viernes, 2 de noviembre de 2018

EL CORDERO DE DIOS (Parte III)

Contempla en Jesús EL CORDERO PROVISTO PARA TAL FIN
Dios cumple siempre lo que promete. Dios cumplió en el Señor Jesús cada promesa, cada profecía, cada símbolo sa­crificatorio de Él anotado en la Biblia. Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo colgado en la histórica cruz del Calvario. Quiere decir, entonces, que Dios mismo proveyó el Cordero, y cumplió en la historia lo que había prometido en las profecías. El apóstol Pablo fue a las naciones con el mensaje de Cristo crucificado. Lo trans­formó en un mensaje vivido. A cierto grupo que escuchaba su predicación le habló de esta manera, "...ante cuyos ojos Jesucristo fue ya descripto [presentado] como crucificado entre vosotros” (Gálatas 3:1). La palabra descripto que aparece en la fra­se, en el original griego dice gráficamente, es decir, ver algo de un modo objetivo. Pablo no tuvo consigo ninguno de los adminículos modernos que se emplean para presentar dibujos en público; pero trazó un cuadro de Jesucristo crucificado por medio de su palabra, y lo hizo de un modo tan vivido y real que los oyentes pudieron casi verlo. Aquella gente contempló el Cordero de Dios.
Hace mucho tiempo leí una narración que interpreta muy bien lo que Pablo quiso decir con la frase, “...ante cuyos ojos Jesucristo fue ya descripto como crucificado en­tre vosotros”, y es una ilustración de las palabras de Juan el Bautista, “He aquí el Cordero de Dios que quita el pe­cado del mundo”.
Stenberg, artista de Düsseldorf, Alemania, había sido con­tratado para pintar un cuadro de la crucifixión de Cristo. Tenía el cuadro ya casi terminado cuando sintió un gran deseo de salir al campo a respirar el aire primaveral. Tomó la paleta y los      pinceles y se dirigió a la campiña que rodeaba a la ciudad. Buscando un paisaje que lo inspirara, vio, a corta distancia suya, a una niña, con cabello rene­grido, que tejía una canasta. De pronto la niña se dio vuelta y vio al artista. Levantarse y comenzar a danzar de­lante de él fue obra de un segundo de tiempo. El pintor logró verla en determinada pose y le dijo: “¡Quédate quieta!” La niña permaneció inmóvil mientras el artista trazaba rápidamente el bosquejo, diciéndose para su coleto [para si], “La voy a pintar como danzarina española”. La niña re­sultó ser una gitana y convino con ella que iría a su estudio a posar tal cual él la había bosquejado ya, para perfec­cionar el cuadro.
En la primera visita que ella hizo al estudio, sus ojos captaron en seguida el grandioso cuadro de la crucifixión de Cristo, y de inmediato se sintió atraída al lienzo y a la figura central: Cristo en la cruz. Le preguntó a Stenberg quién era y que había hecho. Como el artista no sabía na-da del poder del evangelio, contestó fríamente a la gitana. Le dijo que la figura central representaba a Cristo, que era un hombre bueno, y que no había hecho nada como para que lo mataran. En esa ocasión no le dijo más nada.
Cuando volvió al día siguiente, los ojos de la muchacha volvieron a clavarse en el cuadro al tiempo que pregun­taba al artista, “Si Él fue un hombre bueno, ¿por qué lo trataron de esa manera?” Stenberg, para que se dejara de hacer preguntas, le narró la historia de la crucifixión de Cristo Jesús. Pero fue una narración que carecía de un mensaje evangélico.
En la última visita, el pintor le dijo a la gitana que el cuadro estaba vendido y que ella recibiría su paga y, además, una moneda de oro extra. Echando una mirada lánguida al cuadro de la crucifixión mientras se iba, la mu­chacha le dijo a Stenberg, “Señor, usted debe amar mucho a quien hizo tanto por usted, ¿verdad?” Las palabras de la gitana penetraron como una flecha en el corazón del pintor. No amaba al Señor Jesús, y lo sabía, pero, por me­dio del cuadro que había pintado quedó convicto de tu necesidad de salvación. Supo de un predicador que estaba evangelizando en las cercanías de la ciudad, y fue a escu­charlo. Por primera vez en la vida Stenberg oyó el verdadero mensaje de salvación por medio de Cristo crucificado, y lo aceptó como su Salvador.
Al regresar al estudio se preguntaba, “¿Qué puedo hacer para predicar a Cristo?... Pero yo no sé predicar... ¡Ya se lo que haré!... ¡Pintaré el Evangelio del amor de Dios! El cuadro que acabo de pintar no tiene amor. Voy a pin­tar otro cuadro de la crucifixión de Cristo; pero esta vez le daré vida expresándole amor y compasión”. Así lo hizo, y lo ofreció al museo de arte como un regalo. Después solía visitar el museo, se colocaba detrás del cuadro y oraba para que el Señor bendijera su sermón pintado.
Una tarde, momentos antes de que se cerrara el museo, vio que una niña se había quedado parada delante del cuadro. Fue hacia ella y reconoció que era la gitana de su cuadro. Estaba llorando. Inmediatamente el pintor la llamó por su nombre. “Pepita, ¿qué te pasa?” Ella le dijo que deseaba que Cristo la amara, así como Él había amado al artista: pero que ella era una pobre muchacha gitana. Entonces Stenberg le contó la historia verdadera del Evan­gelio. Le explicó que el Señor Jesús había muerto también por ella en la cruz del Calvario. Pepita miró al Cordero de Dios, creyó y fue salva también.
Muchos años después que Stenberg y Pepita habían ya traspuesto los umbrales de la eternidad, un joven noble franqueó las puertas del museo de Dusseldorf, y muy pronto se encontró parado ante el cuadro de la crucifixión del Cordero de Dios pintado por Stenberg. Se sintió cap­tado por el lienzo. De pronto se fijó en la leyenda clavada en el marco del cuadro. “Todo esto yo he hecho por ti. ¿Qué has hecho tú por Mí?” El joven salió del museo hecho un hombre nuevo. ¿Quién era? Nada menos que el Conde Zinzerdorf, el que llegó a ser el fundador de tan­tas misiones moravas.
Dice Juan “Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios”. Tales palabras fueron diri­gidas a dos hombres. ¿Miraron? Si. “Y oyéronle los dos discípulos hablar, y siguieron a Jesús” (Juan 1:37). Estos dos discípulos eran Juan y Andrés, quienes llegaron a ser discípulos de Cristo y se contaron entre los más útiles de la era apostólica. Andrés se constituyó en el gran ganador de almas del grupo apostólico, y Juan llegó a ser el dis­cípulo a quien Jesús amó. Este gran cambio se produjo en el corazón y en la vida de ellos porque miraron al Cordero de Dios.
Mi amigo lector que todavía no eres salvo: Tú también puedes mirar, si quieres, al Cordero de Dios, al Señor Je­sucristo, crucificado por ti, y con esa mirada ser salvo y poseer actualmente la vida eterna, y pasar la eternidad con el Señor Jesús.

