miércoles, 12 de julio de 2017

Doctrina: Cristología (Parte XIX)

Su vida terrenal.


Introducción:
La vida terrenal de Cristo es importante para la doctrina cristiana por varias razones[1]:
1.    Por­que mostró la validez de sus asertos y, por consiguiente, su dignidad para ser Salvador.
2.    Fue el tiempo cuando el Cordero de Dios pasó por la prueba y mostró ser un ex­celente sacrificio por el pecado.
3.    Su vida terrenal suministra un ejemplo que pueda seguir su pueblo, lo que particularmente quiere decir el ejem­plo de su amor sacrificial (1.a Juan 2:6).
4.    Fue durante su vida terrenal cuando Él realizaba sus enseñanzas, algunas de las cuales se referían de modo principal a los judíos como pueblo directo, y al­gunas se dieron como anticipación a la formación de su Iglesia.
Para estudiar la vida de Cristo podemos dividirla en tres partes. La primera, corresponde a aquellos años de preparación, partiendo por su nacimiento en Belén, seguida de sus años de infancia, juventud y madurez hasta convertirse en hom­bre plenamente, y culmina este periodo con el bautismo y la tentación. La segunda parte de su vida comprende el periodo de mi­nisterio público, que incluían su ministerio primero en Judea (Juan 2:13 al 4:3), su ministerio en Galilea (Ma­teo 1:14 a 9:50) y el ministerio de Perea (Lucas 9:51 — 19:28). Y en tercer lugar, trata de los acontecimientos que conducen a su muerte por crucifixión. Todo esto ocurrió durante  una semana, la que conocemos como la Semana de Pasión o semana Santa (Lucas 19:29 — 22:46) e incluía la traición, el arresto (Juan 18:2-13), el juicio ante Anás y Caifás (Juan 18: 12-24 y Marcos 14:53 — 15:1), Pilato (Marcos 15:1-15), Herodes (Lucas 23: 8-12), y la crucifixión con las varias palabras pronunciadas en la cruz.
Los  biógrafos que disponemos presentas material similar entre ellos, con excepción del evangelio de Juan. Cada evangelista ordena el material existente con el fin de resaltar una cualidad del redentor. Podemos destacar que la creencia generalizada que Mateo muestra a Jesús como el Mesías prometido; Marcos como el Siervo perfecto; Lucas como el hombre perfecto; y Juan muestra el aspecto divino del Señor Jesús. Cada una de estas cualidades propias de nuestro Señor, son resaltadas en forma especial por alguno de los evangelistas
La forma que abordaremos será enumerar  o bosquejar los principales acontecimientos en cada una de las tres etapas de su vida.

