domingo, 21 de febrero de 2021

ESCENAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO (53)

 

Jeremías y las imágenes



Desde tiempos antiguos los hombres han hecho para sí objetos de veneración y culto. Algunos son de madera, otros de oro o plata, cada uno según su cultura y concepto propio de lo que debían representar. El rico los tiene grandes y lujosos, el pobre según sus circunstancias y ambiciones permitan. Los más ilustrados los llaman imágenes, mientras que los ignorantes los consideran dioses, haciéndoles peticiones y oraciones, con le fe de ser oídos y atendidos.

          Parece increíble que seres dotados de razón pudiesen hacer con sus propias manos alguna cosa con el fin de pedir a ella y aun doblarse ante ella. ¿Cómo puede ser más potente el producto que su hacedor?

            Pero, ¿qué del argumento de tantos, que ellos no adoran ni piden a la imagen, sino que la tienen como medio que les ayuda a recordar al que representa?

            Me trae a la mente un diálogo que tuve con cierto individuo aquí en Puerto Cabello, Venezuela, que porfiaba que sus imágenes no eran más que un recordatorio para los devotos. “Explíqueme, entonces, le dije, cómo usted le hace un voto al Cristo de Borburata, llamado el Cristo de la Salud, y cuando por la bondad de Dios, y no de la imagen, usted se mejora en el viaje de regreso entre los barriales del camino hasta el Puerto, donde tiene que pagar su voto. ¿Por qué no hacer su voto por medio de la imagen que tiene en su propia casa?”

            “Oh”, dijo, “ésa no puede sanar como puede la otra”.

            “Pero usted acaba de decirme que no es la imagen a que se dirige el devoto, sino a un determinado santo en el cielo. Entonces, ¿por qué no sirve una imagen de Cristo, el Santo Ser, tanto como la otra? La verdad es, caballero, que usted se dirige a la imagen, y esto es idolatría”.

            En el capítulo 10 de su profecía, Jeremías describe la idolatría que había en su tiempo: “Las ordenanzas de los pueblos son vanidad: porque leño del monte cortaron, obra de manos con azuela. Con plata y oro lo engalanan; con clavos y martillo lo afirman, para que no se salga. Como palma lo igualan, y no hablan; son llevados, porque no pueden andar. No tengáis temor de ellos; porque ni pueden hacer mal, ni para hacer bien tienen poder”.

            Por causa de la idolatría vino la maldición sobre los judíos, resultando en que fueron llevados a Babilonia. Habían dejado al Dios vivo, fuente de aguas vivas, para cavarse cisternas que no detienen aguas. Hacen peor los que en estos tiempos dejan al Dios vivo, el Salvador, por las imágenes muertas e inútiles. Es el pecado de la idolatría que conduce a la corrupción ahora y la muerte eterna más adelante.

            Jeremías el profeta protestaba enérgicamente en su día contra la introducción de la idolatría, y en nuestra generación serán conocidos los que representan al Dios vivo por su constante protesta contra la misma tendencia. Si viviera Jeremías ahora, seguramente sería conocido llamado un protestante. Si a nosotros nos llaman así por el hecho que protestamos contra este y otros males, tengámoslo por honra.

            Pero no por ser un protestante está uno en paz con Dios. Amigo lector, usted carece de un nuevo santo para algún nicho, ni de una imagen en un centro de adoración (o de hechicería, según el caso) por milagrosa que la dicen ser. Carece de un Salvador, el único mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre. No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que puede ser salvo.

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