Como todas las demás obras de Dios,
tienen su significado espiritual en cada detalle; las formas y materiales
usados son designados a conducir la mente espiritual a las verdades
espirituales.
Todavía hay un edificio de Dios en
la tierra. Fue también trazado
por Dios mismo, forjado por la sabiduría de su Espíritu, y designado para ser
su morada.
Fue hecho, por el propósito eterno
de Dios. Cristo es la Roca sobre la cual es edificado. Es compuesto de piedras
vivas y es morada del Espíritu Santo de Dios.
El tabernáculo en el desierto y el
templo en Jerusalén fueron tipos y símbolos de este edificio. El primero
representa a la iglesia en su condición actual de conflicto y humillación
mientras que el templo nos lleva más allá, al tiempo cuando es- tará
establecida la gloria venidera del reino de Dios
En la creación del mundo Dios obró solo.
En el primer capítulo de Génesis tenemos la historia inspirada de aquella
grande operación. Allí encontramos a Dios en tres personas, hombre trino y uno,
haciendo y preparando el mundo para el hombre.
Allí estuvo Dios el Padre, de quien
está escrito “Dios que creó todas las cosas”.
Estuvo allí Jesucristo, el Hijo, de
quien está escrito “por Él fueron creadas todas las cosas” Col. 1,16; y otra
vez: “sin Él nada de lo que es hecho, fue hecho” Jn. 1,3.
Allí estuvo también el Espíritu
Santo porque está escrito “Y el Espíritu de Dios se movía sobre la haz de las
aguas”, Gn 1,2.
Pero Dios obró solo, sin la ayuda de
ninguno. Había comunión solamente de la Divinidad. Ningún ángel tomó parte en
el consejo de Dios o fue su colaborador en la obra. Ellos fueron testigos y fue
grande su gozo al ver manifestado el poder y divinidad de su Creador. “Las
estrellas todas del alba alababan y se regocijaban todos los hijos de Dios”.
Job. 38.7; pero a ninguno de ellos fue dado el honor de ser “coadjutores de
Dios” 1 Co. 3.9.
Otra vez en la obra de la redención
vemos a Dios obrando, y aquí también, son las mismas tres personas, Dios trino
y uno.
Allí está Dios el Padre, a quien
está presentada la ofrenda y por el cual es acepta.
El Hijo está allí ofreciéndose a sí
mismo “sin mancha a Dios”. Y esto lo hizo “por el Espíritu eterno” He. 9.14.
Aquí también tenemos la comunión de
la Divinidad solamente. Ni hombre, ni ángel podía tomar parte en semejante
obra.
Pero, sobre el fundamento de la
redención cumplida empezó otra obra, en la cual ha placido a Dios asociarnos
con Él cómo obreros, los súbditos del amor redentor. Nada puede sobresalir a la
gracia de tal pensamiento. Muestra claramente el valor de la sangre redentora.
También muestra el lugar tan cerca y honorable que ha dado a su pueblo.
Y esto fue prefigurado en el
desierto.
Israel fue sacado de Egipto, librado
del juicio de Dios por la sangre del Cordero, y del poder de Faraón por la
presencia de Dios. Típicamente fue un pueblo redimido. La gracia divina les
había alcanzado, como Jehová dijo: “os tomé sobre alas de águilas, y os he
traído a mí” Ex. 19.4.
Mérito en ellos,
no había. Al mismo tiempo que Jehová estaba dando sus consejos de gracia a
Moisés en el monte, Israel en el llano abajo estaba adorando al becerro de oro.
Seguramente si no hubiera sido por la gracia soberana de su Dios, en el momento
hubieran perdido todo derecho de recibir bendición y hubieran sido echados de
la presencia de Dios, En vez de eso, tal es el camino de la GRACIA que Jehová,
conociendo bien su pecado, pero pasándolo por alto en su justicia, les dio el
honor de hacerle un lugar en medio de ellos para morada de Él.
