jueves, 3 de mayo de 2018

SALVACIÓN Y RECOMPENSA (Parte II)


La otra palabra, “stefanos”, de la cual viene el nombre “Esteban”, es lite­ralmente la corona o laurel del victorioso. Se refiere a la guirnalda hecha de laurel u otras hojas y colocada sobre la cabeza del atleta triunfante en los viejos juegos olím­picos, o la corona de oro que llevaba un general victorioso al entrar en triunfo en la ciudad para ser aplaudido por el pueblo. Los reyes súbditos de otros reyes llevaron esta clase de corona en lugar de una dia­dema imperial. Cuando los soldados se burlaban del Señor Jesús, le pusieron una corona, esto es, “stefanos”, de espinos, los cuales son fruto de la maldición (Gn. 3:18). Sin embargo, Él era el Victorioso, aun en la hora de Su aparente derrota, y ahora Él ha sido “coronado de gloria y de honra” (He. 2:9), y está sentado a la diestra de la majestad en las alturas.

“Suyo el nombre del Victorioso,
Quien solo peleo la batalla.
Santos triunfantes ninguna honra reclaman,
Pues su conquista es la de Él.

En debilidad y derrota
Él la victoria y corona ha ganado,
Todos nuestros enemigos pisoteó,
Siendo Él pisoteado”.

Y Él, el Vencedor, coronado por el Padre mismo, es el Juez de toda lucha en la cual Sus santos están involucrados. Cuando venga el momento, se sentará sobre el Berna, el sillón del tribunal, y dará a los vencedores la corona que han ganado en el conflicto con el pecado. En Hebreos 11 tenemos una lista de los héroes de la fe que han luchado y vencido, y en el capítulo 12 leemos:

“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestra tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por de­lante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual, por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”.

“Bendito, bendito,
El Conquistador inmolado;
Muerto en Su victoria;
Vivió, murió y vive de nuevo,
Por ti, Su Iglesia, por ti”.

Nosotros también estamos corrien­do una carrera, y para nosotros también hay una coronan al final. Es esto lo que tiene en mente el apóstol Pablo cuando dice “una corona incorruptible”, en 1 Corintios 9:24. Ha estado hablando del servicio, de su propio llamado a predicar el evangelio, de la importancia de descar­gar fielmente su ministerio, y entonces usa esta ilustración llamativa en los versículos finales:

“¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis”.

No está hablando de la salvación. No obtenemos el don de Dios, vida eterna, por medio de la diligencia ni por correr.

“Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Ro. 9:16).

Pero nosotros, como cristianos, estamos corriendo una carrera, estamos luchando en una arena, y para los vence­dores hay coronas más hermosas que jamás fueron dadas a los vencedores en los juegos olímpicos o en los campos de batalla de este mundo. Asegurémonos, pues, de que corramos para que obtengamos el galardón.
En el siguiente versículo les recuer­da de que “todo aquel que lucha, de todo se abstiene...” (1 Co. 9:25). El joven que quiere ganar la carrera tiene cuidado de suprimir sus apetitos naturales, de “per­der peso” y de mantener dominio propio en todo para que no se haga no apto para competir.

...ellos, a la verdad, para reci­bir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”.

En pocas horas la corona de laurel perderá su color, o la de metal perderá su brillo y comenzará a oxidarse. Nosotros luchamos para recibir un galardón que no puede perecer, una corona incorruptible.
Todos los creyentes que mueran serán levantados en la primera resurrec­ción, la de incorruptibilidad (1 Co. 15), pero la corona incorruptible es el premio por correr fielmente la carrera cristiana. Es el “bien hecho” del Maestro, al final del curso.
Con semejante recompensa en vis­ta, ¡qué incentivo tengo para vivir en san­tidad y auto negación nacida de devoción a Cristo. Pablo había entrado plenamente en esto. Dice:

“Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Co. 9:26-27).

Esta última palabra: “eliminado”, es la forma negativa de la palabra que significa “aprobado”. Por lo tanto, su significado es “desaprobado”, o “rechazado”.
El apóstol codicia sobre todo la aprobación del Señor. Desea recibir la corona incorruptible del vencedor de las manos de Aquel que una vez llevó una corona de espinos. Teniendo esto en cuenta, no permitirá que su cuerpo sea su maestro. Controlará sus tendencias para que de ninguna manera traiga deshonra sobre el nombre del Señor por cualquier indulgencia camal, y para que al final no pierda Su aprobación.
¡Cuántos han predicado a los de­más y luego han sido puestos a un lado, descalificados, y en algunos casos han llegado a mostrarse indignos del nombre “cristiano” porque no ha puesto su cuerpo en servidumbre, sino que ha cedido a sus pasiones y deseos camales que guerrean contra el alma!
Si predica bien, esto sólo aumenta la condena si no vive bien. Como con los animales limpios en el Antiguo Testamen­to, la boca y el pie debe estar de acuerdo, el hablar y el andar deben ser según piedad si uno desea ganar la corona.
Aunque la carrera sea larga y el camino duro y difícil, la recompensa es segura para aquellos que mantienen sus ojos puestos en Cristo y siguen Sus pisadas en el camino por este desierto. Ganar la vida es perderla. Perderla ahora por causa de Cristo es guardarla para vida eterna y ganar así la corona incorruptible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario