“Dios... cambia la
tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Luego se alegran, porque se
apaciguaron; y así los guía al puerto que deseaban. Alaben la misericordia de
Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres” (Salmo 107:29-31).
Es habitual que un
buque esté en el agua, pero si el agua entra en él y lo llena está en peligro y
naufragará. Asimismo, para un cristiano, es normal que esté en el mundo; pero
si el mundo entra en él para tomar posesión de su corazón, ocasionará la ruina
de su vida espiritual. El hombre de oración guarda su corazón sumiso a Aquel
que lo creó, de manera que vive en paz y seguridad.
Todos
sabemos que es imposible vivir sin agua. Igualmente, el que es sumergido en el
agua pierde la vida; muere asfixiado. Entonces, es menester servirse del agua y
beber, pero no morir ahogado en el agua. De igual modo, el cristiano puede usar
con moderación de las cosas del mundo, pues Dios creó el mundo para que el
hombre disfrute de él. Sin embargo, no debe perderse en él. Aquellos que
abandonan la oración, que es la respiración del alma, mueren asfixiados.
Un barco de velas sólo puede avanzar con velas
desplegadas. El hecho de que no lo estén, no hará disminuir la fuerza del
viento. La fe es la vela que el hombre está invitado a desplegar para recibir el
viento de la gracia de Dios.
Creced, 1997
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