viernes, 2 de noviembre de 2018

CONSEJOS PARA JÓVENES

Aunque eres salvo por gracia, acuérdate que los galardones se darán por los servicios, ninguno será corona­do si no lucha legítimamente (2 Timoteo 2:15). Por tanto, es de suma importan­cia que tu servicio sea según está escri­to en LA PALABRA DE DIOS.
Cada verdad e instrucción que has aprendido de la Palabra de Dios es di­rigida a ti para que la practiques inme­diatamente. Esta es tu “obediencia de fe” a Él, y no consultes con carne ni sangre. “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mat. 10:37, 38).
Acuérdate que Cristo sabe lo que es mejor para ti. Él lo sabe mejor que tú mismo o cualquiera otra persona. En Ef. 1:22 leemos que Dios ha puesto todo ba­jo Sus pies, y lo dio por cabeza sobre to­das las cosas a la iglesia. Así pues, si planeas para ti mismo o sigues los pla­nes de otros, en lugar de los de Cristo, en esto deshonras a El — la Cabeza (Hebreos 12:1-3, “Por tanto... despojémo­nos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, pues­tos los ojos en Jesús...”)
Para hacer todo esto inteligente­mente, y con motivo puro, esta obe­diencia de fe debe ser el resultado de Su amor que nos constriñe, y Su amor hace esto en tanto que aprendemos cuanto Le debemos. Y es menester que recibas este conocimiento de la ense­ñanza que El mismo nos da en la Pa­labra Escrita. Allí leemos, primero, que Cristo es nuestro todo, sí, que Cristo es todo para nosotros en la presencia de Dios. Así, es Cristo primero y siem­pre, ningún otro, y ninguna otra cosa. (El cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención - Corintios 1:30). (Cristo entró en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios - Hebreos 9:24). Cristo es todo y en todo.
Para ver todo esto claramente, el ojo y el oído tienen que ser sanos, y así la necesidad de andar humildemente de­lante del Señor en todo, reconociendo cuán poco sabemos, y escudriñando Las Escrituras diariamente.
Nunca dejes la oración diaria Si fuera posible; ten un tiempo señalado para orar, además de aquellas oracio­nes telefónicas que frecuentemente des­pachamos a nuestro padre Dios. Acuér­date que los oídos de Dios siempre es­tán atentos a tus oraciones (Daniel 6, 10; Hechos 3:1-9; Hebreos 11:6; Fil. 4:6- 19; 1 Pedro 4:12).
Acuérdate de la lectura privada de la Biblia, y cuando leas, acuérdate que Dios te da Sus pensamientos para que sepas su mente, y si Él te habla acerca de otros, es para instruirte en Sus pen­samientos acerca de lo que otros es­tán haciendo y hablando. Es el placer de Dios darte Sus pensamientos acer­ca del pasado, el presente, y el futuro. Si no tienes mucho apetito para la Pa­labra de Dios, entonces ya estás caí­do. Necesitas la palabra para instruir­te, para tu crecimiento en gracia, y para limpiar tus caminos. La santifica­ción por la verdad se obtiene por la aplicación de la palabra a nuestras vi­das. Escudriñad las Escrituras.
Nunca dejes de pasar un día sin hacer algo para la honra y gloria del Nombre del Señor Jesucristo. Él te amó y te salvó; debes amarle por esto. Cuan­do sea posible, habla una palabra por el Señor, y de todos modos haz algo que sea agradable a Él, ya sea direc­tamente al Señor, o para los que son de Él. El pueblo de Dios es muy que­rido del Señor. Ellos son Uno con El.
Cuando hay duda tocante los pa­sos que debes tomar, pon todo delan­te del Señor en oración, quédate quie­to para ver cómo Él te guiará. Ten pa­ciencia y Dios abrirá el camino para ti. La falta de paciencia y de esperar en Dios, muchas veces trae muchas difi­cultades, tristeza y pérdida. (Reconócelo en todos tus caminos, y El ende­rezará tus veredas - Proverbios 3:1).
En todo seas dirigido por la Pa­labra de Dios, por lo que está escrito. Nunca consultes tus propias inclina­ciones o sentimientos. “Así ha dicho Jehová” debe ser tu guía en todo. (“Hijitos míos, estas cosas os escribo pa­ra que no pequéis” 1 Juan 2:1).
Sé humilde. Nunca pienses que sa­bes todo. En la Palabra de Dios hay al­turas, anchuras, y profundidades en los asuntos de Dios, y te tomará toda la eternidad para verlas, meditar en ellas y comprenderlas. Habla a tu Padre ahora y dile: “Señor, enséñame a mí”.
Evita todos los que chismean y critican, como evitarías Una culebra. Nunca permitas que alguien te traiga una calumnia de ninguna descripción. Hay profesantes que parecen vivir so­lamente para describir las flaquezas de otros, de cuyos labios nunca se oye una palabra excepto para condenar a otros o para levantar argumentos acerca de alguna porción de la Biblia que les pa­rece difícil. Estos dejan una herencia de angustia tras ellos.
Mira que estés bien con Dios en tu propia alma. Ten mucho cuidado de esto. Nada puede estar bien si está mal con Dios.
Cuídate de no contristar al Espí­ritu Santo. Es una cosa ser salvo; es otra ser lleno del Espíritu (Efes. 5:18). Tu prosperidad de alma y de servicio dependerá de tu estado espiritual.
Se ha dicho: “Poder, corrompe; po­der absoluto, corrompe absolutamen­te”. El mundo religioso y político de ayer y de hoy nos ofrecen una compro­bación rotunda de esta humillante ver­dad. El único que tiene derecho de ejer­cer poder es aquel que no puede em­briagarse de él ni puede perder la sere­nidad, la equidad, la justicia y el amor: es Dios; pero el hombre puede repre­sentarlo en la tierra.
Las iglesias han sufrido mucho co­mo consecuencias de hombres que han pretendido poder en ellas, ejerciéndolo aparte del reverente temor de Dios.
Las escrituras establecen la necesi­dad de gobierno en las naciones y go­bierno en las iglesias; pero el que ejer­ce ese gobierno, en uno como en otro caso, lo deberá hacer consultando la vo­luntad de Aquel a quien tendrá que dar cuenta. Tendrá que dar cuenta de­tallada, por cuanto es nada más que un “ministro” de Dios, desde que no hay poder si no en Dios”.
Tengamos, pues, mucho cuidado los que ocupamos en las iglesias la respon­sabilidad de apacentar la grey del Se­ñor.
Sendas de Luz, 1976

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