miércoles, 5 de septiembre de 2018

EL CAMINO HACIA LA GLORIA (Parte III)

LA SALVACIÓN POR LA FE


¿A quién le es ofrecida esta gracia? Al pecador perdido. Si lo es al pecador perdido, lo es a todos, puesto que todos somos pecadores. “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”, dijo Jesús (Lucas 5:31­32). Si usted no está convencido de su culpabilidad ante Dios, si no está horrorizado ante la perspectiva del juicio por venir, está rechazando ese mensaje como si no le fuese dirigido.
Quizá piensa usted que no tiene ninguna necesidad. No podemos más que advertirle de forma apremiante que su camino de propia justicia le conduce a la perdición. Póngase, pues, a la luz de Dios y véase tal como es. Cambie de dirección, arrepiéntase mientras aún hay tiempo.
Pero si usted acepta el veredicto de Dios en el sentido de que está usted muerto en sus delitos y pecados (Efesios 2:1), apartado de la fuente de vida, entonces escuche también su proclamación de gracia.

«¿Y qué debo hacer -preguntará usted- para obtener su perdón?» ¿Qué hacer? Nada. No podemos hacer nada; sólo tenemos que creer. La gracia es un don libre que no requiere nada a cambio (Romanos 4:3-5). «Hacer» es el vocablo del hombre orgulloso, quien no quiere convenir en que su incapacidad es total y querría añadir algo de él mismo a la obra perfecta de Dios. «Creer» es, por el contrario, el vocablo de Dios, quien repite incansablemente: «¡Cree! ¡Cree solamente!».
-    “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31).
-    “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9­10).
-    “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36).
-    “Por medio de él (Jesús) se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13:38-39).
-    “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:28).
-   “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16).
-    “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no (proviene) de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).
-   “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).
Jesús mismo afirma:
-    “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, más ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
-    “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47).
-    “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna” (Juan 6:40).
Tal es la simplicidad del Evangelio, el que es “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16).
¿Tiene usted todavía algunas dudas? Escuche la conclusión que el apóstol Juan da a su evangelio: “Pero éstas” -todas las cosas que Jesús ha hecho y dicho- “se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31); y aquella que da a su epístola: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13).
Evidentemente, creer en Jesús, creer “en su Nombre”, no es solamente tener por verdadero que vivió en la tierra, que murió en la cruz, y admitir el pensamiento general de que ello fue para salvación del mundo; es poner en él toda su confianza; es apropiarse para sí mismo lo que él es y lo que hizo; es aplicar a su propia condición de pecador perdido el valor de Su sacrificio, la virtud de su sangre vertida.
¿Qué precio tienen, para el alma sedienta de perdón, las declaraciones tan claras de la Palabra respecto a la eficacia de la sangre de Cristo?
-    “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
-    En Jesucristo, el Amado, “tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).
-    “Fuisteis rescatados... con la sangre preciosa de Cristo” (1 Pedro 1:18, 19).
-    “La sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas” (Hebreos 9:14).
La sangre vertida es la vida quitada, es la muerte. La virtud de la sangre de Cristo, la eficacia de su muerte es ésta: por su sangre somos purificados de todo pecado, justificados, redimidos. Es la parte segura de todos aquellos que creen; “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre” (Romanos 3:24, 25).
Ojalá pueda usted unir de todo corazón su voz al himno de todos los redimidos: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre. A él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 1:5, 6).

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