jueves, 3 de mayo de 2018

VIDA DE AMOR (Parte V)


PERMANENCIA DEL AMOR

 1 CORINTIOS XIII 8-12

La tercera parte de nuestro sublime tema trata de la Permanencia del Amor demostrando Victoria.
El corazón de este sublime cántico se halla en el versículo 8, la primera frase: “El amor nunca fenece”. Eso podría imprimirse en letras mayúsculas o subrayado, o ambos. El contexto anterior conduce a esto y el contex­to posterior fluye de ello. El clímax que se alcanza en esta declaración y la norma prescrita en el capítulo xiv, versículo 1, la primera frase, está expuesta en siete pa­labras — el número de la perfección. Y estas siete em­piezan y terminan con las palabras “el amor”. “El amor nunca fenece; seguid el amor”.
Entre el clímax alcanzado en el versículo 8a, y la norma prescrita en el capítulo 14:1 observa­réis que un contraste es presentado en los versículos 8b a 12, y una comparación hecha en el versículo 13. Ahora consideraremos el clímax y el contraste. Después consideraremos la comparación junto con la norma prescrita.
Primeramente, se ha alcanzado un clímax. El amor nunca fenece. Lo más grande que se puede decir del amor es que perdura. “Nunca” es una palabra larga, pero el amor responde a todo lo que exige. Representa y reúne en su corazón todo el tesoro y el significado eterno de la vida. El amor nunca fenece. Eso es un énfasis. Otro es, el amor nunca fenece, y esta palabra tiene varios matices de significado, todos iluminantes a este respecto. Significa que el amor nunca cae en tierra, como los pétalos de una flor que se deshoja, porque no hay en el amor elementos de descomposición. Significa que el amor nunca pierde su fuerza, como un viajero fati­gado que abandona su viaje. Significa que el amor nun­ca deja su lugar, como las estrellas fugaces. Significa que el amor nunca sale de la fila, como soldados en marchas forzadas, rendidos, caen por el camino. Todos sus ca­maradas podrán fallar y caer, pero el amor sigue pa­ciente y tenazmente su camino. De modo que el amor tiene su origen en el cielo y su perfecta encarnación en Cristo — “Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, amólos hasta el fin” — un fin sin fin.
El amor de Cristo es tal que nada puede separar a su pueblo de El: "Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por­venir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura nos po­drá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Durante todo el tiempo y la eternidad estaremos comprendiendo cada vez mejor lo que es la anchura, y longitud, y altura, y profundidad del amor de Cristo, que sobrepuja a todo conocimiento.
El amor pasional pronto fenece; es como la llama de la paja que arde, una llamarada voraz y todo ha ter­minado. Pero el amor verdadero perdura. Es como el resplandor constante del sol eterno. El amor de Dios que El derrama en nuestros corazones no sufre mengua ni decaimiento. Nunca llega a ser tan sólo un grato re­cuerdo.
La señora Browning en su poesía titulada “Una vez amé”, pregunta cuál de todos los sonidos de la tie­rra es el más lamentable, el suspiro de la desgracia, o las notas estridentes de la contienda, o el sollozo del doliente, o los besos sobre un cadáver; y llega a la con­clusión que más lamentable que ninguno de éstos es el clamor patético, “Una vez amé”.
El amor es inmortal; desengaños, desilusiones, de­rrotas, no pueden quitarle su fuerza; frente a todos éstos continúa soportando, y creyendo y esperando y sufrien­do. El amor nunca fenece.
Luego, un contraste es presentado en los versícu­los 8b a 12, en el cual se halla una afirmación que pro­fecías, lenguas y ciencia cesarán o se acabarán, pero el amor perdurará (8b). Esto es seguido por una explica­ción (en vs. 9, 10) que lo parcial debe dar lugar a lo perfecto y lo transitorio a lo eterno. Luego sigue una ilustración (en v. 11) que la vida de ahora y la vida del más allá están en la misma relación que la niñez y la edad viril.
Sigue una confirmación (en v. 12) que forzosa­mente todas las cosas aquí y ahora son imperfectas pero allá y entonces, en la presencia inmediata de Dios, esta­rán absorbidas en eterna plenitud — a la verdad, un pasaje de profundo significado.
Ahora bien, estos cuatro puntos exigen nuestra atención. Examinemos primero la afirmación — el he­cho afirmado y las limitaciones del hecho. El hecha afirmado: “Si hay profecías acabarán; si lenguas, cesa­rán; si ciencia, acabará”.
Se hace referencia a tres de los dones nombrados en los versículos 1-3; profecía, lenguas y ciencia. Inter­pretados, resultan comprendidos entre los dones espe­ciales conferidos por el Señor Resucitado a su Iglesia en la edad apostólica. “Lenguas” es el lenguaje de éxtasis; “profecía” es la facultad de interpretar y comunicar verdades espirituales; y “ciencia” es el conocimiento es­pecial de los misterios divinos. Eso en cuanto a interpretación, pero en la aplicación se puede decir que "len­guas” representa todos los idiomas, “profecía” habla de iluminación e inspiración para la predicación y “ciencia” habla de todo progreso del pensamiento.
Ahora bien, notad lo que se afirma de éstos. La profecía y ciencia, dice, acabarán ([1]), y las lenguas ce­sarán. Es importante notar el cambio de palabra, por­que demuestra que “acabará” (o “ha de ser quitada”) dicho de la profecía y de la ciencia, no quiere decir “cesar”. Las lenguas, aquel don milagroso, ha de des­aparecer del todo, y no se vuelve a hacer referencia a ello en lo que sigue, como a la profecía y ciencia. La razón porque cesarán las lenguas se halla en su carácter extático. La única razón para los arrebatos de éxtasis es que no estamos viviendo aun plenamente en la rea­lidad de lo divino.
Cuando vivimos plenamente en Dios, estamos en El, sin estar fuera de nosotros mismos. Es por eso que no hay éxtasis en la vida de nuestro Señor, porque vi­vió plenamente en Dios. El don de lenguas debe cesar para siempre y por el contexto se ve claramente que el tiempo a que se refiere es la vida futura. Es aventurado decir que el don de lenguas cesó al terminar la edad apostólica. Pero la profecía y la ciencia no cesarán, sino que han de ser quitados.
Pero observemos cuidadosamente las limitaciones de este hecho. ¿Qué — preguntaráse — hemos de en­tender por la palabra traducida “acabará” (o “ha de ser quitada”)? Quiere decir que estos dones han de ser reemplazados, han de dar lugar a algo más elevado y más grande. La profecía, […],  ahora poseído por unos pocos, entonces será poseída por todos y en perfección, y por la razón que la profecía, como predicación ya no se necesitará, porque todos morarán en la presencia no velada de Dios.
De la misma manera el don de ciencia o conoci­miento será reemplazado, es decir, dará lugar a un co­nocimiento que será general y comprensivo, y yo diría que se nos enseña más del cielo y su estado y patrimo­nio en este pasaje, que en ningún otro pasaje del Nuevo Testamento. La diferencia entre el conocimiento aquí y en el más allá, será como la diferencia entre oír de una cosa y verla. Lo imperfecto será absorbido por lo per­fecto. Que esto es lo que se quiere decir se aclara por el empleo de la palabra en el versículo 11: “Ahora que soy hombre he acabado con lo que era de niño” (o “dejé lo que era de niño”).
Con respecto, pues, al tema que nos ocupa, las len­guas cesarán para siempre; la profecía y ciencia, o cono­cimiento, serán perfeccionados; pero el amor permanece­rá inmutable para siempre. La profecía y la ciencia están cambiando siempre en medida y en forma, y todas estas medidas y formas por último cederán a algo que será final. Pero el amor desde el principio y eternamente es inmutable y finalmente absorberá todos los dones en una vida más fuerte y más unida.
El amor es más grande que todos los dones, no porque los eclipsa, sino porque los incluye. Estos dones no son despreciados, son buenos en sí pero en su forma actual no pueden durar. Pero el amor es imperecedero. Nunca se vuelve anticuado o fuera de uso, es el único caudal permanente de la vida. Todas las demás cosas se deslizarán de nuestras manos, pero el amor que practi­camos y apreciamos, lo conservaremos eternamente.


[1]  El traductor ha seguido la versión Hispano Americana, pe­ro en la corriente de Cipriano de Valera dice, en el segundo caso, “ha de ser quitada”, que en este caso concuerda mejor con la revisada inglesa que sigue el autor.


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