De la misma manera hoy día, Dios da
a su pueblo redimido el honor de prepararle un lugar para morada. Como escribe
el Apóstol Pablo: “Yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro
edifica encima” 1 Co. 3.10.
Pero sea que consideremos el tabernáculo en el desierto, o el templo en Jerusalén, o a la Iglesia de Dios en esta dispensación, hay una cosa común en todos, el plan de cada uno es divino: Dios es el Arquitecto. El plan del tabernáculo fue dado a Moisés, él fue, por decirlo así, “el perito arquitecto” en su día. Él estuvo en el secreto de Dios referente a cada detalle. Nada fue dejado para el invento humano, ni aún en la parte más mínima, ni una estaca, ni una cuerda, ni lazada, ni corchete, sin que Dios había mostrado el diseño a Moisés en el monte, y vez tras vez él fue amonestado a hacerlo todo según ese diseño. Ex. 25.9-40; 26.30; 27.8.
Otra vez, cuando hizo el templo, obró Dios de la misma manera. Fue David el que recibió el plan, y él, a su vez lo encargó con cada detalle a Salomón, su hijo, quien Dios había escogido para edificar Su casa. Pero fijémonos bien, que como fue en el tabernáculo, así fue en el templo, nada fue dejado al invento humano, vea 1 Cr. 28.11-19: “Y David dio a Salomón, su hijo, el plano...Todas estas cosas, dijo David, se me han representado por la mano de Jehová que me hizo entender todas las obras del diseño”.
Así Salomón vino a ser “el perito
arquitecto” de su tiempo, estando en el secreto de Dios en cada detalle de su
diseño.
Pero si así fue el plan de Dios
referente a los edificios típicos de la dispensación pasada, ¿podríamos
suponer que el edificio de esta dispensación, del cual esos fueron solo tipos,
la sustancia de lo que esos fueron solamente la sombra sería dejado para el
diseño humano?
Si
Dios tuvo su plan para el tabernáculo y para el templo ¿puede suponerse que no
tiene plan para su Iglesia? Y si hubiera sido sacrilegio de parte de Moisés o
de Salomón dejar el plan de Dios, ¿qué será el pecado de este tiempo al poner a
un lado el plan del gran Arquitecto para substituir los diseños del corazón
humano?
Sin embargo, es un hecho solemne y
triste que muchos de los hijos de Dios han sido culpables de este mismo pecado.
El diseño de la casa, fue entregado en todos sus detalles al siervo, Pablo, por
el Señor resucitado, y Pablo a la vez lo encomendó por la Escritura a la iglesia
para su instrucción y obediencia, pero ha sido puesto a un lado como no
teniendo demanda sobre la conciencia, y los inventos humanos, que son sin
número, han sido recibidos en su lugar.
Es verdad, aunque parece extraño,
que muchos de los hijos de Dios se han convencido que Dios no tiene plan para
edificar Iglesia, que no ha dejado ningún diseño para guiar a los edificadores
empleados en la obra.
Están contentos de hacer la obra de sacar las piedras, “que se conviertan las almas”, dicen, y en realidad es una buena obra, y el alma se marchita cuando se le trata con indiferencia, pero una vez convertida les dejan en montones o esparcidas, abandonadas por todos lados. El trabajo del edificador está dejado, porque los edificadores no han estado con el Arquitecto para aprender sus planes. Dicen: “no hay plan”, y cuando se les dice que hay-y que está escrito en la Biblia y que algunos están procurando seguirlo para la edificación del pueblo de Dios -dicen, “nunca ha tenido éxito”. No quieren probarlo ni ponerlo por obra, con el resultado que, en vez de recoger las piedras vivas y edificarlas en el “edificio de Dios” están rendidas a la voluntad e invento del hombre y llevadas a las sectas, sociedades o donde quiera que no sea a una asamblea de Dios, juntadas y edificadas sobre el fundamento divino, y según el diseño de Dios.
Tr, por G. G.
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