lunes, 7 de agosto de 2017

Doctrina: Cristología (Parte XX)

Su vida terrenal.
2. Su ministerio público


          Aproximadamente un mes y medio después de su bautizo, después de haber sido probado, volvió a orillas del Jordán, donde Juan el bautista estaba predicando y bautizando. Juan al verlo da testimonio que es el “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29, 36). Y dos discípulos de Juan deciden ir donde está este “Cordero de Dios”. Uno de ellos era  “Andrés, hermano de Simón Pedro(Juan 1:40), y fue el primero en dar testimonio a Pedro: Hemos hallado al Mesías(Juan 1:41), y lo presenta a Jesús. Desde ese entonces, Pedro es el tercer discípulo. Se incorpora Felipe, luego Natanael (Juan 1:43-51).
          Con ellos viaja a Caná de Galilea y porque son invitados a la boda que se celebra y allí, a instancia de su madre, realiza el primer milagro, convierte el agua en vino (Juan 2:1-12).
          Al poco tiempo viajan a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Al visitar el templo, unos días antes, se encuentra que en ella comercializaban “bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados(Juan 2:14).  Y el celo por la casa de Dios lo consumió, así que haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado(Juan 2:15-16).
          Durante esa pascua hizo señales y muchos creyeron, pero él no se fiaba de ellos (Juan 2:23,24). Seguramente a  raíz de estos hechos, Nicodemo, que era fariseo y “un principal entre los judíos” (Juan 4:1) tuvo una reunión con el Maestro que le cambió su vida. Reunión en la cual el Señor declara el Amor de Dios por la humanidad (Juan 3:16).
          “Después de esto, vino Jesús con sus discípulos a la tierra de Judea, y estuvo allí con ellos, y bautizaba (Juan 3:22). Por un tiempo estuvo hasta que Juan fue detenido por Herodes.
          “Cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, volvió a Galilea” (Mateo 4:12). Y en camino a Galilea, decidió pasar por Samaria y establece una conversación con una mujer mientras sus discípulos iban a com-prar a la ciudad. Muchos de los Samaritanos creyeron en el Señor (Juan. 4:1-45).
          Al llegar a Caná de Galilea, un oficial del Rey, que vivía en Capernaum, llega donde él y le ruega que sane a su hijo que está gravemente enfermo. Este funcionario creyó en la palabra que el Señor le dio y regresó a su casa y comprobó que su hijo estaba sano (Juan 4:46-54).
        En la sinagoga de Nazaret expone el cumplimiento de la profecía de Isaías (61:1-2) y le rechazaron a raíz de sus palabras,  incluso tratan de matarlo (Lucas 4:16-31).
          A raíz del hecho anterior, decide radicarse en Capernaum y comienza el primer viaje de predicación por Galilea (Mateo 4:23-25; Marcos 1:35-39; Lucas 4:42-44).  
          En esta  ciudad, encuentra a Mateo y este responde al llamado del Maestro y se incorpora como un discípulo, dejando toda su vida anterior (Mateo 9:9-13; Marcos 2:13-17; Lucas 5:27-32).
        En este periodo vuelve a consolidar a sus discípulos, partiendo por Pedro, Andrés, Jacobo y Juan (Mateo 4:18-22). “Y Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra de alrededor. Y enseñaba en las sinagogas de ellos, y era glorificado por todos” (Lucas 4:14-15).
        Ya de regreso del viaje misionero por Galilea, enseña el sermón del monte (Mateo 5-7) a sus discípulos y al pueblo que le seguía. Y es posible que en este tiempo escogiese a los 12 apóstoles (Marcos 3:13-19; Mateo 10:2-4) para que “estuviesen con él”.
          Debido a lo que predicaba y al revuelo que provocaba en el pueblo y en los dirigentes religioso, “los suyos, vini-eron para prenderle; porque decían: Está fuera de sí (Marcos 3:21). Incluso su madre estaba en el grupo de familiares que venían por Jesús para detenerlo (Marcos  3:31-35).
          No se detiene mucho tiempo en el pueblo y parte para un segundo viaje por Galilea (Lucas 8:1-3). Comienza a enseñar por medio parábolas: el Sembrador (Mateo 13:1-9; Marcos 4:1-9; Lucas 8:4-8); del trigo y la cizaña (Mateo 13:24-30); la semilla de Mostaza (Mateo 13:31-31; Marcos 4:30-32; Lucas 13:18-19); de la levadura (Mateo 13:33; Lucas 13:20-21); el tesoro escondido (Mateo 13:44); la perla de gran precio (Mateo 13:45); La red (mateo 13:47-50); Tesoros nuevos y viejos (Mateo 13:51-52).
