La clave
final de todas las Escrituras es Cristo mismo. En el camino a Emaús el Señor
Jesús les dio calor a los corazones de dos de sus discípulos al mostrarles en
todas las Escrituras “lo que de Él decían” (Lc. 24:27). Todo se centra en Él.
Dios no tiene programas, ni planes ni propósitos para este planeta que no vayan
a descansar finalmente en la persona de su amado Hijo. Él está oculto en los
tipos del Antiguo Testamento. Él es el tema de cientos de profecías. Él es la
gran figura central de la Biblia.
Una vez vi en una tienda de regalos una
copia de la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica. Había sido
escrita a mano por un artista. Sin embargo, los espacios entre palabras eran
poco usuales. Algunas de las palabras y letras estaban apretadas. Otras estaban
espaciadas y algunas muy alejadas unas de otras. No parecía haber motivo para
la forma azarosa en la que el escriba había escrito las palabras. Es decir,
parecía haber poco sentido hasta que uno se alejaba un poco del documento, y
entonces el propósito del artista quedaba claro. Había escrito de este modo la
copia de la Constitución para que las áreas atiborradas proporcionaran zonas de
sombra en el papel y las palabras espaciadas brindaran zonas de luz. El
resultado era que no sólo había escrito una copia de la Constitución, sino que
también había dibujado un retrato de George Washington. Era una obra muy
eficaz.
Así es cómo el Espíritu Santo ha escrito la
Biblia. ¿Por qué, por ejemplo, expresó la creación de todos los soles y
estrellas del espacio en cuatro breves palabras - “hizo también las estrellas”-
y sin embargo dedicó aproximadamente cincuenta capítulos a hablar sobre el Tabernáculo?
La historia de unos 1.500 años está dispuesta en nueve versículos de Génesis (4:1624),
y sin embargo un tercio del libro del Génesis se dedica a la historia de José,
un hombre que ni siquiera estaba en la línea mesiánica. Casi no se menciona el
ascenso y la caída de grandes imperios mundiales, sin embargo, Dios se detiene
con detalle y amor en las historias de hombres como Abraham, Jacob y Moisés.
Las grandes figuras del mundo que llenaron las páginas de la historia son
ignoradas en su mayoría o son mencionadas de pasada y sólo cuando sus carreras
se conectaron con la historia de Israel. No obstante Dios dedicará capítulo
tras capítulo a escribir los requisitos de las ofrendas, con cada pequeño
detalle, hasta diciendo lo mismo una y otra vez. Debe haber un motivo. ¡Lo hay!
Dios está escribiendo en las páginas de su Palabra un retrato de cuerpo entero
de su Hijo.
Haremos bien, al interpretar las Escrituras,
en mantener los ojos abiertos ante los detalles que hablan de Cristo. Lo vemos
en Génesis como el Creador, como la simiente de la mujer, como el león de Judá.
Lo vemos en la historia de la oveja de Abel, en el arca de Noé, en lo que
sucedió en el monte Moriáh, en la historia de José. Lo vemos en Éxodo en el
cordero pascual, en cada parte del Tabernáculo, en la nube de gloria de la
Shekiná, en el maná y en la roca golpeada. Lo vemos en Levítico, en las
ofrendas y como el gran sumo sacerdote, en el ritual para purificar al leproso,
en los machos cabríos del Día de la expiación, en todas las fiestas anuales. Lo
vemos en Números en la vaca alazana, en la serpiente levantada sobre la asta,
como la estrella que se elevará de Jacob (en las profecías
de Balaam), en las ciudades de refugio.
En Deuteronomio Él es el profeta como
Moisés. En Josué Él es el capitán de nuestra salvación. En Jueces Él es el
libertador de los suyos. En Rut Él es el redentor de los parientes. En Samuel
Él es el arca de la alianza y el rey rechazado, finalmente llevado al trono. En
Reyes y Crónicas Él reina como Salomón en esplendor y gloria. En Esdras Él es
el escriba. En Nehemías a Él se le ve en cada puerta de la ciudad. En Ester Él
es el que proporciona la salvación.
Él será visto en casi todos los salmos. Él
es el hombre bienaventurado del salmo 1, el Hijo en el salmo 2, el pastor en el
salmo 23. Él es el Salvador sufriente del salmo 22 y salmo 69. Él es el rey de
la gloria en el salmo 24. Él es el hombre perfecto del salmo 8 y el poderoso
Dios del salmo 45. Casi todos los salmos tienen un significado profético
sugerido, muchos de ellos completamente mesiánicos. En Proverbios Él es la
encarnación de la sabiduría. En Eclesiastés, ese libro triste de sabiduría
mundana, Él es el hombre sabio olvidado que salvó a la ciudad. En Cantar de los
Cantares Él es el pastor que se ganó el corazón de la sulamita y que triunfa
sobre toda la zalamería del mundo.
