viernes, 2 de noviembre de 2018

EL COMPAÑERISMO ENTRE LOS HERMANOS

En el Salmo 34:3 leemos, "engrandeced a Jehová conmigo y exaltemos a una su nombre". Y en el Salmo 133:1 dice: "Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía". En realidad, una de las experiencias más edificantes que cualquier persona puede te­ner, y yo agregaría que una de las más alegres y confortantes, es la de reunirse con otros, guia­dos por el Espíritu, en un sano compañerismo. En esta clase de compañerismo solamente se re­conoce lo que "ha dicho el Señor". Esta fue la clase de comunión que tuvieron los santos del primer siglo, cuando "perseveraban en la doc­trina de los apóstoles, en la comunión unos con otros" (Hechos 2:42).
     Sin embargo, no es muy común decir lo mismo respecto de los hermanos hoy en día. Pa­rece que es difícil lograr que un grupo de per­sonas disfruten juntas o se aguanten una hora escuchando acerca del Señor o cuatro o cinco horas estudiando versículos de la Biblia, y dis­frutando plenamente cada minuto.

La necesidad del compañerismo
     El Señor mismo ha dicho "no es bueno que el hombre esté solo" (Génesis 2:18). Esto es más real en la vida espiritual que en la relación social y física, a lo cual se refería el versículo en un comienzo.
     La mayoría de las personas religiosas que se reúnen con su grupo en el día del Señor parecen quedar contentos con eso para toda la semana. No se reúnen de nuevo hasta los ocho días, don­de se lleva a cabo el mismo servicio monótono. Por otro lado, el compañerismo de aquellos que realmente viven por el Espíritu, es a la vez una delicia y una necesidad, pues anhelan encontrar­se con los que también son vivos para Dios.
     Es muy inspirador cuando en un grupo de creyentes se dialoga sobre verdades que también ellos han descubierto o cuando se comparten respuestas a oraciones por la misericordia de Dios. En momentos como ese, todos los creyen­tes presentes le dan la gloria a Dios por su gracia y bondad para con sus hijos.

El secreto del compañerismo
     Para disfrutar de esta clase de compañerismo se debe tener en cuenta una condición inexora­ble: todos los hermanos deben permanecer jun­tos por la gracia de la unidad espiritual, y amar y mantenerse en comunión personal con el Se­ñor. Este compañerismo lo disfrutan aquellos que han sido unidos a Cristo y que desean tener una mayor comunión con El eternamente, le­jos de la turbación y tribulación en la que ahora viven.
     El compañerismo entre los cristianos les da, además, fortaleza. Hay tantas cosas en guerra contra el Espíritu. El alma se pone anémica has­ta que empieza a tambalear. El verdadero com­pañerismo le pone a salvo del decaimiento. Es difícil explicar la intimidad y alivio que nos proporciona el verdadero compañerismo.
     Cuando alguien está decaído, se ayuda a le­vantar y mediante el poder del Señor ayudamos a que las cosas se mejoren para el hermano. Es difícil que un hermano se deje vencer por algu­na experiencia que otro ya ha pasado. En la ver­dadera comunión de los hermanos se puede ins­truir y orar por el que está deprimido.
     Los animo a formar un genuino compañe­rismo cristiano en su asamblea, donde todos demuestren amor a Cristo. Vea por usted mis­mo cómo llegan las bendiciones. Eso es cami­nar en los pasos del Salvador.

La esencia del compañerismo
     En Génesis 6:9 se nos habla que "Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé". Esto quiere decir que tuvo compañerismo con Dios, lo cual es la esencia para tener un verdadero compañerismo de hom­bre a hombre. Moisés tuvo compañerismo con Dios, así como lo tuvieron Enoc y Abraham antes que él. "Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero." (Éxodo 33:11).
     Esto es compañerismo espiritual, y es lo mismo que nosotros experimentamos a través del Señor Jesucristo mediante el Espíritu Santo.
     Nosotros también tenemos compañerismo con Cristo mismo. Leemos en Mateo 18:20 "porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Cuando dijo esto, el Señor estaba en medio de sus discípulos, instruyéndolos y preparándolos para la obra que debían realizar en los días si­guientes. Él les estaba diciendo que aunque no estaría con ellos físicamente, estaría presente en Espíritu cuando se reunieran en comunión para servirle. Su presencia se hace palpable en el compañerismo espiritual de hoy en día. Senti­mos su presencia y su dirección cuando nos congregamos. Pero es necesario que primero es­temos en comunión constante con El. Cristo mora en nuestros corazones por la fe (Efesios 3:17) y cena con nosotros y nosotros con El (Apocalipsis 3:20). Aquellos que habitan en el lugar secreto del Todopoderoso, están en cons­tante comunión con el Señor (Salmo 90:1; 91:1; Colosenses 3:3). Usted no puede morar con Dios si no tiene comunión con El. Hay una comunión continua entre el Señor y aquellos que viven por fe.
     Podemos entonces, decir con el salmista "compañero soy yo de todos los que te temen, y guardan tus mandamientos" (Salmo 119:63). Por esta razón los hijos de Dios desean estar en compañerismo con otros que tienen la misma fe. Realmente es una experiencia buena y agra­dable permanecer juntos en Cristo.

La condición del compañerismo
     "¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?" dice Amos, el profeta (Amos 3:3). La respuesta es, por supuesto, no. Pueden ca­minar en proximidad física, pero estar en des­acuerdo espiritualmente. Cuando hay acuerdo en las cosas espirituales, según dice la Biblia, es cuando verdaderamente hay unidad y Cristo es­tará con ellos según Él lo prometió. Sólo enton­ces ellos pueden "caminar juntos" en la "uni­dad del Espíritu" y en el "vínculo de la paz" (Efesios 4:3).
     Veamos otro versículo: "los que temían a Jehová", nos dice Malaquías, hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre" (Malaquías 3:16).
     Hermanos, no estamos perdiendo el tiempo cuando andamos en comunión espiritual unos con otros.
     Ahora, permítanme amonestarles con las pa­labras de Pablo, "os ruego, pues hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que ha­bléis todos una misma cosa, y que no haya en­tre vosotros divisiones, sino que estéis perfecta­mente unidos, en una misma mente y en un mismo parecer" (1 Corintios 1:10). Las divisio­nes, los argumentos, son los medios de Satanás para robarles las bendiciones que vienen de la comunión. Dejen que reine el amor fraternal, y les aseguro que, estando de acuerdo, recibirán bendiciones del Señor.
Sendas de Vida, 1986

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