El siervo devoto
Entre las muchas
ceremonias ordenadas por Dios para su pueblo antiguo, la del siervo devoto
constituye un hermoso tipo, o modelo, de Cristo en su maravilloso amor que
motivaba su obra triunfante en la cruz.
Éxodo capítulo 21
empieza con las trágicas circunstancias de un hebreo que ha llegado a tal
extremo de pobreza y destitución que no puede pagar sus deudas. Por esto, según
la ley, tiene que venderse por esclavo en liquidación de ellas. Aquí tenemos un
cuadro de nuestra triste condición espiritual: “vendidos a sujeción del
pecado”, Romanos 7.14. La cuenta de nuestros pecados era tan grande y nosotros
tan completamente quebrados que nos era imposible satisfacer las justas
demandas de la santa ley.
Entonces se manifestó
el amor de Dios para con nosotros, el que envió a su amado Hijo a este mundo a
tomar nuestro lugar. Él volvió sus espaldas al esplendor majestuoso y riquezas
inescrutables de la gloria, donde seres angélicos le adoraban y servían, y
escogió un pesebre en el humilde pueblo de Belén donde nacer. Más tarde andaba
con hombres pobres; nunca cargaba dinero, tampoco mendigaba ni pedía préstamos
o cosas fiadas. Por las multitudes de curaciones maravillosas que hizo, nunca
cobraba ni un centavo; ¡por lo regular los curados y bendecidos ni siquiera se
acordaban de darle las gracias!”
Empezó su ministerio
público con cuarenta días y noches de hambre en el desierto y lo terminó
colgado en una cruz diciendo, “Sed tengo”, sin recibir una gota de agua. Mandó
al paralítico, “Levántate, toma tu lecho y anda”, pero nunca poseía cama
propia”. A un demoníaco que había sanado, le comentó: “Las zorras tienen
cuevas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene donde
recostar la cabeza”.
Cuán grande fue, pues,
el amor del Dueño del universo en pasar voluntariamente por tantas privaciones.
Siendo rico, se hizo pobre, para que nosotros fuésemos enriquecidos por su
pobreza.
La
segunda cosa que notamos en el relato del siervo en el Éxodo es que, al
completar los seis años de servidumbre, él podía salir libre. Cristo fue hecho
súbdito de la ley para que redimiese a los que estaban bajo la ley, Gálatas
4.4. Cuando se presentó ante Juan el Bautista al río Jordán, le exigió
bautizarse, diciendo: “Así nos conviene cumplir toda justicia”. Una vez que
había subido de las aguas, los cielos se abrieron, presentándole como si fuera
una invitación a subir arriba. Habiendo cumplido la justicia de la ley, se
encontraba libre.
Ahora, notemos el caso
del siervo hebreo. Si su amo le hubiere dado mujer y ella le hubiera dado
hijos, él tendría que salir solo, dejándolos atrás. ¿Qué haría el siervo en tal
caso? Impulsado por un amor admirable, diría, “Amo a mi señor, a mi mujer y mis
hijos. No saldré libre”. Así fue con nuestro amante Salvador. En devoción a su
Padre, y en amor para con nosotros, Él rechazó la libertad propia.
Con esto el siervo
hebreo fue sometido a una ceremonia dolorosa. Su amo le haría llegar a los
jueces, a la puerta o contra un poste, y le horadaría la oreja con lesna. Con
esto, el hombre sería su siervo de por vida. Asimismo vemos al bendito Hijo de
Dios traído delante de los jueces de este mundo, los cuales le entregaron para
ser crucificado. Fueron horadados sus manos y sus pies y, como en el caso del
hebreo, la marca de la sangre quedaría en el poste. Así la preciosa sangre
derramada en la cruz es señal que Él nos ha amado hasta la muerte.
La ley antigua no pudo
exigir más del siervo hebreo después de morir. En su muerte para nosotros Cristo
pudo clamar: “Consumado es”. Él murió por nuestras culpas: el Justo por
nosotros los injustos, para llevarnos a Dios. A todo aquel que cree en él como
su Salvador personal, la ley le considera como “muerto con Cristo”. “Así
también vosotros, hermanos míos, estáis muertos a la ley por el cuerpo de
Cristo para que seáis de otro, a saber, del que resucitó de los muertos, a fin
de que fructifiquemos para Dios”, Romanos 7.4.
Cristo y su obra por nosotros sobrepuja la figura que ya hemos considerado,
pues Él resucitó y ahora vive a la diestra de Dios, y al creer en él, Dios nos
da vida juntamente con Cristo; “por gracia sois salvos”.
Dígame, querido lector, ¿Cuán conmovidos estarían el amo, la esposa y los
hijos de aquel fiel siervo hebreo, al ver la prueba tan grande de su amor para
con ellos? ¿No es verdad, que despertaría en ellos un amor y gozo para con él?
Exactamente, y cuando nosotros descubrimos cuán grande ha sido el amor del
bendito Salvador para con nosotros, en librarnos de la servidumbre de la ley y
del pecado, por medio de sus padecimientos en la cruz, se rebosan nuestros
corazones el amor, el gozo y el agradecimiento para con él. “Le amamos porque
Él nos amó primero”.
¿Cómo
puedes despreciar un amor tan inmerecido e inmenso?
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