En Isaías es el Cordero llevado al matadero
en el capítulo 53 y el que pisa el lagar en el capítulo 63; Él es el Mesías
glorioso de un centenar de esperanzas y ansias paso a paso en el libro. En
Jeremías Él es el gran sufriente y Jehová nuestra justicia. En Lamentaciones,
nuevamente es el que conoce la congoja. En Ezequiel se sienta en el trono. En
Daniel Él es el Mesías a quien se le quitará la vida y la piedra cortada, no
con mano humana.
En Oseas, Él es el esposo que perdona y
tiene paciencia y un rey mucho más grande que David. En Joel, vierte su
Espíritu sobre toda carne. En Amós está de pie sobre el altar, escudriña la
casa de Israel y trae por fin una bendición milenaria. En Abdías, Él anuncia el
temido Día del Señor y está de pie en el Monte Sion. En Jonás, es prefigurado
en su muerte, entierro y resurrección. En Miqueas, se le ve como el que va a
nacer en Belén y quien traerá la bendición milenaria a toda la humanidad;
también es el gran pastor y el que perdona la iniquidad. En Nahúm, Él es el
gran vengador ante quien las montañas tiemblan, pero una fortaleza y un refugio
para los suyos. En Habacuc, Él es el Santo de Israel y la fuerza y la canción
de su pueblo. En Sofonías trae consigo la bendición del reino. En Hageo, Él
vuelve a construir el templo del Señor, agita las naciones, es el elegido del
Señor. En Zacarías, Él trae el Apocalipsis, es el gran sumo sacerdote, vierte
el Espíritu del Señor sobre los hombres, es la piedra angular del rincón. Él es
el gran Juez. Llega a Jerusalén montado en un pollino, es vendido por el precio
de un esclavo, abre una fuente para la inmundicia en Jerusalén, es el pámpano y
el rey de reyes por venir. En Malaquías su venida es anunciada por un heraldo y
Él es el sol de la justicia.
En Mateo, Él es el rey de los judíos; en
Marcos, Él es el siervo de Jehová; en Lucas, Él es el Hijo del Hombre; y en
Juan es el Hijo de Dios. En Hechos, Él es la cabeza ascendida de la Iglesia. En
Romanos, Él es nuestra justicia; en Corintios, Él es la primicia proveniente de
los muertos. En Gálatas, Él es el fin de la ley y en Efesios, Él es todo con su
Iglesia: fundación para la construcción, cabeza del cuerpo, novio de nuestros
corazones. En Filipenses, Él está en la forma de Dios y es el que provee todas
nuestras necesidades. En Colosenses, Él es el Creador, sustentador y dueño del
universo, preeminente por encima de todo. En 1 de Tesalonicenses, Él regresa
por su Iglesia, en 2 Tesalonicenses, viene a juzgar al mundo. En 1 Timoteo, Él
es el único mediador entre Dios y el hombre; en 2 Timoteo Él es el juez de los
vivos y los muertos.
En Hebreos, Él es el gran antitipo de todos
los tipos: hijo, sacerdote, sacrificio, heredero, más grande que Aarón o
Melquisedec, más grande que Moisés o Josué, más grande que los ángeles, Hijo de
Dios e Hijo del Hombre. En Santiago Él es el Señor de los ejércitos y el que
sana. En 1 Pedro Él es nuestra herencia y el pastor de nuestras almas; en 2
Pedro Él es el que proviene de la gloria excelente. En 1 de Juan es la Palabra
encarnada; en 2 de Juan, Él es quien enriquece nuestras almas y a favor de cuyo
nombre avanza el evangelio. En Judas, Él es el pre- servador, el único Señor
Dios, el único Dios sabio, nuestro Salvador, glorioso en majestad. En
Apocalipsis, Él es el rey que vendrá pronto, que incluso hoy día sostiene todas
las cosas por la palabra de su poder, el que está a horcajadas de todos los
factores y fuerzas del espacio y del tiempo y que hace que todas las cosas
tomen la dirección de su voluntad soberana.
