Su vida
terrenal.
2. Su ministerio público
Aproximadamente
un mes y medio después de su bautizo, después de haber sido probado, volvió a
orillas del Jordán, donde Juan el bautista estaba predicando y bautizando. Juan
al verlo da testimonio que es el “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo” (Juan 1:29, 36). Y
dos discípulos de Juan deciden ir donde está este “Cordero de Dios”. Uno de
ellos era “Andrés,
hermano de Simón Pedro” (Juan 1:40), y fue el primero en dar testimonio a Pedro: “Hemos hallado al Mesías” (Juan 1:41), y lo presenta a Jesús. Desde ese entonces, Pedro es el tercer
discípulo. Se incorpora Felipe, luego Natanael (Juan 1:43-51).
Con
ellos viaja a Caná de Galilea y porque son invitados a la boda que se celebra y
allí, a instancia de su madre, realiza el primer milagro, convierte el agua en vino
(Juan 2:1-12).
Al
poco tiempo viajan a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Al visitar el
templo, unos días antes, se encuentra que en ella comercializaban “bueyes,
ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados” (Juan 2:14). Y el celo por la casa de Dios
lo consumió, así que “haciendo
un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes;
y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que
vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa
de mercado” (Juan 2:15-16).
Durante
esa pascua hizo señales y muchos creyeron, pero él no se fiaba de ellos (Juan
2:23,24). Seguramente a raíz de estos
hechos, Nicodemo, que era fariseo y “un principal entre los judíos” (Juan 4:1)
tuvo una reunión con el Maestro que le cambió su vida. Reunión en la cual el
Señor declara el Amor de Dios por la humanidad (Juan 3:16).
“Después de esto, vino Jesús con sus discípulos a la
tierra de Judea, y estuvo allí con ellos, y bautizaba” (Juan 3:22). Por un tiempo estuvo hasta que Juan fue detenido por Herodes.
“Cuando Jesús oyó que Juan estaba preso,
volvió a Galilea” (Mateo 4:12). Y en camino a Galilea, decidió pasar por
Samaria y establece una conversación con una mujer mientras sus discípulos iban
a com-prar a la ciudad. Muchos de los Samaritanos creyeron en el Señor (Juan.
4:1-45).
Al
llegar a Caná de Galilea, un oficial del Rey, que vivía en Capernaum, llega
donde él y le ruega que sane a su hijo que está gravemente enfermo. Este
funcionario creyó en la palabra que el Señor le dio y regresó a su casa y
comprobó que su hijo estaba sano (Juan 4:46-54).
En la sinagoga de Nazaret expone
el cumplimiento de la profecía de Isaías (61:1-2) y le rechazaron a raíz de sus
palabras, incluso tratan de matarlo
(Lucas 4:16-31).
A
raíz del hecho anterior, decide radicarse en Capernaum y comienza el primer
viaje de predicación por Galilea (Mateo 4:23-25; Marcos 1:35-39; Lucas
4:42-44).
En
esta ciudad, encuentra a Mateo y este
responde al llamado del Maestro y se incorpora como un discípulo, dejando toda
su vida anterior (Mateo 9:9-13; Marcos 2:13-17; Lucas 5:27-32).
En este periodo vuelve a consolidar a sus
discípulos, partiendo por Pedro, Andrés, Jacobo y Juan (Mateo 4:18-22). “Y Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y se
difundió su fama por toda la tierra de alrededor. Y enseñaba en las sinagogas
de ellos, y era glorificado por todos” (Lucas 4:14-15).
Ya de regreso del viaje misionero por Galilea, enseña el sermón del
monte (Mateo 5-7) a sus discípulos y al pueblo que le seguía. Y es posible que
en este tiempo escogiese a los 12 apóstoles (Marcos 3:13-19; Mateo 10:2-4) para
que “estuviesen con él”.
Debido
a lo que predicaba y al revuelo que provocaba en el pueblo y en los dirigentes
religioso, “los suyos, vini-eron para prenderle; porque decían:
Está fuera de sí” (Marcos 3:21). Incluso su madre estaba en el grupo de familiares que venían por
Jesús para detenerlo (Marcos 3:31-35).
No
se detiene mucho tiempo en el pueblo y parte para un segundo viaje por Galilea
(Lucas 8:1-3). Comienza a enseñar por medio parábolas: el Sembrador (Mateo
13:1-9; Marcos 4:1-9; Lucas 8:4-8); del trigo y la cizaña (Mateo 13:24-30); la
semilla de Mostaza (Mateo 13:31-31; Marcos 4:30-32; Lucas 13:18-19); de la
levadura (Mateo 13:33; Lucas 13:20-21); el tesoro escondido (Mateo 13:44); la
perla de gran precio (Mateo 13:45); La red (mateo 13:47-50); Tesoros nuevos y
viejos (Mateo 13:51-52).
