sábado, 16 de abril de 2022

El Edificio de Dios

 

Cuando el pueblo de Israel andaba en el desierto, Dios tenía su morada en medio de ellos en el tabernáculo; y cuando lle­garon a la tierra prometida, puso su edificio en Jerusalén, el templo de Dios. En un sentido especial fueron estos dos, edi­ficios de Dios, porque fueron trazados. por El mismo, forjados por la sabiduría de su Espíritu y con el único propósito de ser su morada,

            Como todas las demás obras de Dios, tienen su significado espiritual en cada detalle; las formas y materiales usados son designados a conducir la mente espiritual a las verdades espirituales.

            Todavía hay un edificio de Dios en la tierra.            Fue también trazado por Dios mismo, forjado por la sabiduría de su Espí­ritu, y designado para ser su morada.

            Fue hecho, por el propósito eterno de Dios. Cristo es la Roca sobre la cual es edificado. Es compuesto de piedras vivas y es morada del Espíritu Santo de Dios.

            El tabernáculo en el desierto y el templo en Jerusalén fueron tipos y símbolos de este edificio. El primero representa a la iglesia en su condición actual de conflicto y humillación mientras que el templo nos lleva más allá, al tiempo cuando es- tará establecida la gloria venidera del reino de Dios

            En la creación del mundo Dios obró solo. En el primer capítulo de Génesis tenemos la historia inspirada de aquella grande operación. Allí encontramos a Dios en tres personas, hombre trino y uno, haciendo y preparando el mundo para el hombre.

            Allí estuvo Dios el Padre, de quien está escrito “Dios que creó todas las cosas”.

            Estuvo allí Jesucristo, el Hijo, de quien está escrito “por Él fueron creadas todas las cosas” Col. 1,16; y otra vez: “sin Él nada de lo que es hecho, fue hecho” Jn. 1,3.

            Allí estuvo también el Espíritu Santo porque está escrito “Y el Espíritu de Dios se movía sobre la haz de las aguas”, Gn 1,2.

            Pero Dios obró solo, sin la ayuda de ninguno. Había comu­nión solamente de la Divinidad. Ningún ángel tomó parte en el consejo de Dios o fue su colaborador en la obra. Ellos fueron testigos y fue grande su gozo al ver manifestado el poder y divinidad de su Creador. “Las estrellas todas del alba alababan y se regocijaban todos los hijos de Dios”. Job. 38.7; pero a ninguno de ellos fue dado el honor de ser “coadjutores de Dios” 1 Co. 3.9.

            Otra vez en la obra de la redención vemos a Dios obrando, y aquí también, son las mismas tres personas, Dios trino y uno.

            Allí está Dios el Padre, a quien está presentada la ofrenda y por el cual es acepta.

            El Hijo está allí ofreciéndose a sí mismo “sin mancha a Dios”. Y esto lo hizo “por el Espíritu eterno” He. 9.14.

            Aquí también tenemos la comunión de la Divinidad sola­mente. Ni hombre, ni ángel podía tomar parte en semejante obra.

            Pero, sobre el fundamento de la redención cumplida empe­zó otra obra, en la cual ha placido a Dios asociarnos con Él cómo obreros, los súbditos del amor redentor. Nada puede sobresalir a la gracia de tal pensamiento. Muestra claramente el valor de la sangre redentora. También muestra el lugar tan cerca y honorable que ha dado a su pueblo.

            Y esto fue prefigurado en el desierto.

            Israel fue sacado de Egipto, librado del juicio de Dios por la sangre del Cordero, y del poder de Faraón por la presencia de Dios. Típicamente fue un pueblo redimido. La gracia divi­na les había alcanzado, como Jehová dijo: “os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí” Ex. 19.4.

Mérito en ellos, no había. Al mismo tiempo que Jehová estaba dando sus consejos de gracia a Moisés en el monte, Israel en el llano abajo estaba adorando al becerro de oro. Seguramente si no hubiera sido por la gracia soberana de su Dios, en el momento hubieran perdido todo derecho de recibir bendición y hubieran sido echados de la presencia de Dios, En vez de eso, tal es el camino de la GRACIA que Jehová, cono­ciendo bien su pecado, pero pasándolo por alto en su justicia, les dio el honor de hacerle un lugar en medio de ellos para mo­rada de Él.

