viernes, 2 de noviembre de 2018

SALVACIÓN Y RECOMPENSA (Parte VIII)



Pero ¿debemos trabajar buscando una recompensa? ¿No sería esto una forma egoísta de proceder? ¿No sería mejor ignorar este asunto y simplemente servir al Señor? Preguntas y comentarios como éstos se hacen a menudo y son dignos de consideración.
Cierto es que no tendríamos tantas exhortaciones a no perder nuestra recom­pensa si el Espíritu Santo no quisiera darnos estas coronas.
Acerca de Moisés leemos lo si­guiente:
“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de faraón, escogien­do antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón” (He. 11:24-26).
Él consideró el valor de lo que ofrecía Egipto, por un lado, y por el otro, lo que Dios en Su Palabra ha prometido a Su pueblo, y toda la gloria de Egipto parecía más ligera que el aire en compa­ración con la alabanza de Dios. Tampoco era el egoísmo lo que le motivaba a poner la mirada en el galardón. Sabía que Dios es glorificado cuando Su pueblo aprende a estimar correctamente Sus favores.
Una vez cuando había estado pre­dicando sobre las verdades indicadas en este libro, una mujer cristiana y modesta se me acercó y preguntó: “¿Debo entender que usted está trabajando para una recompensa, que anticipa recibir una corona?” “Sí”, le respondí, “me daría mucho gozo ser coronado en aquel día por Aquel cuyo siervo soy”. “¡Oh!”, exclamó ella, “¡qué sorpresa! Esperaba que estaría trabajando sólo por puro amor a Cristo, sin esperanza de recibir nada a cambio. Por mi parte, sólo deseo agradarle y no me interesa nin­guna corona”. “¿Pero señora”, le repliqué, “no se acuerda de lo que vamos a hacer con las coronas si tenemos la felicidad de ganarlas?” Cambió instantáneamente la expresión de su cara, y dijo: “No había pensado en esto. ¿Verdad que dice en al­gún lugar que echaron sus coronas a Sus pies?” “Sí, señora, exactamente. Y qué triste sería no tener corona para echar en aquel momento. No es que tomamos cré­dito ni ahora ni entonces por lo que hace­mos, pues sólo podremos decir: “siervos inútiles somos; sólo hemos hecho lo que debemos”. Echaremos nuestras coronas a Sus pies en adoración, cantando “Digno es el Cordero, Digno eres Tú, Señor Jesús”. Los ojos de aquella señora se llenaron de lágrimas y dijo: “Entonces, sí que deseo una corona para aquella ocasión gloriosa. Estaba equivocada. Buscaré trabajar por El para obtener una recompensa”. Cierto es que cada santo redimido por la sangre de Cristo, e instruido en la Palabra de Dios, puede decir lo mismo.
Es importante recordar que cuando estaba en el mundo, el Señor dijo: “más bienaventurado es dar que recibir” (Hch. 20:35). Así que, le dará gozo presentar a Sus santos victoriosos las recompensas que ha preparado antes para ellos. Quisiera ver a cada uno entre los que guardan Su Palabra y vencen al mundo, para que, ha­biendo padecido con El, también puedan reinar con El en la gloria venidera de Su reino visible.
Cuando Él se presente para tratar con Sus siervos y ver lo que cada uno ha ganado con los talentos que le fueron entregados, será para el Señor un gozo reconocer lo que Su gracia ha hecho en ello por medio del poder del Espíritu Santo que mora en ellos. Al honrar a Sus santos, realmente está glorificando el Nombre de Su Padre, y Su propio Nombre. En aquel día, ¿quién quisiera perderse las palabras: “Bien, buen siervo y fiel... entra en el gozo de tu señor”? (ver Mt. 25:21, 23). Dará gran satisfacción a los que han trabajado en medio de dificultades, sirviendo al Señor en el lugar donde Él fue rechazado, cuando luego Él diga: “Sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré
Pero aun con todo, no trabajamos solamente para recibir una corona, sino también para agradar a Aquel que nos ha tomado por soldados (2 Ti. 2:4). Su apro­bación será amplia recompensa por toda la persecución y falta de comprensión de los hombres. “Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables” (2 Co. 5:9).
Pero a veces no acabamos de com­prender cuánto Él aprecia y agradece las cosas pequeñas, la devoción íntima que los demás no ven, y la fidelidad en la rutina cotidiana. Tendemos a pensar que hay que hacer alguna cosa grande, servir en alguna capacidad pública y visible, para ganar el laurel del vencedor. Pero esto es un error. El valora todo lo que se hace por amor de Él y según Su Palabra, aparte de si los hombres lo ven o no.
Recuerdo a una madre preocupada que me dijo en una ocasión: “No puedo ganar una corona, porque no tengo opor­tunidad para servir como quisiera. Cuando era estudiante tenía sueños de una vida de devoción al servicio de Cristo. Me presentaba voluntariamente cuando ha­bía un trabajo o ministerio que realizar, y pensaba que llegaría a ser una misionera. Pero cuando gradué encontré a Charlie, y pronto nos casamos. Allí terminó mi sueño de salir y servir a Cristo. Han pasado años, he padecido de problemas de salud, he criado seis hijos, y hemos tenido bastantes problemas económicos, con lo que ha sido imposible que yo hiciera algo para el Señor. Así que, nunca podré ganar una corona”. ¿No expresaba ella el concepto equivocado que tienen muchas jóvenes que piensan que para servirá Cristo hay que “salir a la obra”? Le expliqué a la hermana que el testimonio piadoso de una esposa fiel y madre devota, la obra de criar una familia para Dios, el ejemplo de una vida santa y coherente, estas cosas son de gran valor a los ojos de Dios, y tienen una recompensa segura. Seguramente es así para cada hermana en Cristo. Una madre ocupada con las cosas de su familia también puede correr la carrera cristiana y ganar así la corona incorruptible. Aun una persona minusválida y débil puede enseñar a otra el camino de paz con Dios, y así obte­ner una corona de gozo. El santo más pobre puede amar Su venida y ganar la corona de justicia. El creyente que sufre en humildad puede ser tan devoto a Cristo que gana la corona de vida. Y cualquiera que ministre de cualquier manera a las ovejas o los corderos de la grey de Cristo seguramente recibirá la corona de gloria cuando sea manifestado el Príncipe de los pastores.
Lo que es necesario es un corazón ocupado con Cristo, un corazón para El. Él empleará a todos los que están dis­puestos a permitirle hacer Su voluntad en sus vidas. Él que ha salvado por la gracia seguramente recompensará en aquel día aun el servicio más pequeño hecho para Él o para los Suyos.
H.A. Ironside

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