lunes, 9 de marzo de 2020

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (42)


Jonatán


La muy notable victoria del joven David sobre el gigante Goliat dejó una honda impresión en los que de lejos la vieron, pero de manera especial en Jonatán, uno de los hijos del rey Saúl. Él había visto y oído el desafío del enemigo, sin haber entre los israelitas quién luchara contra él. Había sentido con los demás el apuro de la situación. También había sido testigo cuando David se ofreció y salió armado sólo con honda y bastón para vencer al fuerte. Ahora al ver a David de regreso con la cabeza del gigante en mano, y la victoria sobre los enemigos un hecho, Jonatán no pudo refrenar su emoción.

La Santa Escritura dice que le amaba como a su propia alma. En prueba de ese amor, Jonatán se desnudó la ropa que tenía sobre sí y la dio a David junto con su espada, arco y talabarte, o cinturón. El amor sincero no es solamente cosa de palabras, sino también de hechos. Se dice de Jonatán que su alma fue ligada con la de David.
He aquí un fiel cuadro de la conversión de cualquier persona al Señor. Hasta que el pecador se da cuenta del amor de Cristo en dar su preciosa vida por él o ella, para expiar el pecado y librar del enemigo Satanás, no le siente ningún amor extraordinario. Pero en el momento en que por la luz de las Escrituras comprende algo de la gracia del Salvador, y cuánto ha sufrido por redimirnos, desde luego quiere corresponder de algún modo con pruebas de amor hacia Aquel que tan grande cosa ha hecho.
No solamente esto, pero no tardó mucho que Jonatán haya tenido que sufrir por su afiliación a David. Su padre Saúl, oyendo las mujeres cantar las glorias de la victoria sobre los filisteos, notó que decían: “Saúl hirió sus miles, ¡y David sus diez miles!” Desde aquel día Saúl miró de través a David, y pronto intentó a matarlo por arrojar contra él una lanza. David pudo escapar, y, portándose con mucha prudencia, llegó a ser oficial en el ejército, el cual dirigía con éxito contra sus enemigos.


Otra vez Saúl se llenó de celos de David y pronto trató de matarlo al arrojar otra vez la lanza con miras a clavarle contra la pared. De nuevo David escapó. Se marchó de la corte del rey, comprendiendo bien que Saúl le buscaba la muerte. Por su asiento a la mesa desocupado, se dio cuenta el rey que David le huía; lo reclamó a Jonatán, quien dijo haberle dado permiso para ausentarse.
El rey, lleno de furor contra su hijo porque mostraba amor a David y le defendía contra estas injusticias, le arrojó una lanza contra él también. Jonatán sufría persecución por David.
Desde los días de los apóstoles, el mundo ha perseguido a los cristianos verdaderos. Los que han recibido a Cristo en su corazón, y en sus vidas muestran devoción a Él, siempre han tenido que sufrir. Si usted no sufre de parte del mundo, lo más probable es que todavía es parte de ese mundo, y no cristiano verdadero.
El Hijo de Dios no sólo ha sufrido de mano de los hombres, sino también cayó sobre Él la ira de Dios cuando en el Calvario fue cargado de nuestros pecados. En la cruz pasaron sobre su alma todas las ondas y olas de la ira divina contra el pecado, hasta que por fin pudo anunciar: “¡Consumado es!” Por esto se llama el Salvador, y si le recibe en su corazón Él le salvará.
David salió de la corte real a sufrir un cruel destierro. Se juntó con él un número importante de hombres y se escondían en las cuevas y rocas. Saul los buscó sin éxito. David esperaba en Dios el día cuando según la promesa divina él ocuparía el trono.
Pero ¿dónde estaba Jonatán durante esos años? Había buscado la comodidad de la corte real. Al fin, en vez de ver a David coronado y gozar con él, Jonatán fue muerto en la guerra al lado de su padre impío. Este suceso nos recuerda las palabras de San Pablo a Timoteo: “Si sufrimos, también reinaremos; si negáremos, Él también nos negará”. No tema, amigo cristiano, de sufrir por ser cristiano; su recompensa en la gloria es segura.



No hay comentarios:

Publicar un comentario