No sabía Moisés que
la piel de su rostro resplandecía, después que hubo hablado con Dios, Éxodo
34.29. Él [Sansón] no
sabía que Jehová ya se había apartado de él, Jueces 16.20.
La
Biblia está llena de comparaciones y contrastes por los cuales podemos aprender
muchas lecciones importantes. Así es el caso con Moisés y Sansón. Los dos
fueron escogidos por Dios antes de nacer para llevar a cabo una obra especial.
Eran hijos de padres piadosos que los criaron fielmente en el temor de Dios.
Cada
cual fue divinamente aparejado. Moisés recibió su preparación durante cuarenta
años que pasó como pastor de las ovejas de su suegro en el desierto y por la
visión que recibió allí. Sansón por su parte recibió la bendición de Dios para
principiar su obra y con ella el poder sin límite del Espíritu Santo. Moisés
fue escogido para liberar al pueblo de Israel de la servidumbre de Egipto,
mientras que la misión de Sansón era la de libertar al pueblo de Israel del
dominio de los filisteos.
Pero, Moisés fue inspirado por un
celo santo por la gloria de Dios y en contraste Sansón permitió que la carne se
apoderara de él. Moisés subió de Egipto y todo el pueblo de Dios le siguió,
Éxodo 13.18. Sansón en cambio descendió a Timnat, a una hija de los filisteos,
y llevó consigo a sus padres, Jueces 14.1. Así es el poder del ejemplo. Cuando
tomamos un paso hacia arriba, como Moisés, hay quienes nos siguen, y de la
misma manera hay algunos que serán desviados si tomamos un paso falso. Por lo
tanto, debemos tener mucho cuidado, reflexionando bien, antes de tomar un paso
decisivo.
La bibliografía breve que
encontramos en Hebreos 11.24 al 27 nos revela a Moisés como hombre de
convicción y fe, con una inteligencia perfecta en cuanto a los propósitos
divinos. Observamos que él nunca volvió atrás una vez escogido. Sansón, siendo
nazareo desde el vientre, tenía una gran responsabilidad de llevar una vida santa
y separada del mundo, pero él desobedecía la voz de su conciencia hasta que por
fin fue puesto a dormir sobre las rodillas de Dalila. Ella le despertó y le
avisó tres veces de su peligro, pero se volvió a dormir y la cuarta vez no hubo
remedio.
En Éxodo 34 Dios llamó a Moisés a
subir a la cumbre del monte, donde permaneció en la presencia de Dios por
cuarenta días y cuarenta noches. Allí gozó de la más íntima comunión con Dios
cual ningún otro, y leemos que “nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés,
a quien haya conocido Jehová cara a cara”, Deuteronomio 34.10. Al descender, él
no sabía que la piel de su rostro resplandecía, una vez que Dios le había
hablado; separado del mundo, en la figura de Egipto, y en la presencia divina,
había adquirido un rostro radiante. Esta es la recta infalible para nosotros, y
hace para el creyente lo que los cosméticos nunca pueden hacer.
En cambio, encontramos a Sansón
yendo como si fuera de mal en peor hacia abajo hasta llegar al valle de Sorec,
donde es seducido por aquel instrumento de Satanás, Dalila. Al despertarse
sobre las rodillas suyas, él no sabe que Dios le ha dejado. La carrera de este
hombre era hacia el mundo y el alejamiento de Dios.
Moisés murió con un rostro radiante;
Sansón, cuyo nombre quiere decir “como el sol”, terminó con los ojos sacados y
sumergido él en tinieblas. En lugar de ser libertador de Israel, él mismo llegó
a ser esclavo de los filisteos; le quitaron sus siete guedejas, marca
distintiva de su separación y cosa hermosa en los ojos de Dios, pero causa de
oprobio delante del mundo.
El mundo y el pecado
quitan del creyente:
·
su espiritualidad;
la carne le vence
·
su ejercicio; su
conciencia se duerme
·
su poder; él
contrista al Espíritu Santo
·
su testimonio; no
puede glorificar a Dios
·
su visión; anda
sin luz
·
su gozo; Satanás,
como los filisteos, le atormenta
·
su vida; él llega
a ser un náufrago espiritual
Moisés escogió bien y vivió su vida
en servicio fiel para Dios y su pueblo. Nos dejó un ejemplo noble: “Por tanto,
nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del
Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza, como por
el Espíritu del Señor”, 2 Corintios 3.18.
En cambio, vemos en
Sansón un aviso solemne, especialmente para el creyente joven, del peligro de
amar este mundo presente. Como Demas, es posible que permitamos a la naturaleza
carnal dominar en nuestras vidas, conduciéndonos a la sequedad espiritual y, al
fin, al naufragio de la fe.
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