JUDAS 3
Ahora bien, los hombres confunden estas dos cosas; siguen edificando
con madera, heno, hojarasca, y luego afirman que las puertas del infierno no
prevalecerán contra eso, porque no prestan atención a la Palabra de
Dios. Es necesario que veamos los principios de Dios y el poder del Espíritu
Santo, que oigamos lo que el Espíritu dice a las iglesias, para que descubramos
realmente dónde estamos, a fin de hallar así la senda que Dios ha trazado y
sobre la cual claramente debemos andar; y, puedo agregar, es necesaria la fe en
la presencia del Espíritu de Dios. Ese Espíritu se servirá de la Palabra para
hacernos notar el estado de cosas imperante sin confundir la fidelidad de Dios
con la responsabilidad del hombre —lo que hace el mundo supersticioso— sino
confesando que hay un Dios vivo, y que ese Dios vivo está entre nosotros en la
persona y el poder del Espíritu Santo. Todo está basado en la cruz, por cierto;
pero ha venido el Consolador y “por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en
un cuerpo” (1 Corintios 12:13).
Pues, ya sea que considere al individuo o a la iglesia, encuentro que
el secreto del poder para todo el bien contra el mal ―ya afuera, ya adentro, y
sin olvidar que la Palabra de Dios es la guía―, estriba en el hecho de la
presencia del Espíritu Santo. “¿O ignoráis ―dijo el apóstol a algunos que
andaban muy mal, a fin de corregirlos― que vuestro cuerpo es templo del
Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios?” (1 Corintios
6:19) ¿Creéis vosotros, amados amigos, que vuestros cuerpos son templos del
Espíritu Santo? Pues ¿qué clase de personas debiéramos ser?
En 1 Corintios 3:16 vemos que se dice exactamente lo mismo acerca de
la iglesia: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora
en vosotros?” La presencia del Espíritu da poder, y poder práctico también para
bendición, ya en la iglesia, ya en el individuo, y solamente Él puede hacer
algo para verdadera bendición.
De nuevo, solamente sobre la base de la redención Dios puede morar con
el hombre. Él no habitó con Adán en inocencia, aunque sí descendió hasta él.
Tampoco moró con Abraham, aunque lo visitó y comió con él. Pero cuando Israel
salió de Egipto, Dios dijo que los había atraído hacia sí, “para habitar en
medio de ellos” (Éxodo 29:46). Y en seguida fue edificado el tabernáculo, y
allí se hallaba la presencia de Dios en medio de su pueblo.
Por cierto, que ahora tenemos la verdadera y plena
redención, y el Espíritu Santo ha descendido a morar en los que creen, a fin de
que sean la expresión de lo que Cristo mismo fue cuando estuvo aquí. “Todo
aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en
Dios” (1 Juan 4:15), y también: “En esto conocemos que permanecemos en él, y él
en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu” (1 Juan 4:13). Dondequiera que
haya una persona verdaderamente cristiana, Dios mora en ella; no se trata
meramente de que tenga vida, sino de que está sellado con el Espíritu Santo, que
es el poder para toda conducta moral. Si tan sólo creyésemos que el Espíritu de
Dios mora en nosotros, ¡qué sujeción se vería, y qué clase de personas
seríamos, al no contristar a ese Espíritu!
Además, en 1
Corintios 2:9 leemos: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en
corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero
Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu” … “y nosotros no hemos recibido
el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios” (v. 12). El
Espíritu de Dios y el espíritu del mundo están siempre en contraste. Pero
entonces encuentro que la revelación está en contraste con nuestro estado.
Tenemos que decir: “ojo no vio”. Estas cosas son tan grandes que no las podemos
concebir, pero Dios las ha revelado por su Espíritu. Los santos del Antiguo
Testamento no las pudieron descubrir ni conocer, pero con nosotros ocurre lo
contrario; nosotros las conocemos, y Él nos ha dado su Espíritu “para que
sepamos lo que Dios nos ha concedido”.
En este pasaje (1 Corintios 2:10-14) el Espíritu
Santo es visto en tres diferentes etapas: primero, están las cosas que son
reveladas por el Espíritu (v. 10); segundo, ellas se comunican mediante
palabras enseñadas por el Espíritu (v. 13); y, por último, se perciben o
reciben mediante el poder del Espíritu (v. 14). Estas tres son las operaciones
del Espíritu de Dios.
Si tomo la Palabra de Dios por sí sola y
digo que puedo juzgarla y entenderla, entonces soy un racionalista; es la mente
del hombre la que juzga la revelación de Dios. Pero cuando tenemos la mente de
Dios comunicada por el Espíritu Santo, y percibida por el poder del Espíritu
Santo, entonces tengo la mente de Dios. Hay tanta sabiduría y tanto poder de
parte de Dios a nuestra disposición para enfrentar el estado de ruina en que
nos encontramos hoy, como lo hubo al principio cuando Él estableció la iglesia;
y en eso debemos apoyarnos.
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