          En el mar de Galilea, en una noche tempestuosa, “él dormía”. Al verse perdidos los discípulos, lo despiertan y “re-prendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza” (Mateo 8:23-27; Marcos 4:35-41; Lucas 8:22-25).
          En Capernaum resucita a la hija de Jairo y sana a una mujer con flujo sanguíneo (Mateo 9:18-26; Marcos 5:21-43; Lucas 8:40-56).
          Debido a que “la mies es mucha, más los obreros pocos”, envía a los doce apóstoles con las siguientes instrucciones: Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia”  (Mateo 9:36-11:1; Marcos 6:6-13; Lucas 9:1-6).
          En Maqueronte Herodes asesina a Juan el Bautista (Mateo 14:1-12; Marcos 6:14-26; Lucas 9:7-9). A raíz de esto, Jesús se apartó a un lugar desierto con sus discípulos; y mucha gente llegó a donde él estaba. Él “tuvo compasión de ellos, y sa-nó a los que de ellos estaban enfermos. Y provee alimento para cinco mil hombres  sin contar a mujeres e hijos a partir de  “cinco panes de cebada y dos pececillos”. Se saciaron todos, y sobró “doce cestas de pedazos” (Mateo 14:13-21; Marcos 6:30-44; Lucas 9:10-17; Juan 6:1-14).
          Los discípulos se dirigieron a Capernaum en una barca y Jesús fue a orar al monte. A la “cuarta vigilia” él va caminado sobre el agua en medio del mar tormentoso. Pedro y los demás creen que es un fantasma, pero Jesús los calma y Pedro camina sobre el mar, pero al ver la tormenta a su alrededor comienza a hundirse, pero Jesús lo toma de la mano y ambos suben al bote y el viento se calmó (Mateo 14:22-33; Marcos 6:45-52; Juan 6:16-21).
          Los hombres que vieron el milagro lo buscaban con la intención de hacerlo rey porque él les podían proveer de pan. Pero el caminó que Jesús les muestra es totalmente distinto, que crean en él, que es el pan del cielo, pan de vida. Desde este momento muchos de sus discípulos lo abandonaron, pero los apóstoles reconocían que él tenía palabras de vida y que era el Cristo el hijo del Dios viviente  (Juan 6:22-71).
          Cuando estaba en Tiro y Sidón, sana a la hija de una mujer cananea que estaba endemoniada. Al ver la fe de ella, le concede lo que ella insistentemente le pedía (Mateo 15:21-28; Marcos 7:24-30).
          A la vuelta  de Tiro y Sidón, sentado en la ladera del monte, recibió a todas las personas que llegaban con alguna dolencia, y el las sanó. Pasaron junto a él durante tres días y no tenían que comer. Pero él quiere alimentarlos para que cuando retornen no lo hagan en ayunas. “Y tomando los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, siete canastas llenas. Y eran los que habían comido, cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños” (Mateo 15:32-39).
          En la región de Cesarea de Filipo, Jesús les hace una pregunta crucial a los apóstoles “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”. Pedro, da la respuesta correcta: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Y Jesús profetisa que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día”.  Y reprendió a Pedro por querer oponerse a las cosas de Dios.  (Mateo 16:13-26; Marcos 8:27-37; Lucas 9:18-25).
          Seis  días después de lo relatado anteriormente, Jesús tomó a  Pedro, Jacobo y Juan, y subió al monte y allí se transfiguró, y  aparecieron Moisés y Elías. Y ante la intervención de Pedro, la voz de Dios declara de su Hijo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd”. El mismo Jesús les indica que guarden silencio de lo que habían visto por un tiempo (Mateo 17:1-13; Marcos 9:2-13; Lucas 9:28-36; 2 Pedro 1:16-18).
          Al regreso del monte sana a un muchacho que es lunático, cuyo estado era provocado por un  demonio que los discípulos no pudieron expulsar (Mateo 17:14-21; Marcos 9:14-29; Lucas 9:37-43).
Estando en Capernaum pagó el impuesto del templo  con  un estatero que estaba en la boca del primer pez que Pedro pescó, tal como Jesús le había indicado (Mateo 17:24-27).
          En este tiempo, Jesús asiste, “no abiertamente, sino como en secreto”,  a la fiesta de los tabernáculos en Jerusalén. La multitud lo buscaba para ver las señales que hacía. “Mas a la mitad de la fiesta subió Jesús al templo, y enseñaba”. Y  provocaba que el pueblo estuviese divido, pensando algunos que él podía ser el Cristo (Juan 7:11-52).
