JUDAS 3
Una vez que estas cosas se confundieron, el bien fue sumergido, y todo
junto fue llevado por la corriente. Consideremos el caso de las vírgenes
prudentes y las insensatas; mientras duermen, todas pueden permanecer juntas, y
¿por qué no? Pero tan pronto como se levantan y arreglan sus lámparas, surge el
problema del aceite, y ya no andan más juntas. Y nosotros encontraremos lo
mismo. Vemos también que los tiempos de Josué eran tiempos de poder. Es verdad
que los israelitas pecaron en Jericó y fueron derrotados en Hai, pero en
general, fue un tiempo caracterizado por poder. Los enemigos fueron vencidos, y
grandes ciudades, tremendamente fortificadas, fueron tomadas; la fe lo venció
todo, y ése es un bendito cuadro del bien en medio del mal, y del poder que sigue
el bien y que abate a los enemigos. En Jueces ocurre lo contrario; el poder de
Dios estaba allí, pero el poder que se manifestó fue el del mal porque el
pueblo no fue fiel. En seguida llegaron a Boquim (Jueces 2:1-5), esto es,
lágrimas, lloro, mientras que en Josué habían ido a Gilgal, donde se había
efectuado la completa separación de Israel respecto del mundo; habían cruzado
el Jordán, lo que representó la muerte, y luego les fue quitado el oprobio de
Egipto. Pero el ángel de Jehová subió a Boquim. No dejó a Israel, pese a que
ellos se habían apartado de Gilgal. Se trataba de la gracia que los seguía. Y
en cuanto a nosotros, si no vamos a Gilgal, si no volvemos a la completa
humillación del yo en la presencia de Dios, no podremos salir en poder.
Si la comunión de un siervo con Dios no prevalece sobre su testimonio
a los hombres, caerá y fracasará. Le es imprescindible renovar sus
fuerzas. El gran secreto de la vida cristiana estriba en que nuestra comunión
con Dios haga nada de nosotros mismos. Sin embargo, Dios no abandonó a Israel,
y edificaron un altar a Jehová, pero lloraban junto al altar; no estaban en
triunfo, sino que, por el contrario, sus enemigos triunfaron continuamente
sobre ellos.
Luego Dios les envió jueces, y él estuvo con los jueces, aunque el
pueblo había perdido su lugar. Eso es lo que tenemos que considerar de la misma
manera. “Todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús” (Filipenses
2:21). ¿No fue eso perder su lugar? Yo no quiero decir que estos que menciona
el apóstol dejaron de ser la iglesia de Dios. Si no tomamos en cuenta esto,
nosotros también llegaremos a Boquim, el lugar de las lágrimas. El estado
entero de la iglesia de Dios tiene que ser juzgado; solamente la Cabeza es
quien no pierde jamás su poder, y hay una gracia adecuada para las condiciones
presentes también.
Lo primero que veo al principio de la historia de la iglesia es este
poder bendito que convierte 3000 almas en un día. Luego surgió la oposición; el
mundo los puso en la cárcel, pero Dios muestra Su poder contra eso, y no dudo
de que, si hoy fuésemos más fieles, Dios intervendría de una manera mucho más
notoria. Pero el poder del Espíritu de Dios estaba allí, y todos andaban en una
bendita unidad, mostrando ese poder, e incluso en medio del poder del mal,
aunque esa escena no podía cerrarse sin que, lamentablemente, encontremos el
mal obrando adentro, como lo vemos en Ananías y Safira. Ellos buscaron
reputación mediante el aparente, aunque falso, hecho de sacrificar sus bienes.
El Espíritu Santo estaba allí, y cayeron muertos, y vino gran temor sobre
todos, tanto dentro como fuera. Así pues, antes de cerrarse la
historia de las Escrituras, “es tiempo de que el juicio comience por la casa de
Dios” (1 Pedro 4:17). Esto es algo muy solemne que caracteriza el tiempo
presente hasta que Cristo venga, y luego Su poder quitará el mal, lo cual es
una cosa muy diferente.
Luego tenemos el testimonio de la Escritura acerca
del mal flagrante allí donde debía hallarse el bien: “En los postreros días
vendrán tiempos peligrosos; porque habrá hombres amadores de sí mismos” (2
Timoteo 3:1-2). En este pasaje, la iglesia profesante (porque de ella se
trata) es descripta en los mismos términos que los paganos al principio de
la epístola a los Romanos. Es una positiva declaración de que tales tiempos
habrían de venir, y de que el estado de cosas que había prevalecido en el
paganismo resurgiría. Luego dice que “los malos hombres y los engañadores irán
de mal en peor, engañando y siendo engañados” (2 Timoteo 3:13). Pero Pablo le
encarga a Timoteo que continúe en las cosas que había aprendido.
Algunos dicen ahora que la iglesia enseña estas
cosas, pero pregunto: ¿Quién? ¿La iglesia? ¿Qué quieren decir? Es algo
totalmente incierto, pues no hay ahora una persona inspirada en la iglesia para
enseñar. Tengo que acudir a Pablo y a Pedro, y entonces sabré de
quiénes aprendo. Como Pablo mismo dijo a los ancianos de Éfeso: “Os
encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia” (Hechos 20:32). Los malos
hombres y los engañadores habían ido de mal en peor, pero el apóstol dirige a
Timoteo a la certidumbre del conocimiento que había recibido de unas personas
específicas (los apóstoles). Y para nosotros hoy ─cuando no hay apóstoles─ se trata de “las Sagradas Escrituras, las
cuales te pueden hacer sabio para la salvación” (2 Timoteo 3:14-15). Tenemos
que aprender todo esto, cuando la iglesia profesante es algo juzgado, y que se
caracteriza por la mera “apariencia de piedad” (2 Timoteo 3:5). Creo que estos
son los hechos que los cristianos deben enfrentar. ¿No vemos acaso a hombres,
que una vez se llamaron cristianos, volviéndose atrás; tornándose incrédulos?
La mera formalidad se vuelve en abierta infidelidad
o en abierta superstición. Es notorio, hasta de manera pública, cómo están las
cosas. En esencia, el cristianismo es tal como Dios lo estableció; pero,
exteriormente, en lo que se ve alrededor de nosotros, ha desaparecido. Lo que
queremos es el cristianismo tal como se encuentra en la Palabra de Dios. De
hecho, no hay nada que temer; en cierto sentido, es un tiempo bendito si nos
encomendamos a Dios. Sólo que debemos mirar estas cosas con sencillez y
entereza.
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