            De la misma manera hoy día, Dios da a su pueblo redimido el honor de prepararle un lugar para morada. Como escribe el Apóstol Pablo: “Yo como perito arquitecto puse el fundamen­to, y otro edifica encima” 1 Co. 3.10.

            Pero sea que consideremos el tabernáculo en el desierto, o el templo en Jerusalén, o a la Iglesia de Dios en esta dis­pensación, hay una cosa común en todos, el plan de cada uno es divino: Dios es el Arquitecto. El plan del tabernáculo fue dado a Moisés, él fue, por decirlo así, “el perito arquitecto” en su día. Él estuvo en el secreto de Dios referente a cada detalle. Nada fue dejado para el invento humano, ni aún en la parte más mínima, ni una estaca, ni una cuerda, ni lazada, ni cor­chete, sin que Dios había mostrado el diseño a Moisés en el monte, y vez tras vez él fue amonestado a hacerlo todo según ese diseño. Ex. 25.9-40; 26.30; 27.8.

             Otra vez, cuando hizo el templo, obró Dios de la misma manera. Fue David el que recibió el plan, y él, a su vez lo en­cargó con cada detalle a Salomón, su hijo, quien Dios había escogido para edificar Su casa. Pero fijémonos bien, que como fue en el tabernáculo, así fue en el templo, nada fue dejado al invento humano, vea 1 Cr. 28.11-19: “Y David dio a Salo­món, su hijo, el plano...Todas estas cosas, dijo David, se me han representado por la mano de Jehová que me hizo entender todas las obras del diseño”.

            Así Salomón vino a ser “el perito arquitecto” de su tiem­po, estando en el secreto de Dios en cada detalle de su diseño.

            Pero si así fue el plan de Dios referente a los edificios típi­cos de la dispensación pasada, ¿podríamos suponer que el edificio de esta dispensación, del cual esos fueron solo tipos, la sustan­cia de lo que esos fueron solamente la sombra sería dejado para el diseño humano?

            Si Dios tuvo su plan para el tabernáculo y para el templo ¿puede suponerse que no tiene plan para su Iglesia? Y si hubiera sido sacrilegio de parte de Moisés o de Salomón dejar el plan de Dios, ¿qué será el pecado de este tiempo al poner a un lado el plan del gran Arquitecto para substituir los diseños del corazón humano?

            Sin embargo, es un hecho solemne y triste que muchos de los hijos de Dios han sido culpables de este mismo pecado. El diseño de la casa, fue entregado en todos sus detalles al siervo, Pablo, por el Señor resucitado, y Pablo a la vez lo encomendó por la Escritura a la iglesia para su instrucción y obediencia, pe­ro ha sido puesto a un lado como no teniendo demanda sobre la conciencia, y los inventos humanos, que son sin número, han sido recibidos en su lugar.

            Es verdad, aunque parece extraño, que muchos de los hijos de Dios se han convencido que Dios no tiene plan para edificar Iglesia, que no ha dejado ningún diseño para guiar a los edificadores empleados en la obra.

            Están contentos de hacer la obra de sacar las piedras, “que se conviertan las almas”, dicen, y en realidad es una buena obra, y el alma se marchita cuando se le trata con indiferencia, pero una vez convertida les dejan en montones o esparcidas, abandonadas por todos lados. El trabajo del edificador está dejado, porque los edificadores no han estado con el Arquitec­to para aprender sus planes. Dicen: “no hay plan”, y cuando se les dice que hay-y que está escrito en la Biblia y que algunos están procurando seguirlo para la edificación del pueblo de Dios -dicen, “nunca ha tenido éxito”. No quieren probarlo ni po­nerlo por obra, con el resultado que, en vez de recoger las pie­dras vivas y edificarlas en el “edificio de Dios” están rendidas a la voluntad e invento del hombre y llevadas a las sectas, sociedades o donde quiera que no sea a una asamblea de Dios, juntadas y edificadas sobre el fundamento divino, y según el diseño de Dios.

Tr, por G. G.

Contendor por la fe, N° 53 y 54 de 1944

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