VICTORIA DEL AMOR (continuación)
Esto trae a la luz otra verdad, a saber, que
tan sólo el carácter cristiano permanece. Los dones son de la esencia del
carácter, pero se afirma que nada permanece como la fe, la esperanza y el amor.
Debemos creer que estos tres son, en cierto sentido, una descripción completa
de nuestro estado perdurable. En este versículo Pablo ha hallado una fórmula
absolutamente completa y satisfactoria para el carácter cristiano “la fe, la
esperanza y el amor”, con el amor en el lugar del honor. ¿No es esto la
síntesis del cristianismo? Lo que significaban las virtudes cardinales,
justicia, virtud, prudencia y templanza, para la antigüedad pagana; lo que la
libertad, igualdad y fraternidad significaban para los revolucionarios
franceses; lo que los derechos del hombre significaban para los fundadores de
la República Norteamericana; lo que los tres grados en la ascensión espiritual,
purificación, iluminación, unión con Dios, han significado para los místicos de
todas las edades y naciones; también han significado y significan la fe, la
esperanza y el amor para todos los Cristianos. La imitación de Cristo
significa la vida de fe, la vida de esperanza y la vida de amor.
La fe, la esperanza y el amor perdurarán
después que todas las otras cosas hayan pasado. A las puertas de la muerte
dejaremos para siempre todas las otras armas de las cuales Dios nos ha provisto
para combatir por El, los dones y todas las demás capacidades para el servicio,
pero llevaremos a través de esas puertas el carácter moral y espiritual que la
lucha de la vida ha desarrollado en nosotros, y los tres elementos
constitutivos del carácter cristiano son la fe, la esperanza y el amor. Pero el
amor recibe una corona eterna; pues él es esperanza y virtud de fe, el que
todo lo espera, todo lo soporta, todo lo cree.
Ahora nos volveremos a la última gran verdad
de este pasaje. Hemos considerado la excelencia y la permanencia de las tres
virtudes; la tercera es que “el mayor de
ellos es el amor”
Tenemos en este capítulo grados de valor;
algunos dones son más grandes que otros. La fe, la esperanza y el amor son más
grandes que los dones; y el amor es más grande que la fe y la esperanza. Pablo
no dice que de estos tres el amor es más durable; no lo es, porque todos los
tres permanecen, pero el amor es el mayor, no tan solo más grande que las cosas
pasajeras, pero también el mayor de las cosas permanentes; no tan sólo la cosa
más grande en la tierra, pero también la cosa más grande en la eternidad. Y
naturalmente preguntamos ¿en qué es el amor más grande que la fe y la
esperanza? En tres aspectos, por lo menos. Primero, porque mientras la fe y la
esperanza son medios para alcanzar un fin, el amor es un fin en sí mismo. La fe
y la esperanza son medios para el logro, pero el amor es lo que se ha logrado.
La fe y la esperanza pertenecen a la carrera, pero el amor es el premio. No
podemos descansar en la fe y la esperanza, sin ser menguadas, porque si eso
fuera posible nuestra vista estaría puesta en el medio y no en el fin. Pero
podemos y debemos descansar en el amor, pues en esto Dios mismo descansa.
Pero hay otra razón, porque contrariamente a
la fe y la esperanza, el amor es sacrificante. No ejercemos y no podemos
ejercer la fe y la esperanza eficazmente para otros, sino tan solo para
nosotros mismos. Sin duda, por medio de la fe y la esperanza ejercemos una
influencia más allá de nosotros mismos individualmente, pero son principalmente
para nosotros. Nuestra fe y esperanza en Dios nos traen provecho espiritual,
pero el amor es para otros. Nosotros mismos lo necesitamos, pero lo obtenemos
y lo conservamos tan sólo en la medida que lo damos. No podemos dar a otros
nuestra fe y esperanza, pero podemos darles nuestro amor. Por esta razón
también el amor es supremo.
