Taré
Sin la fe es imposible
agradar a Dios, Hebreos 11.6
Taré, padre de
Abram, Nacor y Harán, nos es presentado en esta porción de las Sagradas
Escrituras, Génesis 11.31, 32, como un peregrino hacia Canaán. “Y tomó Taré a
Abram su hijo, y a Lot hijo de Harán, hijo de su hijo, y a Sarai su nuera,
mujer de Abram su hijo: y salió con ellos de Ur de los Caldeos, para ir a la
tierra de Canaán”. Taré vivió en la “tierra de su naturaleza” hasta ese día en
que poniéndose en marcha hacia Canaán hizo pública profesión de ser un
verdadero peregrino.
Pero ¿lo fue realmente? No. Los hechos subsiguientes ponen de manifiesto
que Taré no fue sino un peregrino de nombre, un mero profesante. La narración
continúa: “Y vinieron hasta Harán, y asentaron allí”. El nombre Taré significa
“estación” o “paradero”, y en verdad que su nombre está muy de acuerdo con sus
hechos. Taré se paró en Harán, y permaneció allí por toda su vida. Al ser
interrogado en cuanto a su posición podría contestar: “¡Soy un peregrino!” Sin
embargo no se movió de Harán, y al final fue sorprendido por la muerte sin
nunca haber llegado al término de su pretendida peregrinación.
Harán “murió en la tierra de su naturaleza”, fuera de Canaán; y Taré con
toda su profesión y apariencia de peregrino, murió también fuera de Canaán.
“Murió Taré en Harán”.
Taré fue,
probablemente, sincero en su creencia de ser un peregrino, pero su sinceridad
no le llevó a Canaán. Para llegar a donde deseaba ir, además de sinceridad,
necesitamos caminar; y caminar por el camino recto.
Muchos hay en
este tiempo que ocupan la falsa y peligrosa posición del sincero Taré: millares
de peregrinos de nombre que jamás llegan al término de su viaje. “Soy
cristiano” es un dicho muy popular; sin embargo, si nuestras vidas no están en
consonancia con las demandas del Cristo, esta confesión tan sólo servirá para
nuestra mayor condenación. Fue el mismo Cristo quien dijo: “No todo el que
dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos: más el que hiciere la
voluntad de mi Padre que está en los cielos”, Mateo 7:21. Y San Juan añade: “El
que dice, Yo le he conocido, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso,
y no hay verdad en él”, 1 Juan 2.4.
Una mera
profesión, como ceremonias, prácticas rutinarias, y señales externas, podrá
satisfacer a los indiferentes, incrédulos e hipócritas; pero el alma consciente
de su culpabilidad no se contenta con sólo apariencias; ella busca la realidad
de las cosas, y tan sólo descansa cuando ha hallado a Aquel que dijo: “Venid a
mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar”, Mateo
11.28.
El cristianismo,
tal como es enseñado y practicado por la Iglesia Romana, tiene mucha semejanza
con la profesión de peregrino hecha por Taré. Él hizo pública profesión de ser
un peregrino, dejando a Ur de los Caldeos y poniéndose en marcha hacia Canaán.
El romanista, en la pila bautismal, igualmente hace pública profesión de ser un
cristiano, ''renunciando a Satanás, a sus pompas y sus obras, para seguir a Jesucristo.”
Taré, asentado
en Harán, y viviendo y muriendo allí, sin jamás llegar a Canaán, hizo evidente
el hecho de que nunca fue un verdadero peregrino. La baja moral del pueblo
romanista, y el “acerbo número de hechos delictosos” (de que nos hablan las
estadísticas) cometidos por bautizados, confirmados, etc., evidencian de la
misma manera la triste verdad de que una ceremonia y un nombre, sin la eficacia
interna de la fe salvadora, son absolutamente de ningún valor.
Querido lector,
una vana profesión del cristianismo tan sólo te servirá para engañar a tus
semejantes, y cuando más, para engañarte a ti mismo; pero el día se acerca
cuando comprenderás que “Dios no puede ser burlado... todo lo que el hombre
sembrare, eso también segará”.
“¿Quién es sabio para que entienda esto, y prudente para
que lo sepa? Porque los caminos de Jehová son derechos, y los justos andarán
por ellos, más los rebeldes en ellos caerán”, Oseas 14.9.
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