miércoles, 5 de septiembre de 2018

LA FE QUE HA SIDO UNA VEZ DADA A LOS SANTOS (Parte IV)

JUDAS 3


Una vez que estas cosas se confundieron, el bien fue sumergido, y todo junto fue llevado por la corriente. Consideremos el caso de las vírgenes prudentes y las insensatas; mientras duermen, todas pueden permanecer juntas, y ¿por qué no? Pero tan pronto como se levantan y arreglan sus lámparas, surge el problema del aceite, y ya no andan más juntas. Y nosotros encontraremos lo mismo. Vemos también que los tiempos de Josué eran tiempos de poder. Es verdad que los israelitas pecaron en Jericó y fueron derrotados en Hai, pero en general, fue un tiempo caracterizado por poder. Los enemigos fueron vencidos, y grandes ciudades, tremendamente fortificadas, fueron tomadas; la fe lo venció todo, y ése es un bendito cuadro del bien en medio del mal, y del poder que sigue el bien y que abate a los enemigos. En Jueces ocurre lo contrario; el poder de Dios estaba allí, pero el poder que se manifestó fue el del mal porque el pueblo no fue fiel. En seguida llegaron a Boquim (Jueces 2:1-5), esto es, lágrimas, lloro, mientras que en Josué habían ido a Gilgal, donde se había efectuado la completa separación de Israel respecto del mundo; habían cruzado el Jordán, lo que representó la muerte, y luego les fue quitado el oprobio de Egipto. Pero el ángel de Jehová subió a Boquim. No dejó a Israel, pese a que ellos se habían apartado de Gilgal. Se trataba de la gracia que los seguía. Y en cuanto a nosotros, si no vamos a Gilgal, si no volvemos a la completa humillación del yo en la presencia de Dios, no podremos salir en poder.
Si la comunión de un siervo con Dios no prevalece sobre su testimonio a los hombres, caerá y fracasará. Le es imprescindible renovar sus fuerzas. El gran secreto de la vida cristiana estriba en que nuestra comunión con Dios haga nada de nosotros mismos. Sin embargo, Dios no abandonó a Israel, y edificaron un altar a Jehová, pero lloraban junto al altar; no estaban en triunfo, sino que, por el contrario, sus enemigos triunfaron continuamente sobre ellos.
Luego Dios les envió jueces, y él estuvo con los jueces, aunque el pueblo había perdido su lugar. Eso es lo que tenemos que considerar de la misma manera. “Todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús” (Filipenses 2:21). ¿No fue eso perder su lugar? Yo no quiero decir que estos que menciona el apóstol dejaron de ser la iglesia de Dios. Si no tomamos en cuenta esto, nosotros también llegaremos a Boquim, el lugar de las lágrimas. El estado entero de la iglesia de Dios tiene que ser juzgado; solamente la Cabeza es quien no pierde jamás su poder, y hay una gracia adecuada para las condiciones presentes también.
Lo primero que veo al principio de la historia de la iglesia es este poder bendito que convierte 3000 almas en un día. Luego surgió la oposición; el mundo los puso en la cárcel, pero Dios muestra Su poder contra eso, y no dudo de que, si hoy fuésemos más fieles, Dios intervendría de una manera mucho más notoria. Pero el poder del Espíritu de Dios estaba allí, y todos andaban en una bendita unidad, mostrando ese poder, e incluso en medio del poder del mal, aunque esa escena no podía cerrarse sin que, lamentablemente, encontremos el mal obrando adentro, como lo vemos en Ananías y Safira. Ellos buscaron reputación mediante el aparente, aunque falso, hecho de sacrificar sus bienes. El Espíritu Santo estaba allí, y cayeron muertos, y vino gran temor sobre todos, tanto dentro como fuera. Así pues, antes de cerrarse la historia de las Escrituras, “es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1 Pedro 4:17). Esto es algo muy solemne que caracteriza el tiempo presente hasta que Cristo venga, y luego Su poder quitará el mal, lo cual es una cosa muy diferente.
Luego tenemos el testimonio de la Escritura acerca del mal flagrante allí donde debía hallarse el bien: “En los postreros días vendrán tiempos peligrosos; porque habrá hombres amadores de sí mismos” (2 Timoteo 3:1-2). En este pasaje, la iglesia profesante (porque de ella se trata) es descripta en los mismos términos que los paganos al principio de la epístola a los Romanos. Es una positiva declaración de que tales tiempos habrían de venir, y de que el estado de cosas que había prevalecido en el paganismo resurgiría. Luego dice que “los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados” (2 Timoteo 3:13). Pero Pablo le encarga a Timoteo que continúe en las cosas que había aprendido.
Algunos dicen ahora que la iglesia enseña estas cosas, pero pregunto: ¿Quién? ¿La iglesia? ¿Qué quieren decir? Es algo totalmente incierto, pues no hay ahora una persona inspirada en la iglesia para enseñar. Tengo que acudir a Pablo y a Pedro, y entonces sabré de quiénes aprendo. Como Pablo mismo dijo a los ancianos de Éfeso: “Os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia” (Hechos 20:32). Los malos hombres y los engañadores habían ido de mal en peor, pero el apóstol dirige a Timoteo a la certidumbre del conocimiento que había recibido de unas personas específicas (los apóstoles). Y para nosotros hoy cuando no hay apóstoles se trata de “las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación” (2 Timoteo 3:14-15). Tenemos que aprender todo esto, cuando la iglesia profesante es algo juzgado, y que se caracteriza por la mera “apariencia de piedad” (2 Timoteo 3:5). Creo que estos son los hechos que los cristianos deben enfrentar. ¿No vemos acaso a hombres, que una vez se llamaron cristianos, volviéndose atrás; tornándose incrédulos?
La mera formalidad se vuelve en abierta infidelidad o en abierta superstición. Es notorio, hasta de manera pública, cómo están las cosas. En esencia, el cristianismo es tal como Dios lo estableció; pero, exteriormente, en lo que se ve alrededor de nosotros, ha desaparecido. Lo que queremos es el cristianismo tal como se encuentra en la Palabra de Dios. De hecho, no hay nada que temer; en cierto sentido, es un tiempo bendito si nos encomendamos a Dios. Sólo que debemos mirar estas cosas con sencillez y entereza.

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