1.    Su preparación.
Este periodo de la vida del Señor Jesucristo no podemos empezar a reseñarla con la anunciación, sino que  debemos empezarla por donde Lucas comenzó, con la promesa dada a Zacarías que tendría un hijo y que le llamaría Juan. “Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos.  E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.  (Lucas 1: 16, 17).
          Seis meses después el ángel Gabriel visita a María  y le “dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. […] María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (Lucas 1:28-33). Ella sin más acepta lo que Dios había dispuesto en su soberana autoridad:  “He aquí la si-erva del Señor; hágase conmigo con-forme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia” (Lucas 1:38).
          Por orden imperial, todos debían volver a sus pueblos de origen porque debían ser censados (Lucas 2:1). José, casado con María, tuvo que ir a Belén de Judea por causa del censo, y ella estaba por dar a luz a su hijo primogénito. Al llegar no encontraron mesón donde pudiese estar y dar a luz, sino que el parto se produjo en un pesebre (Lucas 2:7). El hecho fue de tal reconocimiento celestial, que los ángeles alababan a Dios (Lucas 2:14).  A causa del mensaje dado a los pastores por el ángel, ellos fueron a ver lo que sucedía y encontraron al niño y la madre en el pesebre de Belén (Lucas 2:16). 
          Como todo Hebreo, al octavo día fue circuncidado de acuerdo a lo que la ley ordenaba (Lucas 2:21).  Pasado el periodo de purificación, de acuerdo a la ley fueron a presentar al niño a Dios en el templo, ya que por ser el primogénito de María era considerado Santo; y por ser muy pobres, ofrecieron “conforme a lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas, o dos palominos” (Lucas 2:24 cf. Levítico 12:6-8).
          En el templo es reconocido por el sacerdote Simeón que esperaba al Mesías (Lucas 2:25-26), lo bendice; y estaba también Ana que era profetisa (Lucas 2:36).
          Del oriente llegaron unos Magos haciendo  la siguiente pregunta: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle” (Mateo 2:2). Provocó tal revuelo, que hasta Herodes se conmocionó (Mateo 2:3). “Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: En Belén de Judea…” (Mateo 2:4-5), y citaron el pasaje del profecía de Miqueas 5:2. Herodes procedió astutamente “indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella (Mateo 2:7); y los envió con el encargo que volviesen y diesen cuenta de donde estaban para que él le fuese adorar también.  Pero Dios trastocó su plan de eliminar al Mesías prometido y que amenazaba su trono.
          Lo magos, que seguían a una estrella, llegaron hasta el lugar donde habitaban José, María y el Niño. Allí adoraron al niño y le entregaron los presentes que traían: “oro, incienso y mirra” (Mateo 2:11). Y al regresar a su tierra, fueron avisados que lo hiciesen por otro camino y no volviesen a Jerusalén. Herodes dándose cuenta que su planes  de trastocaron, ordenó que todo niño menor de dos años fuese asesinado.
          José fue avisado en sueños que debía huir porque querían matarlo. “Y él, despertando, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto (Mateo 2:14). Estuvieron en Egipto hasta que Herodes murió. Y siendo avisados por un ángel, volvieron a Israel, pero no se quedaron en Belén porque reinaba en aquella zona “Arquelao” (Mateo 2:22), fueron a su antigua tierra: Nazaret, y de ahí que sería llamado “Nazareno”, término que no debe confundirse con “Nazareo”, porque el primero es un gentilicio y el segúndo era un voto o promesa hecha a Dios.
          La siguiente información que se dispone, es la que detalla Lucas en su evangelio, en el cual se visualiza a Jesús como un adolecente de doce años (que posiblemente había celebrado su “Bar Mitzvah”, hijo de los mandamiento, es decir, que era un hombre responsable de sus actos ante la ley)  que viaja con sus padres a celebrar la pascua, en su primer viaje, a Jerusalén. Al terminar la fiesta, y después de un día de viaje, se percataron sus Padres que no estaba en la caravana después de buscarlo por todos lados. Se devolvieron a Jerusalén y al tercer día lo encontraron en el templo, “sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles. Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas (Lucas 2:46-47).
          Ante la reconvención de la Madre a su Hijo (Lucas 2:48), la respuesta del Hijo puede parecer dura ante el sufrimiento de una madre, pero corresponde a un hombre responsable de sus actos y que se preocupa de los negocios de su Padre, de ahí la respuesta del joven Jesús: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? (Lucas 2:49). Sin embargo, el comprendió a pesar de su deseo de complacer a su Padre que su hora no había aun llegado y volvió con ellos “y estaba sujeto a ellos” (Lucas 2:51).
          Después de los sucesos de Jerusalén, solo tenemos que “Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52). Es decir, su crecimiento fue como un muchacho normal y de seguro adquirió la profesión de su padre José (Marcos 6:3; Mateo 13:55).
        “En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto” (Lucas 3:1-2). Juan era conocido como el bautista y proclamaba su mensaje en el Jordán (Betábara, Juan 1:28). “Bautizaba Juan en el desierto, y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados” (Marcos 1:4). Su Mensaje era: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2). Además predicaba diciendo: Viene tras mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado. Yo a la verdad os he bautizado con agua; pero él os bautizará con Espíritu Santo” (Marcos 1:7-8; Vea también Mateo 3:11, 12; Lucas 3:16, 17; Juan 1:27).
          Un día llegó Jesús a ser bautizado por Juan y este se le oponía diciendo: “Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?(Mateo 3:14). Pero comprendió que era necesario que se cumpliese toda justicia y lo bautizó. Después que subió del agua y hubo orado (Lucas 3:21), vio Juan descender el Espíritu Santo como en forma de Paloma y posarse en Jesús (Marcos 1:10). “Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17).
          “El Bautismo de Jesús fue el último acto de su vida privada, desde ahí en adelante su ministerio está vinculado resueltamente ejecutar el plan previamente establecido para la obra que le había sido encomendada y por la que había venido al mundo”[2]
          Impulsado por el Espíritu Santo fue llevado a un  lugar desierto (Mateo 4:1; Lucas 4:1; Marcos 1:12) donde pudo estar cuarenta días  en oración y ayuno. Al finalizar este periodo, Jesús tuvo hambre y Satanás lo tentó, o mejor dicho, lo probó de tres formas. “La tentación del Señor no se originó en Satanás, sino que obedece en todo propósito eterno en relación con la naturaleza humana del Redentor, quien lleno del Espíritu, en el plano de la humanidad aceptó con gusto y complacencia los días de ayuno y luego la tentación, como corresponde a quien se complacía en cumplir todos los propósitos de Dios”.[3]
          El agente de tentación fue Satanás (Marcos 1:13; Mateo 4:1; Lucas 4:2) y lo tentó en tres aspectos, los mismos en el cual Adán fracasó.
a)    Proveerse de alimento en una forma ilícita
Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, dí que estas piedras se conviertan en pan” (Mateo 4:3).
b)   Proveer reconocimiento en forma ilícita
Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, En sus manos te sostendrán, Para que no tropieces con tu pie en piedra. Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios” (Mateo 4:6-7)
c)    Proveerse de los reinos de la tierra de una forma ilícita
Todo esto te daré, si postrado me adorares (Mateo 4:9)
          Ante cada prueba que Satanás lo sometía, el Redentor le daba una respuesta  de acuerdo a lo que Dios había establecido en la Ley. Para primera tentación cita Deuteronomio 8:3; para la segunda, Deuteronomio 6:16; y para tercera, cita Deuteronomio 6:13; 10:20. A diferencia de Adán, el Redentor acudió a las palabras de Dios para protegerse de la tentación, si Adán hubiese recurrido a ella, la situación hubiese sido totalmente distinta.
          Después de la victoria sobre la tentación, “El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían(Mateo 4:11).




[1] Charles C. Ryrie, Síntesis de Doctrina Bíblica, página 67 (adaptado)
[2] Samuel Perez Millos, Comentario Exegético al texto griego del Nuevo Testamento, página 209, editorial Clie.
[3] Idem, página 213

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