Lo encontramos en PROFECÍA. La primera
profecía en la Biblia se refiere a Él y habla de sus dos venidas. La última
profecía en la Biblia habla de Él y de su regreso. Los profetas hablaron de su
nacimiento virginal, un descendiente de la casa real de David, de la tribu de
Judá, en Belén. Hablaron de su precursor, hablaron de su vida sin pecado, de
que fue traicionado por treinta piezas de plata, de su muerte por crucifixión,
de su entierro en el sepulcro de un hombre rico, de su resurrección y de su
nueva venida para reinar con poder y gloria.
Lo encontramos en IMÁGENES. En muchas
historias del Antiguo Testamento se presenta su imagen en tipo y sombra. Un
ejemplo es la historia del arca de Noé. Dios ofreció salvación, plena y libre,
a todos los que tomaran la decisión y entraran en el arca por fe. Todo lo que
se requería era un paso de fe. El arca iba a ser un refugio de la ira por
venir. Fue el arca la que soportó el impacto y la furia de la tormenta. Los que
aceptaron la salvación que Dios había provisto se salvaron. Ni una sola gota del agua del
juicio cayó sobre ellos. El arca los llevó seguros a las orillas de otro mundo
en el otro lado del juicio. Todo esto, por supuesto, describe a Cristo como
dice el autor del himno:
Se oyó la terrible
voz de la tempestad,
oh Cristo, cayó sobre
Ti.
Tu pecho abierto fue
mi protección,
enfrentó la tormenta
por mí.
La pascua, las diversas ofrendas, las
historias de la vida de David, de Rut, de innumerables otras historias del
Antiguo Testamento, todas contienen esas imágenes de Él.
Lo conocemos en PERSONA. Leemos los
Evangelios y rastreamos la historia de su venida, de su carácter, de su
carrera, de su cruz. Lo vemos como Dios manifestado en la carne, nunca menos
que Dios, pero por siempre y para siempre Hombre, como Dios tuvo intención de
que fuera: un hombre habitado por Dios. Vemos sus milagros, escuchamos sus
parábolas, nos maravillamos ante su bondad, nos estremecemos ante su amor. Lo
vemos como Profeta, Sacerdote
y Rey.
Lo hallamos en la PARÁBOLA, en historia tras
historia que Él nos contó sobre sí mismo. Él es el Buen Pastor en la historia
de las ovejas que se descarriaron y el Rey en la parábola de las ovejas y los
machos cabríos. Él es el esposo en la historia de las vírgenes prudentes e
insensatas y el sembrador en la historia de la semilla que cayó en buena
tierra. Él es el mercader que bus-ca perlas buenas, el hombre que encontró un
tesoro oculto en su campo, el hijo enviado a negociar con los que cuidaban la
viña. Él es el buen samaritano en el camino a Jericó y el rey que fue hasta una
orilla distante para recibir un reino.
Lo encontramos en el MENSAJE de Pedro,
Santiago y Juan, en la predicación de Juan el Bautista, en el mensaje del
apóstol Pablo y en su propia predicación. Él es la verdadera Vid, la Puerta, el
Camino, la Verdad y la Vida. Él es la luz del mundo, el Pan del cielo. Suyo es
el único nombre bajo el cielo dado a los hombres para que podamos ser salvos.
Él es la piedra que desecharon los edificadores. Él es el cordero conducido al
matadero, el que intrigó tanto al eunuco etíope. Él es el Dios no conocido de
los atenienses. Él es el Señor del cielo que se reunió con Pablo en el camino
de Damasco y a quien creyó el carcelero filipense.
Lo encontramos en PODER en el Apocalipsis
que del inicio al fin es la “revelación de Jesucristo” (Ap. 1:1). A Él se le ve
de pie en medio de los candeleros, parándose en el foco de luz de la eternidad
para recibir el rollo de los siete sellos. Él es quien cabalga por los caminos
cruzados de estrellas de la eternidad en un gran caballo blanco para que el
hombre se reúna con su Hacedor en Meguido. Él es el que se sienta en el Gran
Trono Blanco y sostiene el Último Juicio. Él es el Cordero, el cual es toda la
gloria de la tierra de Emmanuel. Él es la raíz y la descendencia de David, la
estrella brillante y la matutina.
Mire donde sea en la biblioteca sagrada y el
Espíritu Santo le apuntará hacia Jesús. Así que busque a Cristo en la Biblia.
Reunirse con Él cuando recorra una de las carreteras amplias y bien abiertas de
la Palabra, llegar hasta Él mientras se explora un sendero de la verdad poco
recorrido, será la experiencia más gratificante de todas.