2.1 al 11 El patrón
perfecto
El
gozo que el apóstol deseaba, era aquél de la armonía en la asamblea en Filipos
que sólo podía resultar de una demostración práctica de las cuatro cualidades
mencionadas en el primer versículo.
Si
hacemos caso de la consolación (o estímulo) en Cristo, sentiremos una misma
cosa; encontrando el consuelo del amor, tendremos el mismo amor; en la comunión
del Espíritu habrá unanimidad; y, por el afecto entrañable y la misericordia,
todos sentiremos una misma cosa.
Se puede mantener la unidad en la
asamblea solamente poniendo por obra el principio de no ser egocéntricos sino
interesados en los demás. La contienda y vanagloria se oponen a este principio
y pueden tan sólo dividir; la humildad y el hecho de estimar a otros produce y
mantiene la unidad.
El
patrón perfecto de este principio es el Señor mismo en su condescendencia, 2.6
al 8; la conformidad moral a Cristo en todo creyente garantizará la armonía perfecta.
Esta condescendencia de Cristo desde el pináculo de la gloria hasta la
ignominia y vergüenza de la cruz fue voluntaria y deliberada con el fin de
asegurar la bendición de otros.
Tomando
forma de siervo, no renunció la de Dios, sino añadió a la misma, ya que jamás
dejó a un lado su deidad y gloria. “Él es la imagen del Dios invisible, el
primogénito de toda creación … en él habita corporalmente toda la plenitud de
Él
fue manifestado en la semejanza de hombres, dejando ver que de veras era más
que hombre; a saber, que era Dios. Sin embargo, aun poseyendo todos los
atributos de
Semejante
descripción de abnegación propia en pro del bienestar eterno de otros es un
ejemplo perdurable para el creyente. Obsérvese que “este sentir” en el 2.5 es
el sentir de fijarse en los intereses de otros. Sea usted, en su modo de
sentir, como Cristo, reflejando en su mente la mente de Cristo. Sólo así habrá
armonía en la congregación.
De
buena voluntad Cristo se despojó a sí mismo y se humilló a sí mismo, pero Dios
le exaltó a la suprema majestad, gloria y dignidad. En reconocimiento de todo
lo que es Jesús —el Varón despreciado y desechado— en su exaltación, el vasto
universo le será subyugado a Él, y reconocerá su soberanía absoluta.
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