En
el mar de Galilea, en una noche tempestuosa, “él dormía”. Al verse perdidos los
discípulos, lo despiertan y “re-prendió a los vientos y al mar; y se hizo grande
bonanza” (Mateo 8:23-27; Marcos 4:35-41; Lucas 8:22-25).
En
Capernaum resucita a la hija de Jairo y sana a una mujer con flujo sanguíneo
(Mateo 9:18-26; Marcos 5:21-43; Lucas 8:40-56).
Debido
a que “la mies
es mucha, más los obreros pocos”, envía a los doce
apóstoles con las siguientes instrucciones:
“Por
camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id
antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Y yendo, predicad, diciendo:
El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos,
resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 9:36-11:1; Marcos 6:6-13;
Lucas 9:1-6).
En Maqueronte Herodes asesina a Juan
el Bautista (Mateo 14:1-12; Marcos 6:14-26; Lucas 9:7-9). A raíz de esto, Jesús
se apartó a un lugar desierto con sus discípulos; y mucha gente llegó a donde
él estaba. Él “tuvo compasión de
ellos, y sa-nó a los
que de ellos estaban enfermos.” Y
provee alimento para cinco mil hombres
sin contar a mujeres e hijos a partir de
“cinco panes de cebada y dos pececillos”. Se saciaron todos, y sobró
“doce cestas de pedazos” (Mateo 14:13-21; Marcos 6:30-44; Lucas 9:10-17; Juan
6:1-14).
Los discípulos se dirigieron a
Capernaum en una barca y Jesús fue a orar al monte. A la “cuarta vigilia” él va
caminado sobre el agua en medio del mar tormentoso. Pedro y los demás creen que
es un fantasma, pero Jesús los calma y Pedro camina sobre el mar, pero al ver
la tormenta a su alrededor comienza a hundirse, pero Jesús lo toma de la mano y
ambos suben al bote y el viento se calmó (Mateo 14:22-33; Marcos 6:45-52; Juan
6:16-21).
Los hombres que vieron el milagro lo
buscaban con la intención de hacerlo rey porque él les podían proveer de pan. Pero
el caminó que Jesús les muestra es totalmente distinto, que crean en él, que es
el pan del cielo, pan de vida. Desde este momento muchos de sus discípulos lo
abandonaron, pero los apóstoles reconocían que él tenía palabras de vida y que
era el Cristo el hijo del Dios viviente
(Juan 6:22-71).
Cuando estaba en Tiro y Sidón, sana a
la hija de una mujer cananea que estaba endemoniada. Al ver la fe de ella, le
concede lo que ella insistentemente le pedía (Mateo 15:21-28; Marcos 7:24-30).
A la vuelta de Tiro y Sidón, sentado en la ladera del
monte, recibió a todas las personas que llegaban con alguna dolencia, y el las
sanó. Pasaron junto a él durante tres días y no tenían que comer. Pero él
quiere alimentarlos para que cuando retornen no lo hagan en ayunas. “Y tomando los siete panes y los peces, dio
gracias, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron
todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, siete canastas
llenas. Y eran los que habían comido, cuatro mil hombres, sin contar las
mujeres y los niños” (Mateo 15:32-39).
En la región de Cesarea de Filipo, Jesús les hace una pregunta crucial a los apóstoles “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del
Hombre?”. Pedro, da la respuesta correcta: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Y Jesús profetisa que le “era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de
los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y
resucitar al tercer día”. Y
reprendió a Pedro por querer oponerse a las cosas de Dios. (Mateo 16:13-26; Marcos 8:27-37; Lucas 9:18-25).
Seis días después de lo relatado anteriormente,
Jesús tomó a Pedro, Jacobo y Juan, y
subió al monte y allí se transfiguró, y
aparecieron Moisés y Elías. Y ante la intervención de Pedro, la voz de
Dios declara de su Hijo: “Este es mi Hijo
amado, en quien tengo complacencia; a él oíd”. El
mismo Jesús les indica que guarden silencio de lo que habían visto por un
tiempo (Mateo 17:1-13; Marcos 9:2-13; Lucas 9:28-36; 2 Pedro 1:16-18).
Al regreso del monte sana a un
muchacho que es lunático, cuyo estado era provocado por un demonio que los discípulos no pudieron
expulsar (Mateo 17:14-21; Marcos 9:14-29; Lucas 9:37-43).
Estando en Capernaum pagó el impuesto del
templo con un estatero que estaba en la boca del primer
pez que Pedro pescó, tal como Jesús le había indicado (Mateo 17:24-27).
En
este tiempo, Jesús asiste, “no abiertamente,
sino como en secreto”, a la fiesta
de los tabernáculos en Jerusalén. La multitud lo buscaba para ver las señales
que hacía. “Mas a la mitad de la fiesta subió Jesús
al templo, y enseñaba”. Y
provocaba que el pueblo estuviese divido, pensando algunos que él podía
ser el Cristo (Juan 7:11-52).
