La
otra palabra, “stefanos”, de la cual viene el nombre “Esteban”, es literalmente
la corona o laurel del victorioso. Se refiere a la guirnalda hecha de laurel u
otras hojas y colocada sobre la cabeza del atleta triunfante en los viejos
juegos olímpicos, o la corona de oro que llevaba un general victorioso al
entrar en triunfo en la ciudad para ser aplaudido por el pueblo. Los reyes
súbditos de otros reyes llevaron esta clase de corona en lugar de una diadema
imperial. Cuando los soldados se burlaban del Señor Jesús, le pusieron una
corona, esto es, “stefanos”, de espinos, los cuales son fruto de la maldición
(Gn. 3:18). Sin embargo, Él era el Victorioso, aun en la hora de Su aparente
derrota, y ahora Él ha sido “coronado de gloria y de honra” (He. 2:9), y está
sentado a la diestra de la majestad en las alturas.
“Suyo el nombre del
Victorioso,
Quien solo peleo la
batalla.
Santos triunfantes
ninguna honra reclaman,
Pues su conquista es
la de Él.
En debilidad y
derrota
Él la victoria y
corona ha ganado,
Todos nuestros enemigos
pisoteó,
Siendo Él
pisoteado”.
Y
Él, el Vencedor, coronado por el Padre mismo, es el Juez de toda lucha en la
cual Sus santos están involucrados. Cuando venga el momento, se sentará sobre
el Berna, el sillón del tribunal, y dará a los vencedores la corona que han
ganado en el conflicto con el pecado. En Hebreos 11 tenemos una lista de los
héroes de la fe que han luchado y vencido, y en el capítulo 12 leemos:
“Por
tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestra tan grande nube de
testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con
paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el
autor y consumador de la fe, el cual, por el gozo puesto delante de él, sufrió
la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”.
“Bendito,
bendito,
El
Conquistador inmolado;
Muerto en
Su victoria;
Vivió,
murió y vive de nuevo,
Por ti,
Su Iglesia, por ti”.
Nosotros
también estamos corriendo una carrera, y para nosotros también hay una coronan
al final. Es esto lo que tiene en mente el apóstol Pablo cuando dice “una
corona incorruptible”, en 1 Corintios 9:24. Ha estado hablando del servicio, de
su propio llamado a predicar el evangelio, de la importancia de descargar
fielmente su ministerio, y entonces usa esta ilustración llamativa en los
versículos finales:
“¿No
sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno
solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis”.
No
está hablando de la salvación. No obtenemos el don de Dios, vida eterna, por
medio de la diligencia ni por correr.
“Así
que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene
misericordia” (Ro. 9:16).
Pero
nosotros, como cristianos, estamos corriendo una carrera, estamos luchando en
una arena, y para los vencedores hay coronas más hermosas que jamás fueron
dadas a los vencedores en los juegos olímpicos o en los campos de batalla de
este mundo. Asegurémonos, pues, de que corramos para que obtengamos el
galardón.
En
el siguiente versículo les recuerda de que “todo
aquel que lucha, de todo se abstiene...” (1 Co. 9:25). El joven que quiere
ganar la carrera tiene cuidado de suprimir sus apetitos naturales, de “perder
peso” y de mantener dominio propio en todo para que no se haga no apto para
competir.
“...ellos, a la verdad, para recibir una
corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”.
En
pocas horas la corona de laurel perderá su color, o la de metal perderá su
brillo y comenzará a oxidarse. Nosotros luchamos para recibir un galardón que
no puede perecer, una corona incorruptible.
Todos
los creyentes que mueran serán levantados en la primera resurrección, la de
incorruptibilidad (1 Co. 15), pero la corona incorruptible es el premio por
correr fielmente la carrera cristiana. Es el “bien hecho” del Maestro, al final
del curso.
Con
semejante recompensa en vista, ¡qué incentivo tengo para vivir en santidad y
auto negación nacida de devoción a Cristo. Pablo había entrado plenamente en
esto. Dice:
“Así que,
yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como
quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no
sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Co.
9:26-27).
Esta
última palabra: “eliminado”, es la
forma negativa de la palabra que significa “aprobado”. Por lo tanto, su
significado es “desaprobado”, o “rechazado”.
El
apóstol codicia sobre todo la aprobación del Señor. Desea recibir la corona
incorruptible del vencedor de las manos de Aquel que una vez llevó una corona
de espinos. Teniendo esto en cuenta, no permitirá que su cuerpo sea su maestro.
Controlará sus tendencias para que de ninguna manera traiga deshonra sobre el
nombre del Señor por cualquier indulgencia camal, y para que al final no pierda
Su aprobación.
¡Cuántos
han predicado a los demás y luego han sido puestos a un lado, descalificados,
y en algunos casos han llegado a mostrarse indignos del nombre “cristiano”
porque no ha puesto su cuerpo en servidumbre, sino que ha cedido a sus pasiones
y deseos camales que guerrean contra el alma!
Si
predica bien, esto sólo aumenta la condena si no vive bien. Como con los
animales limpios en el Antiguo Testamento, la boca y el pie debe estar de
acuerdo, el hablar y el andar deben ser según piedad si uno desea ganar la
corona.
Aunque la carrera sea larga y el
camino duro y difícil, la recompensa es segura para aquellos que mantienen sus
ojos puestos en Cristo y siguen Sus pisadas en el camino por este desierto.
Ganar la vida es perderla. Perderla ahora por causa de Cristo es guardarla para
vida eterna y ganar así la corona incorruptible.
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