sábado, 10 de octubre de 2020

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (49)

 

Ezequías: La reforma antigua


La historia de los hombres, aun la religiosa, ha sido una de decaimiento y reforma. En los días de Ezequías, rey de Israel, hubo una tal reforma.

            No nos dice la Santa Biblia por qué el joven rey tuvo tan fiel propósito de servir a Dios. No fue, por cierto, la influencia de su padre Acaz, porque él era hombre impío, sin temor a Dios, ni respeto a su Palabra.

                       El buen fruto es siempre el resultado de sembrar la buena semilla. Así estamos seguros que su madre, o algún otro, le había instruido en la Santa Palabra de Dios.

            Subiendo al trono a los veinticinco años, el rey llamó a los responsables por el conducto del culto de Dios, y los exhortó a prepararse para el servicio del Señor, y a que sacasen fuera la inmundicia del santuario de la casa de Dios. En otras palabras, les mandó a limpiar la casa, lo que fueron prontos a hacer.

            Enseguida fue restaurado el culto de Dios, y la música y el canto del templo. Poco a poco volvieron las cosas a su puesto, según fue ordenado de Dios, y el pueblo empezó a gozar las bendiciones divinas. Iniciaron una gran conferencia del pueblo de Dios, llamada la Pascua, y al terminar los siete días determinados, tanta fue la satisfacción del pueblo, y tan abundantes sus ofrendas, que resolvieron continuar otros siete días.

            Ni fue esto todo. Perdieron todo interés en las imágenes, que antes habían sido objeto de su culto. Reconocieron que no sólo fueron inútiles y sin poder, sino que había sido un pecado muy grande venerarlas. ¿Qué hacer con cosas tan inútiles y abominables a Dios? Resolvieron destruirlas, lo que pronto hicieron.

            El culto cristiano ha tenido igual historia. La sencillez y pureza primitivas se iban perdiendo. En vez de la doctrina de la justificación de los pecadores por fe en la sangre derramada por Jesucristo en el Calvario, se puso la salvación por las obras. Donde los primeros cristianos habían empezado como sencillos discípulos de Jesucristo, iguales todos a servir y adorar a Dios, se instituyó un sistema de altares y sacerdotes. Donde los primeros creyentes tuvieron por mayor gozo saber que el sacrificio de Cristo en el Calvario fue el último, porque no había necesidad de otro, estos así llamados sacerdotes pretendían ofrecer aun otros sacrificios incruentos, o sin sangre, a favor de las almas.

            Donde ha existido tal apostasía, Dios siempre ha llamado a la reforma, o sea, a regresar a la pureza primitiva, a seguir el modelo enseñado en las Sagradas Escrituras. Hacer así, no es instituir una nueva religión, aunque puede parecer así a los que ignoran lo que enseñaron e hicieron los apóstoles de Cristo. Para asegurarse uno de no equivocarse se debe leer con cuidado lo que escribieron esos apóstoles. Busque usted un Nuevo Testamento de nuestro Señor Jesucristo. Lea con cuidado y verá que tenemos tanta necesidad de una reforma hoy día como tuvieron en aquellos tiempos. Verá que los apóstoles y primitivos cristianos predicaron la salvación por gracia sin obras, sin misas, sin responsos, sin ceremonias y sin mediación de santos en el cielo, ni de curas en la tierra.

            San Pablo escribió: “Palabra fiel y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero”, 1 Timoteo 1.15. San Pedro nos dice: “Habéis sido rescatados, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo”, 1 Pedro 1.18.

            Amigo, ¿ha recibido usted el mensaje de salvación en Cristo? ¿Ha sido rescatado y justificado por su preciosa sangre?

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