Primera revelación: Capítulo 1
He aquí
el razonamiento del pueblo en el momento en que Hageo fue enviado: "No ha
llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada"
(v. 2). ¿Qué beneficio nos puede aportar este trabajo? ¡Cuán a menudo
encontramos estas palabras entre los cristianos, incluso entre los que, tras
haberse puesto manos a la obra, estiman sus esfuerzos superfluos! Esto tiene un
nombre: Desánimo, cuya causa es el miedo y nuestra incapacidad de resistir a
los obstáculos que el poder del Enemigo nos pone. Preguntémonos si este desánimo
no es un ultraje al poder y a la fidelidad de nuestro Dios.
Pero el profeta va a mostrarnos que el desánimo
mismo no era en el fondo más que un pretexto. Detrás de él, se esconda un
principio que el remanente apenas sospechaba, o del cual desconocía la
gravedad: El egoísmo y la mundanalidad. "¿Es para vosotros tiempo, para
vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está
desierta?" (v. 4). El pueblo de Dios apreciaba más sus propios asuntos que
los de la casa de Dios. Se entregaba a la comodidad, se dejaba invadir por el
lujo, artesonando sus casas. Los intereses del templo eran colocados en último
lugar.
Apenas han salido los cimientos de tierra
que, siguiendo nuestra tendencia natural, volvemos a nuestras casas y no
pensamos más que en hallar un lugar de descanso para nosotros y los nuestros. Habíamos
empezado por seguir a Aquel que no tenía un lugar en donde reposar su cabeza, y
ahora le tratamos como extranjero entre nosotros y apenas le damos un lugar
entre los que Él ha salvado y de los cuales ha hecho su casa. Ah! ciertamente,
el celo de la casa de Dios no nos ha consumido como a Él. ¡Acaso amamos las
comodidades de nuestras casas artesonadas, rebajando más nuestra ciudadana
celestial, al nivel de "los que habitan sobre la tierra"!
Fijémonos en estas palabras: "Meditad
bien sobre vuestros caminos" (v. 5), estas palabras aparecen hasta cinco
veces en esta corta profecía. Parémonos a meditar sobre nuestros caminos;
consideremos su consecuencia. Esta consecuencia, es la disciplina del Señor
ejercida sobre nosotros a causa de nuestra mundanalidad y de nuestro egoísmo:
"Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis
satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su
jornal en saco roto" (v. 6).
Acordémonos de las palabras, las predicaciones, las verdades largamente
difundidas, cuando Dios nos dio la gracia de reunirnos alrededor de la mesa del
Señor. ¡Cómo se multiplicaba la simiente entre nuestras manos en aquel tiempo!
El tiempo de la siega ha llegado, ¿dónde se encuentran los obreros doblegándose
bajo el peso de la cosecha? ¡"recogéis poco"! ¿Era por culpa de la
simiente? No, los que fallábamos somos nosotros.
Pero la
disciplina de Dios no alcanza solamente a nuestra obra sino que nos azota
personalmente. "Bebéis y no quedáis satisfechos". Puede ser que nos
ocupemos mucho de la Palabra de Dios. ¿Cuántas preguntas interesantes
dilucidadas, dificultades resueltas, doctrinas establecidas y aprendidas? ¿Hay
algo en esto con lo que podamos dar refrigerio a nuestras almas? No, el corazón
permanece seco, y continuamos bebiendo sin saciar nuestra sed. Y todavía más,
teniendo con que vestirnos, "no os calentéis"; permanecemos fríos. Y
para terminar, el fruto de nuestro trabajo, atesorado para nosotros mismos, se
desliza a través de las roturas del saco sin que quede nada.
"Así
ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad sobre vuestros caminos. Subid al
monte, y traed madera, y reedificad la casa; y pondré en ella mi voluntad, y
ser glorificado, ha dicho Jehová. Buscáis mucho, y halláis poco; y encerráis en
casa, y yo lo disiparé en un soplo. ¿Por qué? dice Jehová de los ejércitos. Por
cuanto mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre a su propia
casa" (v. 7-9).
Sí,
meditemos por segunda vez nuestros caminos. El trabajo según Dios, es el de añadir
materiales vivos a Su casa. Pero éste no era el único trabajo que el remanente perseguía;
sino que había buscado reunir dos cosas irreconciliables: La obra de la casa de
Dios y la satisfacción de sus propios intereses: "Cada uno de vosotros
corre a su propia casa". Estas cosas no podían unirse. En tal asociación
es siempre el lado de Dios el que sufre. Ellos habían "traído poco" a
la casa de Dios. Pero El, que no quiere corazones divididos, los había
"disipado en un soplo". Su poco trabajo se había reducido a nada. Tal
era el juicio de Dios sobre su actividad. Ya no les confiaba más materiales
para construir, desde el momento en que construían para sí mismos.
¿No es de
resaltar que el mundo, tan empeñado en poner obstáculos a su trabajo para Dios,
no les haba puesto la menor oposición cuando corrieron cada uno a su casa? Satanás
es un enemigo que actúa con saña y perspicacia. Sabe perfectamente que la obra
no puede prosperar si los corazones están divididos.
Pero he aquí
que, por la gracia de Dios (v. 12-15), los dirigentes escuchan, el pueblo
recibe y acata el mensaje del enviado de Dios. El grito: "¡Meditad sobre
vuestros caminos"! ha hallado eco en la conciencia de Israel. ¡Qué pueda también
encontrarlo en la nuestra!
El
resultado de este despertar no se hace esperar. Dios mismo anima en sus
primeros pasos a los que se deciden a seguir el camino de la obediencia:
"Yo estoy con vosotros". ¡Nada más conmovedor y que anime tanto!:
"Yo estoy con vosotros". Los temores de muchos se desvanecieron. Su
alma se conciencia de que la integridad es apreciada por el Señor y que le
place. Ella recibe el testimonio de haber agradado a Dios. Como recompensa al
celo de algunos se produce un despertar general. Ellos "vinieron y
trabajaron en la casa de Jehová de los ejércitos, su Dios".
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