sábado, 16 de abril de 2022

Nuestras Preocupaciones

 

“Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de... los afanes de esta vida”.            Lucas 21:34


            Queridos hermanos, verdad es que las tareas y preocupa­ciones de la vida acaparan muchas veces nuestros pensa­mientos, invaden nuestros corazones y nos impiden ocuparnos debidamente de la bendita persona de nuestro Señor. Sin embargo, sabemos que nuestras preocupacio­nes no producen ni cambian en nada las cosas. No nos dan tranquilidad ni descanso alguno, sino más bien todo lo contrario: son causa de turbación para nuestros corazo­nes. “¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afa­ne, añadir a su estatura un codo?” (Mateo 6:27).

            Las preocupaciones que nos abruman son, en realidad, una falta de fe; nos arrastran a buscar la ayuda en los recursos humanos, estimulan nuestra voluntad propia y así nos van apartando de la senda estrecha y de la depen­dencia del Padre, único fundamento de la bendición.

            “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios” (Salmo 42:5). Esperar en Dios, con­tar con Él, es lo único que puede darnos la paz y la tran­quilidad. “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Isaías 26:3). “En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza” (Isaías 30:15). “Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová” (Jeremías 17:7).

            ¡Las preocupaciones! ¡Las tareas! ¿Sabemos abandonar­las cuando vamos a las reuniones? La menor, la más leve preocupación basta para turbarnos en el culto y la adora­ción e impedir que gocemos plenamente de la presencia del Señor. Muchas veces las preocupaciones de esta vida son precisamente un estorbo en el servicio que tenemos el privilegio de cumplir para el Señor. “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (Lucas 10:41-42). ¡Qué momentos más preciosos para nosotros cuando, teniendo los corazones libres de toda molestia, podemos estar a los pies del Señor, pensando únicamente en Él!

            ¡Qué gozosa tranquilidad experimentaremos en nuestra vida y aún más en los días sombríos, si podemos exclamar con el salmista al empezar el día: “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré” (Salmo 5:3)! Esperemos, pues, confiadamente su respuesta a nuestras oraciones. “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulacio­nes” (Salmo 46:1).

            El no tener preocupaciones por las cosas de esta vida por­que confiamos en el Señor, nos proporciona gozo y paz. El apóstol Pablo, al exhortar a los Filipenses a que se gozaran en el Señor, les recomendaba que no se inquie­taran por nada. ¿Cómo hubieran podido gozarse estando llenos de preocupaciones y congojas? Si alguna cosa les preocupaba, o algún peso oprimía su corazón, debían librarse de tales cargas presentándolas al Señor en sus oraciones. “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vues­tros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:4-7).

            ¿Acaso no hemos experimentado un profundo y consola­dor alivio cuando, arrodillándonos en la presencia del Señor, hemos entregado todos nuestros afanes, preocu­paciones y necesidades en su mano? Y, después de haberlo realizado, ciertamente hemos experimentado el gozo de esta paz de Dios, que sobrepasa todo entendi­miento y guarda los corazones y los pensamientos en Cris­to Jesús, el único manantial de paz y verdadero gozo.

            Si volvemos la vista al pasado, y recordamos las experien­cias vividas, ¡cuánto tiempo perdido, disipado en afanes e inquietudes por el día de mañana! “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (Mateo 6:34).

            Lo que necesitamos es la fe, aquella fe que tuvo Abraham. ¡Qué ejemplo de confianza para nosotros, cuando Dios le pidió que sacrificara a su hijo, objeto de su amor, en el cual se fundaban las promesas! Sin temor obedeció y entregó a su hijo diciendo: “Dios proveerá”.

            A lo largo de la Palabra de Dios leemos acerca de la fe de un gran número de testigos (Hebreos 12:1-2). Sigamos su ejemplo, dejando las preocupaciones y las cargas que nos oprimen; así estaremos libres para correr con paciencia la carrera que nos es propuesta, puestos los ojos en Jesús. El apóstol Pedro nos exhorta a echar sobre Dios todas nuestras preocupaciones, pues Él tiene cuidado de noso­tros; y al mismo tiempo nos muestra en qué disposición de espíritu debemos hacerlo: revestidos de humildad los unos para con los otros (1 Pedro 5:5, 7).

            Sepamos comprender lo que dice David en el Salmo 62:1: “En Dios solamente está acallada mi alma; de él viene mi salvación. Él solamente es mi roca y mi salvación, no res­balaré mucho”. Sí, en Dios solamente, Dios nuestro Padre, quien nos salvó, nos ama y sabe mejor que nosotros lo que necesitamos. Él hace que todas las cosas concurran para el bien de los que le aman, y nos declara que aun los cabe­llos de nuestra cabeza están todos contados (Romanos 8:28; Lucas 12:7).

            El gozo y la paz serán nuestra porción, y podremos seguir caminando serena y tranquilamente, con corazones rebo­sando de gozo en el Señor.

Tomado del Folleto PARA TODOS 08/2013

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