          Estando aun en Jerusalén,  los escribas y fariseos trajeron una mujer acusada de adulterio y la iban a lapidar de acuerdo a la ley, y lo tentaban para acusarle, pero él nada les decía, excepto El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Y todos, movidos por su conciencia, abandonaron el lugar y nadie la condenó, y el que podía hacerlo agregó: Ni yo te condeno; vete, y no peques más(Juan 8:1-11).
Después de la controversia entre Jesús y los judíos, que se registra en Juan  8,   él pasando junto a discípulos, encuentra a un ciego al que le  da la vista, ya que  era ciego de nacimiento. Tal fue el revuelo de los que lo conocían, que fue llevado ante los fariseos. Estos no creían que hubiese sido ciego, tanto que se requirió  a sus padres para que refrendase  su anterior condición. Dado que el ex ciego se puso de parte de quien le dio la vista, los dirigentes de los judíos lo expulsaron de la sinagoga. Jesús al encontrarlo, se manifestó a él como el Hijo de Dios y él lo adoró (Juan 9:1-41).
          A raíz de sus declaraciones (Juan 10), los judíos “Procuraron otra vez prenderle, pero él se escapó de sus manos. Y se fue de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde primero había estado bautizando Juan(Juan 10:39-40). De camino a Perea, pasó a visitar a sus buenos amigos y fieles discípulos, Marta, María (Lucas 10:38.42). Un tiempo después de haber llegado a su destino, y de haber predicado, donde “muchos cre-yeron en él allí” (Juan 10:42), recibió un urgente mensaje que anunciaba que Lázaro estaba muy enfermo y necesitaba que fuese inmediatamente. El Señor Jesús sabía que la enfermedad de Lázaro era para la gloria de Dios, así que partió dos días después de haber recibido el mensaje y cuando llegó a su destino, Lázaro había muerto hacía cuatro días. El Señor  después de hablar con Marta y María, y de haber llorado frente a la tumba de Lázaro, ordenó que fuese abierta y lo llamó de  vuelta a la vida (Juan 11:1-44).
          Desde este punto comienza  su último viaje a Jerusalén. Y en este viaje,  que pasaba  por la zona ubicada entre  Samaria y Galilea, no dejó de hacer milagros: sana a  diez leprosos (Lucas 17:11-19),  enseñaba por medio de respuestas a preguntas o por medio de parábolas;  no deja de bendecir a los que se le acercan (Lucas 18:15-17; Mateo 19:13-15: Marcos 10:13-16). Y establece un  dialogo con un joven rico que  quería “heredar la vida eterna”. Él tenía una vida religiosa intachable en apariencia, pero amaba sus riquezas y no quiso desprenderse de ellas para seguir al maestro, el que le podía dar la vida eterna que tanto ansiaba (Lucas 18:18-30; Mateo 19:16-30; Marcos 10:17-31).
          En camino a Jerusalén vuelve a anunciar que iba a morir para que se cumpliese las Escrituras acerca del Hijo del hombre (mateo 20:17-19; Marcos 10:32-24; Lucas 18:31-34). Y  Jacobo y Juan, secundado por su madre, hacen una petición de querer sentarse a la derecha e izquierda del trono del Señor. Esta designación de puestos sólo le corresponde al Padre asignarlos, al creyente estar dispuesto a dar su vida por el Señor y ser bautizado con su bautismo (Marcos 10:35-45; Mateo 20:20-28).
          Al llegar a Jericó le da la vista a uno de los dos ciegos que clamaban: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” (Mateo 20:29-34; Marcos 10:46-52; Lucas 18:35-43). Y Zaqueo obtuvo lo que buscaba, conocer a Jesús, y el mismo Señor se fijó en él, de modo que desde ese momento hubo un cambio impactante en su vida: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (Lucas 19:1-10).
          Después de Jericó, Jesús se dirige a Betania a visitar a María y Marta (Juan 12:1-11). Y en un cena en casa de Simón el leproso (y que es posible que este sea el padre de Judas Iscariote), y  allí Marta servía (que bien podía ser amiga de la familia de Simón o su esposa); y María lo ungió  con un perfume carísimo de nardo puro. Este desperdicio que vio Judas Iscariote (y seguramente en otros), originó que reclamara o diera su opinión   en voz alta, “no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella.”. La respuesta del Señor a la crítica de Judas  Iscariote fue: “Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto. Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, más a mí no siempre me tendréis” (Juan 12:1-8; Mateo 26:6-13; Marcos 14:3-9).

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