domingo, 21 de febrero de 2021

Ganando Almas a la manera bíblica (2)

 


            La regla de oro para el obrero puede encontrarse claramente en las palabras del Salvador: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19). Es fácil leer este versículo con indiferencia y pasar por alto su significado. Observe que no dice: “Seguid una lista de reglas, y os haré pescadores de hombres”. En lugar de eso, nos enseña a seguirlo; si hacemos eso, Él nos HARA ganadores de almas. En otras palabras, si vivimos cerca del Señor, si caminamos en comunión con Él, Él se encargará de que pesquemos hombres. Nuestra responsabili­dad es seguirlo; la Suya, hacernos pescadores de hombres.

            Un pensamiento muy parecido se expresa en Juan 15:4: “Perma­neced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí”. La única manera en que una rama puede dar fruto es estando tan íntimamente conectada a la vid, que de allí ob­tenga toda su fortaleza y nutrientes. De la misma forma, solo podemos ser fructíferos para Dios si permitimos que la vida del Señor Jesús fluya dentro y a través de nosotros hacia los demás.

            Es necesario enfatizar esta verdad porque, aunque no es la manera conocida, es el único método bíblico. Hoy es común sentirse tentados a menospreciar la vida personal y simplemente depender de una fór­mula ordenada, de la rutina de una lista de preguntas, de la elocuencia humana, de una personalidad atractiva o de argumentos astutos. Esto puede resultar muy interesante y hasta quizá parezca dar resultados, pero el hecho es que no hay substituto para la santidad de una vida, para la verdadera espiritualidad. Debemos comenzar aquí, porque allí es donde Dios comienza.

            Ahora, si el creyente está siguiendo a Cristo verdaderamente, o permaneciendo en Él, su vida estará marcada por ciertas característi­cas específicas.

            Primeramente, tendrá una vida de ora-ción. Aprenderá lo que significa “orar para que las almas entren al reino” (Romanos 10:1). Él comenzará cada día poniéndose a disposición del Señor—en espíritu, alma y cuerpo. Será un hábito diario pedirle al Señor que le dé oportunidades para testificar. Buscará ser guiado hacia aquellos a quienes debe hablar. Orará así:

 

“Guíame hoy a algún alma,

Muéstrame, Señor, lo que tengo que decir;

Tengo amigos que están perdidos en el pecado,

no pueden encontrar la salida.

Hay pocos a los que parece importarles,

hay pocos que siquiera oran;

Derrite mi corazón y llena mi vida,

Dame un alma hoy.”

 

O también:

 

“Señor, pon un alma en mi corazón

ama a esa alma a través de mí;

Que con toda nobleza pueda hacer mi parte

Para ganar esa alma para ti.”

 

            Segundo, será humilde. En vez de buscar ser visto o notado por otros, su ambición será que Cristo pueda ser visto en él. Juan el Bautista ejemplificó esto maravillosamente. Cuando se le preguntó quién era, contestó: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto” (Juan 1:23). Una voz no se ve, solo se escucha. Juan no quería ser vis­to; solo quería que los hombres vieran al “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" 0uan 1:29).

3.Además, será amable (1 Corintios 13:4). Buscará oportunida­des para hacer el bien a otros, para tener más posibilidades de alcan­zarlos con el evangelio. No mostrar interés por nuestros prójimos, ex­cepto cuando les hablamos del Señor, es un testimonio bastante parcial. En lugar de eso, deberíamos servirlos en su necesidad, consolar­los en su dolor, compartir las cargas y servirlos desinteresadamente. Entonces estarán mucho más interesados en escuchar del Salvador a quien representamos.

            Vivirá sacrificialmente por causa de la extensión del evangelio. El apóstol Pablo habló de su disposición para gastar y gas­tarse (2 Corintios 12:15). Nosotros también debemos estar dispuestos a prescindir de ciertas necesidades, ni qué hablar de comodidades y lujos, para que las almas no perezcan por carecer del conocimiento de Cristo, y anhelar una cosecha de almas (Salmos 126:5-6).

            Tendrá fe ilimitada, tanto en la capaci-dad como la volun­tad del Señor para salvar a los pecadores. Al igual que Pablo, es consciente de que el evangelio es “poder de Dios para salvación a to­do aquel que cree; al judío, primeramente, y también al griego” (Ro­manos 1:16). Como Pedro, tendrá la certeza de que Dios desea que nadie perezca (2 P. 3:9).

            Finalmente, se esforzará por mostrar a Cristo en todos sus caminos y palabras. El ejemplo de una vida dedicada, sumado a la confesión de labios consagrados, es lo que este mundo necesita hoy en día. Debe ser nuestro deseo que Cristo sea magnificado por medio de nosotros (Filipenses 1:20).

Esto genera una pregunta importante. Suponga que un cristiano está fuera de la comunión con el Señor. Se ha apartado y su corazón se ha enfriado. ¿Debería permitir que los incrédulos supieran que es un creyente, o sería mejor no decir nada al respecto? ¿Es posible que esta persona pueda hacer más daño que beneficio para la causa de Cristo al intentar testificar?

            Sugeriría que para evitar la más mínima posibilidad de blasfemar el Nombre de Cristo (Romanos 2:24), deberíamos estar seguros de que vivimos en comunión con el Salvador cada día, a cada hora, en cada momento.

Claro que tampoco ningún cristiano debería usar su bajo nivel de espiritualidad como una excusa para no testificar. Su obligación inelu­dible es confesar y abandonar su pecado, y ser así restaurado por el Se­ñor para tener una vida útil para El.

            Para concluir, simplemente repetiremos que el gran secreto para ganar almas para el Señor Jesús es estar tan entregado y arraigado a Él, de forma que Él pueda hacer la obra a través de nosotros. Una co­sa es orar: “Señor, permíteme ganar almas para ti”; y otra muy dife­rente es orar: “Señor, vive tu vida por medio de la mía, y gana así al­mas para Ti mismo”.

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