“Porque él tiene
cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7).
La Biblia está repleta de muestras del cuidado
maravilloso que Dios tiene por Su pueblo. Durante los cuarenta años que duró
todo el caminar de Israel por el desierto, comieron el alimento del cielo (Éxodo
16:4), tuvieron agua en abundancia (1 Corintios 10:4) y fueron calzados con
zapatos que nunca se desgastaron (Deuteronomio 29:5).
Sucede lo mismo hoy en el viaje que todo
cristiano emprende por el desierto de este mundo. Para demostrárnoslo, nuestro
Señor nos recuerda cómo se preocupa mucho más de nosotros que de las aves,
flores y animales. Por ejemplo, habla de gorriones: cada día los alimenta (Mateo
6:26), cada uno de ellos está presente a Su vista (Lucas 12:6) y sin Su
consentimiento ninguno cae a tierra (Mateo 10:29). Como dijo H. A. Ironside:
“Dios asiste al funeral de cada gorrión”. La moraleja de esta historia es que
para él valemos más que muchos pajarillos (Mateo 10:31).
Si viste a los lirios del campo más
espléndidamente que a Salomón, cuánto más nos vestirá a nosotros (Mateo 6:30).
Si provee para los bueyes, mucho más cuidará de nuestras necesidades (1 Corintios
9:9).
Como nuestro Sumo Sacerdote, el Señor lleva
nuestros nombres en Sus hombros: el sitio del poder (Éxodo 28:9-12), y en su
pecho: el lugar de los afectos (Éxodo 28:15-21). Nuestros nombres están
esculpidos en las palmas de Sus manos (Isaías 49:16), un hecho que
inevitablemente nos recuerda las heridas de los clavos que le sostuvieron en la
cruz.
Conoce el número exacto de los cabellos de
nuestra cabeza (Mateo 10:30). Conoce nuestros movimientos durante la noche y en
Su libro lleva cuenta de todas nuestras lágrimas (Salmo 56:8).
El que nos toca, toca la niña de Su ojo (Zacarías
2:8). Ningún arma hecha contra nosotros podrá prosperar (Isaías 54:7).
Mientras que los paganos llevan a sus dioses
sobre los hombros (Isaías 46:7), nuestro Dios lleva a Su pueblo (Isaías 46:4).
Cuando vamos por las aguas, por los ríos o pasamos por el fuego, siempre
está con nosotros (Isaías 43:2) y en toda nuestra angustia, él está angustiado
(Isaías 63:9).
Aquél que nos guarda no duerme ni se adormece (Salmo
121:3-4). Alguien ha llamado a este rasgo particular de Dios “el insomnio
divino”.
El Buen Pastor que dio Su vida por nosotros no
nos negará ningún bien (Juan 10:11; Salmo 84:11; Romanos 8:32).
Cuida de nosotros desde el principio del año
hasta el fin (Deuteronomio 11:12), así nos llevará hasta la vejez (Isaías 46:4).
Nunca nos dejará ni nos abandonará (Hebreos 13:5). ¡Dios en verdad nos cuida!
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