"De Cristo os desligasteis, los que por la ley
os justificáis; de la gracia habéis caído." (Gálatas 5:4).
Pregunta: Si un verdadero creyente no puede perder
jamás su gloriosa condición de hijo de Dios, ¿cómo puede «caer
de la gracia», como parece
indicarlo Gálatas 5:4?
Respuesta: Parece que, en la mente de nuestro amado
lector, la expresión «caer de la gracia» es igual a «perder la
salvación». La cuestión está mal
planteada, y recibe, además, diferente respuesta según se trate de un creyente
ya salvo por gracia, o de un inconverso que deliberadamente rechaza la gracia
de Dios. Sería bueno que examinemos juntos detenidamente este asunto.
Hemos
visto que la palabra "gracia", cuando se refiere a
Dios, significa «favor inmerecido» y viene a ser uno de los atributos divinos que hace
que el Señor siempre proporcione sus beneficios gratuitamente al que no merece
ninguno. Ahora somos salvos, no por obras "para que nadie se gloríe",
sino por gracia (Efesios 2: 5, 8, 9); y todo cuanto recibimos es de pura
gracia; porque no merecemos nada. Pero aquel que rechaza la gracia de Dios,
éste recibirá lo que merecen sus obras: el castigo eterno.
Para
entender mejor este pasaje, es menester tener en cuenta su contexto. En el
capítulo 3 de Gálatas el Apóstol dice: "¿Tan simples sois?
¿habiendo comenzado en el Espíritu, ahora os perfeccionáis en la carne? ¿Habéis
padecido tantas cosas en vano? si en verdad ha de ser en vano." (Gálatas
3: 3, 4 - VM). El Espíritu
Santo les fue dado por el oír con fe, es decir, que el día que creyeron en el
Señor Jesucristo, tomó entonces el Espíritu posesión de ellos; fueron sellados
por el Espíritu Santo. Fue, por lo tanto, una necedad suponer que, por las
obras de la ley, u otra observancia carnal, les fuera posible asegurar su
estado en Cristo.
En
el capítulo 4 de Gálatas el Apóstol pregunta: "Mas
ahora, ya que habéis conocido a Dios, o más bien habéis sido conocidos por
Dios, ¿cómo tornáis atrás a aquellos débiles y desvirtuados rudimentos, a que
deseáis estar otra vez en servidumbre?" (Gálatas 4:9 - VM). Después que uno ha sido hecho hijo y heredero de Dios
por Cristo, el volver a servir en aquello que había dejado demuestra una de dos
cosas: un olvido lamentable del valor de la obra de Cristo y del poder del
Espíritu Santo, o que el individuo que retrocede así jamás fue convertido. No
es de extrañar que el Apóstol diga en Gálatas 4:11: "Me
temo de vosotros, que haya trabajado en vano con vosotros."
Pasemos ahora al capítulo 5 de Gálatas, donde se
encuentra el versículo que nos ocupa. Leemos allí la siguiente amonestación a
modo- de conclusión: "Estad, pues, firmes
en la libertad con que Cristo nos hizo libres." (Gálatas 5:1). No se trata de una libertad que nos permite hacer lo
que queramos; "¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley,
sino bajo la gracia? En ninguna manera." (Romanos 6:15). Cristo nos ha librado de toda ley que nos imponía un
yugo de servidumbre, como, por ejemplo, la que querían imponer a los creyentes
de entre los gentiles, aquellos judaizantes procedentes de Jerusalén (Hechos
15: 1, 5).
Para
quien entienda que la salvación es el don de Dios - por gracia, no por obras
-, los reglamentos antiguos, la observancia de ciertos días, etc., son
"débiles y desvirtuados rudimentos" (Gálatas 4:9 - VM) que carecen
absolutamente de valor para la justificación. El que recibe el don de
Dios es elevado, por encima de todas estas cosas, al terreno de la gracia,
y se goza en la libertad de Cristo.
Por
desgracia, nuestros sentimientos carnales nos inclinan siempre hacia lo
antiguo y estamos propensos a volver atrás en vez de tener los ojos siempre
puestos en Jesús; entonces el enemigo sugiere la necesidad, o conveniencia, de
hacer algo para nuestra justificación. Es lo que hacían algunos de los gálatas;
por la circuncisión, se apartaban del beneficio de Cristo crucificado. Para
ellos, ya no había libertad, sino la obligación, bajo pena de
muerte, de cumplir toda la ley: se justificaban, pues, por la ley, y
abandonaban la gracia, caían de la gracia, ya que
ambas cosas no pueden permanecer juntas.
Lo
que un creyente, «nacido de nuevo», pudiera, pues, perder, al «caer de la gracia» no es su salvación, sino la seguridad de la misma, su
libertad en Cristo, y todos los demás privilegios que se derivan de su posición
cristiana.
El
Señor nos guarde de ello, haciéndonos meditar más y más en Sus sufrimientos y
en Su gracia inefable.
S. P.
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1955, No. 14.-
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