La regla de oro para el obrero puede
encontrarse claramente en las palabras del Salvador: “Venid en pos de mí, y os
haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19). Es fácil leer este versículo con
indiferencia y pasar por alto su significado. Observe que no dice: “Seguid una
lista de reglas, y os haré pescadores de hombres”. En lugar de eso, nos enseña
a seguirlo; si hacemos eso, Él nos HARA ganadores de almas. En otras palabras,
si vivimos cerca del Señor, si caminamos en comunión con Él, Él se encargará de
que pesquemos hombres. Nuestra responsabilidad es seguirlo; la Suya, hacernos
pescadores de hombres.
Un pensamiento muy parecido se
expresa en Juan 15:4: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no
puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros, si no permanecéis en mí”. La única manera en que una rama puede dar
fruto es estando tan íntimamente conectada a la vid, que de allí obtenga toda
su fortaleza y nutrientes. De la misma forma, solo podemos ser fructíferos para
Dios si permitimos que la vida del Señor Jesús fluya dentro y a través de nosotros
hacia los demás.
Es necesario enfatizar esta verdad
porque, aunque no es la manera conocida, es el único método bíblico. Hoy es
común sentirse tentados a menospreciar la vida personal y simplemente depender
de una fórmula ordenada, de la rutina de una lista de preguntas, de la
elocuencia humana, de una personalidad atractiva o de argumentos astutos. Esto
puede resultar muy interesante y hasta quizá parezca dar resultados, pero el
hecho es que no hay substituto para la santidad de una vida, para la verdadera
espiritualidad. Debemos comenzar aquí, porque allí es donde Dios comienza.
Ahora, si el creyente está siguiendo
a Cristo verdaderamente, o permaneciendo en Él, su vida estará marcada por
ciertas características específicas.
Primeramente, tendrá una vida de ora-ción.
Aprenderá lo que significa “orar para que las almas entren al reino” (Romanos
10:1). Él comenzará cada día poniéndose a disposición del Señor—en espíritu,
alma y cuerpo. Será un hábito diario pedirle al Señor que le dé oportunidades
para testificar. Buscará ser guiado hacia aquellos a quienes debe hablar. Orará
así:
“Guíame hoy a algún alma,
Muéstrame, Señor, lo que tengo que decir;
Tengo amigos que están perdidos en el pecado,
no pueden encontrar la salida.
Hay pocos a los que parece importarles,
hay pocos que siquiera oran;
Derrite mi corazón y llena mi vida,
Dame un alma hoy.”
O también:
“Señor, pon un alma en mi corazón
ama a esa alma a través de mí;
Que con toda nobleza pueda hacer mi parte
Para ganar esa alma para ti.”
Segundo, será humilde. En vez de
buscar ser visto o notado por otros, su ambición será que Cristo pueda ser
visto en él. Juan el Bautista ejemplificó esto maravillosamente. Cuando se le
preguntó quién era, contestó: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto”
(Juan 1:23). Una voz no se ve, solo se escucha. Juan no quería ser visto; solo
quería que los hombres vieran al “Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo" 0uan 1:29).
3.Además, será
amable (1 Corintios 13:4). Buscará oportunidades para hacer el bien a otros,
para tener más posibilidades de alcanzarlos con el evangelio. No mostrar
interés por nuestros prójimos, excepto cuando les hablamos del Señor, es un
testimonio bastante parcial. En lugar de eso, deberíamos servirlos en su
necesidad, consolarlos en su dolor, compartir las cargas y servirlos
desinteresadamente. Entonces estarán mucho más interesados en escuchar del
Salvador a quien representamos.
Vivirá sacrificialmente por causa de
la extensión del evangelio. El apóstol Pablo habló de su disposición para
gastar y gastarse (2 Corintios 12:15). Nosotros también debemos estar
dispuestos a prescindir de ciertas necesidades, ni qué hablar de comodidades y
lujos, para que las almas no perezcan por carecer del conocimiento de Cristo, y
anhelar una cosecha de almas (Salmos 126:5-6).
Tendrá fe ilimitada, tanto en la
capaci-dad como la voluntad del Señor para salvar a los pecadores. Al igual
que Pablo, es consciente de que el evangelio es “poder de Dios para salvación a
todo aquel que cree; al judío, primeramente, y también al griego” (Romanos
1:16). Como Pedro, tendrá la certeza de que Dios desea que nadie perezca (2 P.
3:9).
Finalmente, se esforzará por mostrar
a Cristo en todos sus caminos y palabras. El ejemplo de una vida dedicada,
sumado a la confesión de labios consagrados, es lo que este mundo necesita hoy
en día. Debe ser nuestro deseo que Cristo sea magnificado por medio de nosotros
(Filipenses 1:20).
Esto genera una
pregunta importante. Suponga que un cristiano está fuera de la comunión con el
Señor. Se ha apartado y su corazón se ha enfriado. ¿Debería permitir que los
incrédulos supieran que es un creyente, o sería mejor no decir nada al
respecto? ¿Es posible que esta persona pueda hacer más daño que beneficio para
la causa de Cristo al intentar testificar?
Sugeriría que para evitar la más
mínima posibilidad de blasfemar el Nombre de Cristo (Romanos 2:24), deberíamos
estar seguros de que vivimos en comunión con el Salvador cada día, a cada hora,
en cada momento.
Claro que tampoco ningún
cristiano debería usar su bajo nivel de espiritualidad como una excusa para no
testificar. Su obligación ineludible es confesar y abandonar su pecado, y ser
así restaurado por el Señor para tener una vida útil para El.
Para concluir, simplemente repetiremos
que el gran secreto para ganar almas para el Señor Jesús es estar tan entregado
y arraigado a Él, de forma que Él pueda hacer la obra a través de nosotros. Una
cosa es orar: “Señor, permíteme ganar almas para ti”; y otra muy diferente es
orar: “Señor, vive tu vida por medio de la mía, y gana así almas para Ti
mismo”.
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