Cristo y la enfermedad
En Génesis 3:15
Dios profetizó que Cristo sería “simiente de la mujer”. Isaías profetizo
también: “He aquí que la virgen concebirá
y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel” (Isaías 7:14). En
cuanto a la venida de Cristo al mundo, el milagro no fue el de su nacimiento
sino el de su concepción. El ángel Gabriel le dijo a María: “el Espíritu Santo vendrá sobré ti, y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser
que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35). En el vientre de
María, Dios preparó un cuerpo para Cristo (Hebreos 10:5).
Mateo, en su genealogía del Señor, toma extrema precaución para mostrarnos
que José no tuvo nada que ver con la concepción de Cristo. Después de haber
repetido de otros que engendraron a
sus hijos, llega al caso de Cristo y dice:
“Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació el Cristo” (Mateo
1:16). José no tuvo nada que ver con el engendramiento del bebé que dio a luz
su mujer. Dios se encargó por completo de la concepción milagrosa en el vientre
de María. “Lo que en ella es engendrado,
del Espíritu Santo es” (Mateo 1:20).
Dios también vigiló el embarazo de María. Era imposible que naciera con
algún problema congénito. En el vientre de la virgen Cristo gozó de la
protección divina, pues Él mismo dijo:
“sobré Ti fui echado desde antes de nacer, desde el vientre de mi madre Tú eres
mi Dios”, desde la cruz (Salmo 22:10). José, por su parte, “no la conoció hasta que dio a luz a su hijo
primogénito” (Mateo 1:25).
Es más, Dios mismo se encargó del parto, otra etapa crítica en su venida al
mundo. También desde la cruz, Cristo dijo: “Tú
eres el que me sacó del vientre” (Salmo 22:9). Juan describe en Apocalipsis
12:4 las intenciones que tenía Satanás de devorar al niño Jesús tanto pronto
como naciese, pero no le fue posible.
Cristo nunca tuvo un accidente o una caída que pusiera en riesgo su salud.
“A sus ángeles mandará acerca de Ti, que
te guarden en todos tus caminos, en las manos te llevarán, para que tu pie no
tropiece en piedra” (Salmo 91:11,12). Escenas de Cristo cayéndose, ya sea
en su niñez, ya sea rumbo a la cruz, son inventos de las películas y de las
tradiciones religiosas pero no están en la Biblia. En la tentación, el
diablo citó mal el Salmo 91 para tratar de hacer que Cristo se saliera de la
voluntad de Dios y tuviera un accidente, con las ramificaciones que esto podría
producir. El diablo no pudo hacer que Cristo se desviara de la voluntad de Dios
y que en consecuencia se lastimara o, incluso, muriera.
No leemos que
Cristo se haya enfermado aquí sobre la tierra; en todo momento Él fue el
Cordero “sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:19) y “se ofreció a sí
mismo sin mancha a Dios” (Hebreos 9:14). Ambos pasajes fueron escritos con
judíos en mente y ellos entenderían perfectamente la figura. Cristo vivió
perfectamente sano, físicamente hablando, y espiritualmente fue perfectamente
santo también.
Cristo tocó al
hombre lleno de lepra (Lucas 5:13).El evangelio de Lucas enfatiza la perfección
humana de Cristo. Aquí el “médico amado”
parece subrayar el hecho de que no había por donde tocar a este leproso sin
exponerse a la enfermedad. Cristo lo tocó
pero no se enfermó. Cristo era inmune a la enfermedad porque era inmune
al pecado, no porque era inmune al ataque de Satanás. Satanás sí atacó a
Cristo, pero no pudo hacer que Cristo pecara, ni, mucho menos, que se
enfermara.
Es muy
importante saber lo que significan las palabras de Isaías 53:4, 5 ya que hay
muchos que, desafortunadamente, enseñan que Cristo murió en la cruz para darnos
sanidad física y que, en consecuencia, el creyente en Cristo no debería
enfermarse. El pasaje dice: “Ciertamente
llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le
tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por
nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue
sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”.
Este gran pasaje
de la Biblia
profetiza con muchísima exactitud, con siete siglos de anticipación, la
grandiosa obra que Cristo realizaría en la cruz. Pero realmente mira también
más allá de la cruz y describe la confesión que harán los judíos, cuando al
final de la tribulación verán a Cristo viniendo en gloria y creerán en Él como
el Mesías Redentor, cosa que rehusaron creer cuando vino la primera vez. En su
primera venida lo vieron como un impostor, y por eso pensaban que su muerte fue
un castigo divino. Por eso dirán, “le tuvimos por herido de Dios y abatido”.
Descubrirán que estaban equivocados en cuanto a Cristo.
Cuando Cristo venga en gloria, un remanente de la nación de Israel se dará
cuenta de que este Mesías glorioso es el mismo humilde Jesús de Nazaret que una
vez se identificó tan plenamente con las enfermedades y dolencias de los judíos
entre quienes vivió. Cristo no solo sintió simpatía hacia los enfermos, sino
que con perfecta empatía sintió los estragos del dolor y de la enfermedad como
si Él lo estuviese padeciendo en sí mismo también, aunque nunca había sufrido
estas enfermedades. El versículo más corto del Nuevo Testamento, “Jesús lloró” (Juan 11:35), demuestra la
gran empatía que mostró el bendito Varón de Dolores que vivió aquí “experimentado en quebranto” (Isaías
53:3).
El significado del pasaje se comprueba al ver cómo se citan estas palabras
de Isaías en Mateo 8:14, “Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra
de éste postrada en cama, con fiebre. 15 Y tocó su mano, y la
fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía. 16 Y cuando
llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera
a los demonios, y sanó a todos los enfermos; 17 para que se
cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras
enfermedades, y llevó nuestras dolencias”. Cristo no limitó su sanidad de
enfermos a horarios específicos, edificios particulares, eventos en estadios,
feligreses agremiados, multitudes presentes, oportunidad económica, o a casos
más fáciles, como es el caso de tantos charlatanes en nuestros días.
Cuando Isaías
53:4 dice que Cristo llevó nuestras
enfermedades y sufrió nuestros dolores se refiere a la vida de Cristo en
relación a la enfermedad física existente en Israel en los tiempos de su
primera venida al mundo.
Por contraste, Isaías 53:5 tiene que ver con la muerte de Cristo y la
enfermedad espiritual de la nación en los tiempos de su segunda venida al
mundo. Más allá de todos las heridas que Cristo sufrió de manos de los
soldados, el versículo 5 es más bien una descripción de los sufrimientos
vicarios de Cristo, o sea, lo que sufrió por otros de parte de Dios al tomar el
lugar de sustituto. Al decir “por su
llaga fuimos nosotros curados”, quiere decir que viene el día cuando un remanente judío será salvado, o curado, de su herida espiritual, o sea,
del problema del pecado, por apropiarse personalmente de la obra de Cristo.
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