miércoles, 5 de septiembre de 2018

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (Parte XXIV)

Las aguas amargas



Cuando hemos salido de una dificultad, ¡cuántas veces damos con otra! Los israelitas habían escapado de la esclavitud de Egipto, pero no habían llegado al Canaán. Por el medio encontraron un terrible desierto, yermo y desconocido.
Al partir del Mar Rojo, anduvieron tres días sin encontrar agua. Al fin la hallaron, pero no la pudieron beber porque era amarga. Por eso le pusieron el nombre Mara. El mismo pueblo que cantaba a las orillas del Mar Rojo, ahora empezó a murmurar contra Moisés. Él clamó al Señor, quien le mostró un árbol que, al meterlo en el agua, la endulzó y la hizo potable.
                El apóstol Pablo escribió a los gálatas: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”, 6.14. La dulce historia del Cristo de Dios, crucificado por el pobre pecador, había endulzado la vida de aquel apóstol cuando él comprendió la magnitud de sus pecados y confesó que de los pecadores era el primero.
Al reflexionar sobre el justo castigo que merecían sus culpas y en la amargura del arrepentimiento por haber perseguido a los verdaderos cristianos que con sencilla fe habían aceptado al Salvador, se acordaba de que la ley dice: “No codiciarás”. ¿Cuánto no se endulzaba el dolor de su alma al recordar que una vez para siempre Cristo sufrió por el pecado en la cruz?
No es la cruz material de madera que puede endulzar nuestras vidas, sino la gloriosa verdad de una redención hecha a perfecta satisfacción de Dios. Cuando el alma afligida por su culpa acude por fe a Cristo, cuán dulce es oír las palabras que Él pronunció, por ejemplo, a la mujer pecadora: “Tus pecados te son perdonados”.
Amigo mío, ¿gozas de este dulce perdón divino? Ningún hombre, ni aun el sacerdote, pueden perdonar tus culpas. Has pecado contra Dios y debes acudir a él en confesión. Por amor de tu pobre alma, manchada del pecado, Él ha mandado a su eterno Hijo a este mundo a morir, no la muerte de un mártir, sino una de expiación. En la cruz cruel Él pagó todo por ti y ahora espera que bebas del agua del perdón, endulzada por sus terribles penas en el Calvario.
Varias veces el Señor Jesús habló de la salvación bajo la figura del agua. Al tratar con la mujer samaritana que encontró junto al pozo, dijo: “Cualquiera que bebiere de esta agua volverá a tener sed, más el bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; el agua que yo le daré será en él una fuente que salte para vida eterna”, Juan 4.13, 14.
Otra vez, cuando el pueblo había estado varios días en su fiesta religiosa, el Señor Jesús en el postrer día de aquellas ceremonias se levantó en medio y clamó: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”, Juan 7.37. Bien sabía el Salvador que las formas y ritos de la religión en que se habían ocupado durante la semana no habían satisfecho la sed espiritual de aquel pueblo, porque en ellos no alcanzaron a tener una conciencia limpia delante del pecado.
Sólo en el sacrificio de Cristo hay una perfecta redención y por tanto sólo por él una perfecta paz. Toda la tradición de una religión no pueden salvar, pero la sangre de Cristo sí.

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