“Abre mis ojos, y miraré las
maravillas de tu ley... Me regocijaré en tus estatutos; no me olvidaré de tus
palabras” (Salmo 119:18,16).
El
libro que Denise había abierto para distraerse esa noche, la aburría
profundamente. Varias veces lo había hojeado con el fin de descubrir una página
interesante, y finalmente lo colocó decepcionada sobre el estante de donde lo
había tomado.
Algún
tiempo más tarde, durante un viaje, encontró a una señora con la cual trabó
cierta amistad. Pronto y con gran sorpresa descubrió que era precisamente la
autora del libro que ella había puesto de lado.
De
regreso, Denise volvió a tomar el libro y, esta vez, encontró que al leerlo,
valía la pena leer cada página. La autora vino a ser su amiga, y por consiguiente,
su mala impresión del principio dio lugar a un auténtico placer.
Si
la lectura de la Biblia no despierta su interés, tal vez sea porque usted no
tiene una relación personal con su Autor. Pero desde el momento que usted
conoce al Señor Jesucristo como su Salvador y lo ama como su amigo, cada página
de ese maravilloso libro tendrá algo para decirle. Su lectura será como una
conversación con aquel que usted ama. La Palabra de Dios le hablará de Él, y
usted apreciará ese libro muchísimo más que cualquier libro escrito por los
hombres.
“Escudriñad
las Escrituras —dice Jesús—; porque... ellas son las que dan testimonio de mí”
(Juan 5:39).
La
Buena Semilla, Creced
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