Los días son agitados y de mucha confusión. Hay muchas
corrientes contrarias a la tranquilidad y espiritualidad del creyente que
ofuscan la memoria y hacen olvidar hasta las cosas más elementales de nuestra
vocación.
Hace poco, un creyente con varios niños y de muchos
años en el Señor me contó: “Me levanté de la cama y apenas oré al Señor; me
levanté de las rodillas pendiente que debía leer algo de la palabra de Dios y
lo dejé para más tarde. Luego me entregué a los cuidados de la casa, de los
niños, de la comida, de la ropa, y en este tejemaneje pasé el día. Llegó la
noche, cuando me acordé que no había comido nada de pan para el alma; estaba
tan cansada que me acosté para leer algo acostada. Apenas miré las primeras palabras
de un versículo cuando un sueño profundo me embargó.” La falta de esta hermana
empezó por el olvido y terminó con una gran desidia.
¡Cuántos creyentes estarán en la misma condición
espiritual de esta hermana! Juramentos, protestas, promesas, propósitos, sin no
tienen la firmeza de corazón en el Señor, no son aceptables a los ojos de Dios.
Es tiempo de refrescar la memoria. “El libro de las
memorias de los tiempos.” Si no hubiera sido por el libro de las memorias,
Mardoqueo hubiera quedado relegado al olvido. (Esther 6:1,2) Trescientos
sesenta y cinco días han transcurrido; ¡cuántas cosas idas en el espacio de
unos días! Razón tenía el salmista cuando escribió: “Bendice alma mía a Jehová,
y no olvides ninguno de sus beneficios.” (Salmo 103:2)
Moisés quiso sensibilizar la memoria del pueblo de
Israel al recordarles varios eventos de su trayectoria por el desierto.
“Acordarte has de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios.”
(Deuteronomio 8:2) En todos aquellos años ninguna cosa les faltó. ¡Cuántas
veces aquel pueblo murmuró cuando Dios les enviaba una prueba! Se olvidaban de
las maravillas antiguas y hablaban de su Criador. Dios los afligía para probar
su corazón y sacar de ellos un vaso útil, pero ellos ignoraban lo que Dios perseguía:
“que todos los que a Dios aman, todas las cosas le ayudan a bien.” “Mas ellos
fueron rebeldes, e hicieron enojar su Espíritu Santo.” (Romanos 8:28, Isaías
63:10)
Nosotros no somos menos que aquéllos. En las pruebas
la memoria se tupe, y no nos acordamos que todos los días del año el Señor nos
repite: “Te haré entender; te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti
fijaré mis ojos.” (Salmo 32:8)
“Guárdate (Acuérdate) que no te olvides de Jehová tu
Dios, para observar sus mandamientos, sus derechos y sus estatutos que yo te
ordeno hoy.” (Deuteronomio 8:11) La admonición se dirige hacia la tendencia de
olvidarse de Dios en la prosperidad y adquirir un espíritu de engreimiento. El
olvido y la ingratitud son primos hermanos, y para que no lleguemos a la
ingratitud, el Señor recorta los ingresos, o nos priva de algo que pueda
conducirnos a la senda del olvido de nuestro Salvador que nos halló en Egipto,
o sea en el mundo perdido en nuestras miserias y pecados. Sólo los estúpidos se
inflan y se envanecen. “¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1 Corintios 4:7)
En la pobreza o en la disciplina que venga del Señor,
mejor es callar sin murmurar. Mejor es decir como Asaf: “Enfermedad mía es
esta. Traeré pues a la memoria los años de la diestra del Altísimo.” (Salmo
77:10)
“Acuérdate de Jehová tu Dios; porque él te da el poder
para hacer las riquezas a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como
en este día.” (Deuteronomio 8:18) También con nosotros se ha concertado un
pacto. “Mas ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un
mejor pacto, el cual ha sido formado sobre mejores promesas.” (Hebreos 8:6)
Este pacto fue confirmado en la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo que
nos rescató. Con ejercicio de alma todos los días debemos tener latente el
momento cuando el Señor consumó este pacto con los suyos. “Vosotros podéis
tener memoria de estas cosas. Mas el que no tiene estas cosas, es ciego, y
tiene la vista muy corta, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos
pecados.” (2 Pedro 1:15,9)
Acuérdate. “Mas si llegares a olvidarte de Jehová tu
Dios y anduvieres en posa de dioses ajenos y les sirvieres, y a ellos te
encorvares, protéstolo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis.”
(Deuteronomio 8:19) Frecuentemente acontece que cuando se realiza el olvido es
porque hay un rival que establece un imperio en el corazón y desplaza el
señorío de Cristo. La oración, la lectura de la palabra de Dios, la asistencia
a los cultos y la comunión hermanable es la que vigoriza la memoria y nos
agudiza la gratitud al Señor.
Es en el centro de la Biblia y no en sus tapas donde
podemos refrescar las reminiscencias y, llenos de un noble sentimiento, diremos
como David: “Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, mi diestra sea olvidada. Mi
lengua se pegue a mi paladar, si no ensalzare a Jerusalén como preferente
asunto de mi alegría.” (Salmo 137:5,6)
José Naranjo
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