón. Un corazón distraído es un veneno para el
cristiano. Cuando nos ocupamos en cualquier otro objeto que no sea Cristo,
estamos lejos de la fuente de poder. En el momento en que nuestra alma está
llena de Cristo, nuestro corazón y nuestra mirada están puestos lejos de las
cosas del mundo. Si Cristo habita por la fe en ti, no te preguntarías: «¿qué
tiene de malo esto o aquello?», sino «¿hago esto para Cristo?» o «¿podría
Cristo acompañarme en esto?»
No abras la puerta al mundo para que entre y distraiga tus pensamientos.
Los que ya somos mayores sabemos por experiencia lo que es el mundo y lo que
éste quiere. Despliega ante la juventud todo su esplendor y hace todo lo
posible para atraerla. Engañosas son sus sonrisas; promete lo que no puede
cumplir.
Joven, tu corazón es demasiado grande para el mundo; éste no puede
llenarlo. Pero es muy pequeño para Cristo. Aquel que llenó los cielos quiere
llenar tu corazón hasta hacerlo rebosar.
Persevera junto al Señor con todo tu corazón. Él sabe perfectamente cuán
engañoso es el corazón y cuán propenso a poner cualquier cosa en lugar de
Cristo. Debes conocer lo que realmente hay en tu corazón. Permanece con Dios y
aprenderás de él y de su gracia; de lo contrario, tendrás que aprender del
diablo con dolor y amargura al verte vencido por sus tentaciones.
Sin embargo, Dios es fiel. Si te encuentras alejado de él y otras cosas han
venido a formar una «costra» sobre tu corazón —por decirlo así— entonces no
volverás a hallar de pronto ese gozo. Dios quiere que rompas esa «costra» y que
te liberes de ella. Recuerda que Cristo te ha rescatado con su propia sangre a
fin de que le pertenezcas a él y no al mundo. No permitas que Satanás se
interponga entre ti y la gracia de Dios. Por más negligente que puedas ser y
por más alejado que estés de Dios, cuenta con su amor. Él se regocijará al
verte regresar. Aborrece el pecado y no deshonres a Dios menospreciando su
amor. No pongas en duda su obra ni su amor. Él te ama y te amará hasta el fin.
Habla con Jesús tanto
como puedas. No te des por satisfecho hasta no ser capaz de conversar con
Cristo como con tu mejor amigo y de ir en pos de él. No te conformes con nada
que no sea la comunión íntima de tu alma con Aquel que te amó y lavó tus
pecados con su propia sangre.
J. N. Darby 1995
- Nº 2
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