miércoles, 5 de septiembre de 2018

SALVACIÓN Y RECOMPENSA (Parte VI)



En 1 Pedro 5:1-4 leemos acerca de otra corona. El que fue enviado especial­mente a cuidar las ovejas del rebaño de Cristo, escribe así:

“Ruego a los ancianos que es­tán entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cui­dando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey, y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros reci­biréis la corona incorruptible de gloria”.

Cada palabra de esta exhortación conmovedora es importante, y debe ser considerado con cuidado.
Notamos primeramente que aun­que Pedro era uno de los principales apóstoles de nuestro Señor Jesucristo, al cual fue dada una revelación especial y una misión particular, él no reclamaba ningún lugar de autoridad sobre los demás siervos de Cristo. Él era “anciano también con ellos” (v. 1). Esto es, que él se des­cribe como un “co-presbítero”, uno con los demás que también eran presbíteros. ¡Si Pedro era el primer Papa, está claro que él no lo sabía! No escribe como el “Santo Padre” a los que le están sujetos por obligación, sino que exhorta a sus co-ancianos, siendo él mismo uno de su compañía.
Es verdad que él había sido privile­giado más que muchos o quizá todos ellos. Había conocido al Señor, había guardado compañía con Él durante Su ministerio te­rrenal, y le había conocido también después de Su resurrección. Le había visto morir, era testigo (no participante) de Sus sufrimientos. Pronto compartiría con Él Su gloria.
Pedro recuerda las palabras del Sal­vador resucitado, dichas aquella mañana lejana en la orilla del mar: “Apacienta mis corderos...pastorea mis ovejas” (Jn. 21:15-16). Ahora él pasa esta exhortación a sus hermanos que están involucrados en la obra de ministrar al pueblo del Señor. Les dice: “Apacentad la grey”, no “to­mad dinero de la grey”. No hay nada más reprensible que pensar que una iglesia o asamblea cristiana deba un sueldo a un predicador o maestro que les imparta la Palabra de Dios. El que piensa en el mi­nisterio como una de “las carreras profe­sionales” y un mero medio de ganarse la vida, tiene pensamientos bajos. El verda­dero ministro de Cristo es un hombre que tiene el corazón de un pastor, que ama a la grey y la cuida por causa de Aquel que la compró con Su sangre. Los hermanos tienen una responsabilidad respecto a sus pastores, pero no de darles un sueldo.
También debe notarse que los ancianos no están puestos “sobre el re­baño”, aunque presiden en el Señor a los hermanos. Se les dice: “apacentad la grey de Dios que está entre vosotros”, El versículo 1 describe a los ancianos como “entre vosotros”, esto es, entre los demás hermanos de la asamblea, no por encima de ellos como una nobleza o jerarquía. Deben estar “entre” los hermanos de la asamblea donde el Señor les ha puesto. No en otros lugares, sino allí está su lugar de servicio al Príncipe de los pastores. Para esto les ha puesto allí. Las palabras: “...el rebaño en el cual el Espíritu Santo os ha puesto”, indican lo mismo, que Dios les ha puesto en una asamblea particular para que allí sirvan diligentemente al Señor. Es verdad que deben guiar a las ovejas, como leemos en Hebreos 13:17,

“Obedeced a vuestros pasto­res (literalmente “a los que os guían), y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, por­que esto no os es provechoso”

En la asamblea de Dios, si las cosas van como deben, no habrá ni pretensión de clero, por un lado, ni anarquía por el otro. La asamblea cristiana es una hermandad en la cual cada uno debe estar pensando en los mejores intereses de los demás, y donde puede ser ejercido libremente todos los dones dados por el que es la gran Cabeza de la Iglesia, para la bendición de todos.
A algunos les es dado en manera especial el servicio de sobreveedores. A éstos se les exhorta que cuiden de los demás, no por obligación, sino voluntaria­mente. Esto quiere decir que no lo hagan como una cosa desagradable que han sido obligados a hacer, sino con gozo en el corazón, sirviendo por causa de Cristo. Y aquellos que dedican todo su tiempo servir al Señor, ministrando la Palabra, aunque son sostenidos por las ofrendas voluntarias y alegres de los santos (como al Señor), no deben ser controlados por la codicia ni por deseos de ganancia económica.
Los ancianos no deben enseño­rearse sobre “la grey de Dios” que está a su cuidado. No deben considerar a sus hermanos como posesión suya. No son suyos, ni tampoco la iglesia es suya, sino que todo es del Señor.
Los hombres suelen usar expresio­nes como “mi iglesia” (probablemente sin pensar), “mi congregación”, etc., pero esto prácticamente niega y olvida que es Su iglesia, y la congregación del Señor. Pero, aunque el Señor les haya llamado a ser an­cianos y maestros de la Palabra, la iglesia nunca viene a ser propiedad de ellos.
Ha sido señalado que la frase “los que están a vuestro cuidado” es una sola palabra en griego: “kleros”, de donde sacamos la palabra “clero”. Entonces, paradójicamente, ¡los “laicos” son el clero! Todo el pueblo de Dios es Su “clero”, como está escrito, que la porción de Jehová es Su pueblo.
Entonces, qué cosa más solemne es el enseñorearse de este pueblo. Y, por otro lado, cuán agradecidos y receptivos debemos estar a aquellos que el Señor ha puesto para apacentamos y cuidamos, los cuales son llamados no sólo a ministrar la Palabra, sino también a ser ejemplos (modelos de comportamiento) a la grey.
Demasiadas veces los siervos del Señor encuentran que su responsabilidad y servicio no es agradecido. Sus labores fre­cuentemente no se valoran, y en estos casos deben decir con Pablo “Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gas­taré del todo, aunque amándoos más, sea (yo) amado menos” (2 Co. 12:15). Pero ¡viene el día de la recompensa! Cuando aparezca el Príncipe de los pastores, una corona de gloria le espera a cada siervo fiel que ha cuidado de Sus ovejas y corderos en Su ausencia. La gloria de esta edad pasará, pero la corona de gloria es incorruptible y eterna.
En esta vida, a menudo el siervo fiel es llamado a sufrir reproche y ver­güenza, a soportarlo cuando hablan mal de su bien, cuando sospechan y critican sus motivos. Los hombres le coronarían con espinas, como cruelmente le hicieron al Buen Pastor, pero como Él ahora '‘está coronado de gloria y de honra” (He. 2:9), así será en aquel día para los que le siguen.

“Ve, trabaja, gasta y sé gastado,
Tu gozo es hacer la voluntad del Maestro,
Así anduvo el Salvador,
¿No deben los salvados tam­bién así andar?”

Entonces, cuando sea llamado a Su tribunal para rendir cuentas acerca de las almas entregadas a su cuidado, el verdadero siervo-pastor se regocijará al escuchar estas palabras: “Está bien, buen siervo...entra en el gozo de tu señor”. Entonces la corona incorruptible de glo­ria adornará la cabeza que muchas veces tenía dolores por la ingratitud y la falta de comprensión en esta vida, y el resplandor eterno de aquel laurel de gratitud divina cubrirá la cabeza que antes se cansaba en el servicio.

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