Jesús será EL CORDERO PERPETUAMENTE
No puedo terminar este sermón sin dirigir una palabra a los que ya están salvos, a los cuales la Palabra de Dios lla­ma santos, “los que hicieron conmigo (Dios) un pacto con sacrificio” (Salmo 50:5). Para vosotros, mis estimados amigos, Jesús será EL CORDERO PERPETUAMENTE. El último libro de la Biblia llama a Jesús "el Cordero” 28 veces. Pero mencionaré solamente donde aparece como el CORDERO PERPETUO: “Y miré, y he aquí en medio del trono y de los cuatro animales, y en medio de los an­cianos, estaba un Cordero como inmolado” (Apoc. 5:6). Allí se le ve “en medio del trono” y “en medio de los ancianos” con las marcas de la crucifixión sobre El. Son las que tenía en el cuerpo de la resurrección (Juan 20:27), y las tiene en Su cuerpo glorificado.
Una vez le oí decir al Dr. Juan R. Rice, el bien cono­cido evangelista, mientras predica en Seattle, que, en el cielo, cuando los redimidos tengan el cuerpo glorifi­cado, libre de las cicatrices contraídas en el servicio cris­tiano en la tierra, habrá Un Cuerpo que para siempre jamás mostrará las cicatrices contraídas en el servicio de Dios, contraídas al ofrecer la expiación, y que ese cuerpo será el del Señor Jesucristo. El Dr. Rice tiene razón en lo que afirma, porque el pasaje de Apocalipsis 5:6 muestra al Cor­dero, al Señor Jesús, como si hubiera sido sacrificado y con las, marcas de la crucifixión sobre El.
Cuando, contemplemos al Señor Jesús a través de las edades de los siglos sin fin, jamás podremos olvidar que estamos allí gracias a Él, porque con sus sufrimientos en la cruz hizo posible nuestra redención. Las manos, los pies y el costado herido harán que para siempre le amemos y le adoremos.
      El Señor Jesús, como EL CORDERO PERPETUO, pas­toreará a quienes “han lavado sus ropas, y las han blan­queado en la sangre del Cordero” (Apoc. 7:14), porque se nos dice que “el Cordero que está en medio del trono los pastoreará” (Apoc. 7:17). Finalmente, el libro de Apoca­lipsis nos dice que el Señor Jesús, como “el Cordero”, rei­nará, con Dios el Padre, a través de todos los siglos de la eternidad. “El trono de Dios y del Cordero estará en ella” (Apoc. 22:3).

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