Pero hay otra razón, a saber, que la fe y la
esperanza no son de la esencia divina; el amor lo es. No podéis describir a
Dios en términos de fe y esperanza. Dios, el que todo lo sabe, no cree; y Dios,
el que todo lo posee, no espera. Pero podéis describir a Dios en términos de
amor — “Dios es amor”. La fe y la esperanza son algo para poseer, pero el amor
es algo para ser. La fe trae la vida, la esperanza se extiende hacia la
plenitud de la vida, pero el amor es vida. El amar es comprender el último
significado de la vida y alcanzar su último arbitrio. El amor es la palabra
clave de toda religión. No hay nada en todo el credo cristiano que no pueda ser
interpretado por medio de él y en términos de él. Ninguno habrá leído bien la
Palabra de Dios al mundo en la carrera de Cristo Su Hijo hasta que sepa y
sienta que su mensaje es que el amor es supremo.
Esta canción de amor es, pues, literatura
perdurable y también verdad inmortal, y se resume en esto: “Cualquiera que ama
es nacido de Dios” — si amamos, Dios permanece en nosotros — “El que vive en
amor, vive en Dios, y Dios en él”. Por lo tanto, amemos.
Una palabra final: en el cp. XIV. 1, una
norma es prescrita. Es una lástima que la exhortación está separada del
capítulo principal. Le pertenece esencialmente. Después de aquel cántico de
amor, el inspirado apóstol dice, “Seguid el amor”. Si se pregunta por qué
debemos hacerlo, todo el capítulo XIII es la respuesta. Debemos seguir el amor
porque el poseer amor, aun cuando no sea acompañado por dones, es el bien
supremo. Debemos seguir el amor porque, aunque todos los dones deben cesar,
el amor permanece. Y debemos seguir el amor porque, aun de aquellas cosas que
son permanentes, el amor es el mayor.
Y si se pregunta ¿Cómo podemos seguir el
amor? la única contestación es, practicándolo. Si preguntáis, ¿Cómo podemos
practicar un amor como éste? se nos recuerda que el amor de Dios es derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Alguien dijo, “Pero este tema de
amor no es el mensaje de Keswick”. ¡Dios tenga misericordia de Keswick, si eso
es cierto! “El amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo” — eso nos trae nuevamente al mismo centro de todas las cosas, la
manifestación de Dios en Cristo y el engendrar de la semejanza de Cristo en el
alma humana por el Espíritu Santo, y Su obra suprema es la de derramar este
amor en nuestros corazones, para que con él amemos a Dios, nuestro Creador,
Redentor, Salvador y Soberano, y unos a otros.
Permitidme terminar con una narración
sencilla. Mi amigo, Samuel Chadwick, ahora en la presencia del Señor, contó
esta historia.
Un día, en la
estación de Leeds, entré en la sala de espera. Había un hombre en la sala, que
estaba recostado contra la repisa y parecía estar afligido. Samuel Chadwick se
acercó a él y, observando que estaba llorando, le dijo: “Mi amigo ¿ha sufrido
usted alguna desgracia?” Le contestó, “No precisamente”. “¿Qué le pasa?”
“Bueno”, dijo, “mi hermano y yo habíamos ahorrado un poco de dinero y
decidimos emprender una pequeña industria, así que fuimos a lo de Crossley y
compramos un motor a gas y lo instalamos en nuestro establecimiento. Después
de trabajar unos dos años hallamos que estábamos perdiendo dinero; el motor no
era bastante potente para el trabajo, así que decidimos volver a la casa y
explicarles la situación. Contamos a la persona que nos atendió lo que sucedía
— estábamos perdiendo dinero, el motor no era bastante potente. ¿Qué se podía
hacer?”
“¿Recibieron el
motor que pidieron, no es así? “Sí” “Temo que no podemos hacer nada más”.
Salieron del escritorio y de paso se
encontraron con Francisco Crossley. Se dirigieron a él y le contaron lo que
sucedía. Les llevó de nuevo a su escritorio, obtuvo todos los detalles, luego
dijo, “Ahora bien, colocaré un motor en su establecimiento adecuado para el
propósito, y si me hacen saber lo que han perdido con ese motor inadecuado
durante estos dos años, se lo reembolsaré” Y el hombre lloró otra vez. Dijo,
“Señor, hoy he visto a un hombre que es semejante a su Jesucristo, y me ha
conmovido”.
“Carísimos,
amemos”.
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