Estando
aun en Jerusalén, los escribas y
fariseos trajeron una mujer acusada de adulterio y la iban a lapidar de acuerdo
a la ley, y lo tentaban para acusarle, pero él nada les decía, excepto “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero
en arrojar la piedra contra ella”. Y todos, movidos por su
conciencia, abandonaron el lugar y nadie la condenó, y el que podía hacerlo
agregó: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:1-11).
Después de la controversia entre Jesús y los
judíos, que se registra en Juan 8, él pasando junto a discípulos, encuentra a
un ciego al que le da la vista, ya
que era ciego de nacimiento. Tal fue el
revuelo de los que lo conocían, que fue llevado ante los fariseos. Estos no
creían que hubiese sido ciego, tanto que se requirió a sus padres para que refrendase su anterior condición. Dado que el ex ciego
se puso de parte de quien le dio la vista, los dirigentes de los judíos lo
expulsaron de la sinagoga. Jesús al encontrarlo, se manifestó a él como el Hijo
de Dios y él lo adoró (Juan 9:1-41).
A raíz de sus
declaraciones (Juan 10), los judíos “Procuraron otra vez prenderle, pero él se escapó de sus manos. Y se fue de nuevo al
otro lado del Jordán, al lugar donde primero había estado bautizando Juan” (Juan 10:39-40). De camino a Perea, pasó a visitar a sus
buenos amigos y fieles discípulos, Marta, María (Lucas 10:38.42). Un tiempo
después de haber llegado a su destino, y de haber predicado, donde “muchos cre-yeron en él allí” (Juan 10:42), recibió un urgente mensaje que anunciaba que
Lázaro estaba muy enfermo y necesitaba que fuese inmediatamente. El Señor Jesús
sabía que la enfermedad de Lázaro era para la gloria de Dios, así que partió
dos días después de haber recibido el mensaje y cuando llegó a su destino,
Lázaro había muerto hacía cuatro días. El Señor
después de hablar con Marta y María, y de haber llorado frente a la
tumba de Lázaro, ordenó que fuese abierta y lo llamó de vuelta a la vida (Juan 11:1-44).
Desde este punto comienza su último viaje a Jerusalén. Y en este viaje, que pasaba
por la zona ubicada entre Samaria
y Galilea, no dejó de hacer milagros: sana a
diez leprosos (Lucas 17:11-19),
enseñaba por medio de respuestas a preguntas o por medio de
parábolas; no deja de bendecir a los que
se le acercan (Lucas 18:15-17; Mateo 19:13-15: Marcos 10:13-16). Y establece un
dialogo con un joven rico que quería “heredar la vida eterna”. Él tenía una
vida religiosa intachable en apariencia, pero amaba sus riquezas y no quiso
desprenderse de ellas para seguir al maestro, el que le podía dar la vida
eterna que tanto ansiaba (Lucas 18:18-30; Mateo 19:16-30; Marcos 10:17-31).
En camino a Jerusalén vuelve a anunciar
que iba a morir para que se cumpliese las Escrituras acerca del Hijo del hombre
(mateo 20:17-19; Marcos 10:32-24; Lucas 18:31-34). Y Jacobo y Juan, secundado por su madre, hacen
una petición de querer sentarse a la derecha e izquierda del trono del Señor.
Esta designación de puestos sólo le corresponde al Padre asignarlos, al
creyente estar dispuesto a dar su vida por el Señor y ser bautizado con su
bautismo (Marcos 10:35-45; Mateo 20:20-28).
Al
llegar a Jericó le da la vista a uno de los dos ciegos que clamaban: “¡Jesús,
Hijo de David, ten misericordia de mí!” (Mateo 20:29-34; Marcos 10:46-52; Lucas
18:35-43). Y Zaqueo obtuvo lo que buscaba, conocer a Jesús, y el mismo Señor se
fijó en él, de modo que desde ese momento hubo un cambio impactante en su vida:
“He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a
los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (Lucas 19:1-10).
Después de Jericó, Jesús
se dirige a Betania a visitar a María y Marta (Juan 12:1-11). Y en un cena en
casa de Simón el leproso (y que es posible que este sea el padre de Judas
Iscariote), y allí Marta servía (que bien podía ser amiga de la familia
de Simón o su esposa); y María lo ungió con un perfume carísimo
de nardo puro. Este desperdicio que vio Judas Iscariote (y seguramente en
otros), originó que reclamara o diera su opinión en voz alta, “no porque se cuidara de los pobres, sino porque
era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se
echaba en ella.”. La respuesta del
Señor a la crítica de Judas Iscariote
fue: “Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado
esto. Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, más a mí no
siempre me tendréis” (Juan 12:1-8; Mateo 26:6-13; Marcos 14:3-9).
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