Pero
¿debemos trabajar buscando una recompensa? ¿No sería esto una forma egoísta de
proceder? ¿No sería mejor ignorar este asunto y simplemente servir al Señor?
Preguntas y comentarios como éstos se hacen a menudo y son dignos de
consideración.
Cierto es
que no tendríamos tantas exhortaciones a no perder nuestra recompensa si el
Espíritu Santo no quisiera darnos estas coronas.
Acerca de Moisés leemos lo siguiente:
“Por la
fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de faraón, escogiendo
antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites
temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que
los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón” (He.
11:24-26).
Él
consideró el valor de lo que ofrecía Egipto, por un lado, y por el otro, lo que
Dios en Su Palabra ha prometido a Su pueblo, y toda la gloria de Egipto parecía
más ligera que el aire en comparación con la alabanza de Dios. Tampoco era el
egoísmo lo que le motivaba a poner la mirada en el galardón. Sabía que Dios es
glorificado cuando Su pueblo aprende a estimar correctamente Sus favores.
Una vez
cuando había estado predicando sobre las verdades indicadas en este libro, una
mujer cristiana y modesta se me acercó y preguntó: “¿Debo entender que usted
está trabajando para una recompensa, que anticipa recibir una corona?” “Sí”, le
respondí, “me daría mucho gozo ser coronado en aquel día por Aquel cuyo siervo
soy”. “¡Oh!”, exclamó ella, “¡qué sorpresa! Esperaba que estaría trabajando
sólo por puro amor a Cristo, sin esperanza de recibir nada a cambio. Por mi
parte, sólo deseo agradarle y no me interesa ninguna corona”. “¿Pero señora”,
le repliqué, “no se acuerda de lo que vamos a hacer con las coronas si tenemos
la felicidad de ganarlas?” Cambió instantáneamente la expresión de su cara, y
dijo: “No había pensado en esto. ¿Verdad que dice en algún lugar que echaron
sus coronas a Sus pies?” “Sí, señora, exactamente. Y qué triste sería no tener
corona para echar en aquel momento. No es que tomamos crédito ni ahora ni
entonces por lo que hacemos, pues sólo podremos decir: “siervos inútiles
somos; sólo hemos hecho lo que debemos”. Echaremos nuestras coronas a Sus pies
en adoración, cantando “Digno es el Cordero, Digno eres Tú, Señor Jesús”. Los
ojos de aquella señora se llenaron de lágrimas y dijo: “Entonces, sí que deseo
una corona para aquella ocasión gloriosa. Estaba equivocada. Buscaré trabajar
por El para obtener una recompensa”. Cierto es que cada santo redimido por la
sangre de Cristo, e instruido en la Palabra de Dios, puede decir lo mismo.
Es
importante recordar que cuando estaba en el mundo, el Señor dijo: “más bienaventurado es dar que recibir”
(Hch. 20:35). Así que, le dará gozo presentar a Sus santos victoriosos las
recompensas que ha preparado antes para ellos. Quisiera ver a cada uno entre
los que guardan Su Palabra y vencen al mundo, para que, habiendo padecido con
El, también puedan reinar con El en la gloria venidera de Su reino visible.
Cuando Él
se presente para tratar con Sus siervos y ver lo que cada uno ha ganado con los
talentos que le fueron entregados, será para el Señor un gozo reconocer lo que
Su gracia ha hecho en ello por medio del poder del Espíritu Santo que mora en
ellos. Al honrar a Sus santos, realmente está glorificando el Nombre de Su
Padre, y Su propio Nombre. En aquel día, ¿quién quisiera perderse las palabras:
“Bien, buen siervo y fiel... entra en el gozo de tu señor”? (ver Mt. 25:21,
23). Dará gran satisfacción a los que han trabajado en medio de dificultades,
sirviendo al Señor en el lugar donde Él fue rechazado, cuando luego Él diga:
“Sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré
Pero aun con todo,
no trabajamos solamente para recibir una corona, sino también para agradar a
Aquel que nos ha tomado por soldados (2 Ti. 2:4). Su aprobación será amplia
recompensa por toda la persecución y falta de comprensión de los hombres. “Por tanto procuramos también, o ausentes
o presentes, serle agradables” (2 Co. 5:9).
Pero a veces no
acabamos de comprender cuánto Él aprecia y agradece las cosas pequeñas, la
devoción íntima que los demás no ven, y la fidelidad en la rutina cotidiana.
Tendemos a pensar que hay que hacer alguna cosa grande, servir en alguna
capacidad pública y visible, para ganar el laurel del vencedor. Pero esto es un
error. El valora todo lo que se hace por amor de Él y según Su Palabra, aparte
de si los hombres lo ven o no.
Recuerdo a una madre
preocupada que me dijo en una ocasión: “No puedo ganar una corona, porque no
tengo oportunidad para servir como quisiera. Cuando era estudiante tenía
sueños de una vida de devoción al servicio de Cristo. Me presentaba
voluntariamente cuando había un trabajo o ministerio que realizar, y pensaba
que llegaría a ser una misionera. Pero cuando gradué encontré a Charlie, y
pronto nos casamos. Allí terminó mi sueño de salir y servir a Cristo. Han
pasado años, he padecido de problemas de salud, he criado seis hijos, y hemos
tenido bastantes problemas económicos, con lo que ha sido imposible que yo
hiciera algo para el Señor. Así que, nunca podré ganar una corona”. ¿No
expresaba ella el concepto equivocado que tienen muchas jóvenes que piensan que
para servirá Cristo hay que “salir a la obra”? Le expliqué a la hermana que el
testimonio piadoso de una esposa fiel y madre devota, la obra de criar una
familia para Dios, el ejemplo de una vida santa y coherente, estas cosas son de
gran valor a los ojos de Dios, y tienen una recompensa segura. Seguramente es
así para cada hermana en Cristo. Una madre ocupada con las cosas de su familia
también puede correr la carrera cristiana y ganar así la corona incorruptible.
Aun una persona minusválida y débil puede enseñar a otra el camino de paz con
Dios, y así obtener una corona de gozo. El santo más pobre puede amar Su
venida y ganar la corona de justicia. El creyente que sufre en humildad puede
ser tan devoto a Cristo que gana la corona de vida. Y cualquiera que ministre
de cualquier manera a las ovejas o los corderos de la grey de Cristo
seguramente recibirá la corona de gloria cuando sea manifestado el Príncipe de
los pastores.
Lo que es necesario
es un corazón ocupado con Cristo, un corazón para El. Él empleará a todos los
que están dispuestos a permitirle hacer Su voluntad en sus vidas. Él que ha
salvado por la gracia seguramente recompensará en aquel día aun el servicio más
pequeño hecho para Él o para los Suyos.
H.A.
Ironside
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