“Mirad también por vosotros mismos, que
vuestros corazones no se carguen de... los afanes de esta vida”. Lucas 21:34
Queridos
hermanos, verdad es que las tareas y preocupaciones de la vida acaparan muchas
veces nuestros pensamientos, invaden nuestros corazones y nos impiden
ocuparnos debidamente de la bendita persona de nuestro Señor. Sin embargo,
sabemos que nuestras preocupaciones no producen ni cambian en nada las cosas.
No nos dan tranquilidad ni descanso alguno, sino más bien todo lo contrario:
son causa de turbación para nuestros corazones. “¿Y quién de vosotros podrá,
por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?” (Mateo 6:27).
Las preocupaciones que nos abruman son, en realidad, una
falta de fe; nos arrastran a buscar la ayuda en los recursos humanos, estimulan
nuestra voluntad propia y así nos van apartando de la senda estrecha y de la
dependencia del Padre, único fundamento de la bendición.
“¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de
mí? Espera en Dios” (Salmo 42:5). Esperar en Dios, contar con Él, es lo único
que puede darnos la paz y la tranquilidad. “Tú guardarás en completa paz a
aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Isaías
26:3). “En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será
vuestra fortaleza” (Isaías 30:15). “Bendito el varón que confía en Jehová, y
cuya confianza es Jehová” (Jeremías 17:7).
¡Las preocupaciones! ¡Las tareas! ¿Sabemos abandonarlas
cuando vamos a las reuniones? La menor, la más leve preocupación basta para
turbarnos en el culto y la adoración e impedir que gocemos plenamente de la
presencia del Señor. Muchas veces las preocupaciones de esta vida son
precisamente un estorbo en el servicio que tenemos el privilegio de cumplir
para el Señor. “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero
solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le
será quitada” (Lucas 10:41-42). ¡Qué momentos más preciosos para nosotros
cuando, teniendo los corazones libres de toda molestia, podemos estar a los
pies del Señor, pensando únicamente en Él!
¡Qué gozosa tranquilidad experimentaremos en nuestra vida
y aún más en los días sombríos, si podemos exclamar con el salmista al empezar
el día: “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de
ti, y esperaré” (Salmo 5:3)! Esperemos, pues, confiadamente su respuesta a
nuestras oraciones. “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio
en las tribulaciones” (Salmo 46:1).
El no tener preocupaciones por las cosas de esta vida porque
confiamos en el Señor, nos proporciona gozo y paz. El apóstol Pablo, al
exhortar a los Filipenses a que se gozaran en el Señor, les recomendaba que no
se inquietaran por nada. ¿Cómo hubieran podido gozarse estando llenos de
preocupaciones y congojas? Si alguna cosa les preocupaba, o algún peso oprimía
su corazón, debían librarse de tales cargas presentándolas al Señor en sus oraciones.
“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza
sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis
afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda
oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo
entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo
Jesús” (Filipenses 4:4-7).
¿Acaso no hemos experimentado un profundo y consolador
alivio cuando, arrodillándonos en la presencia del Señor, hemos entregado todos
nuestros afanes, preocupaciones y necesidades en su mano? Y, después de
haberlo realizado, ciertamente hemos experimentado el gozo de esta paz de Dios,
que sobrepasa todo entendimiento y guarda los corazones y los pensamientos en
Cristo Jesús, el único manantial de paz y verdadero gozo.
Si volvemos la vista al pasado, y recordamos las experiencias
vividas, ¡cuánto tiempo perdido, disipado en afanes e inquietudes por el día de
mañana! “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana
traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (Mateo 6:34).
Lo que necesitamos es la fe, aquella fe que tuvo Abraham.
¡Qué ejemplo de confianza para nosotros, cuando Dios le pidió que sacrificara a
su hijo, objeto de su amor, en el cual se fundaban las promesas! Sin temor
obedeció y entregó a su hijo diciendo: “Dios proveerá”.
A lo largo de la Palabra de Dios leemos acerca de la fe
de un gran número de testigos (Hebreos 12:1-2). Sigamos su ejemplo, dejando las
preocupaciones y las cargas que nos oprimen; así estaremos libres para correr
con paciencia la carrera que nos es propuesta, puestos los ojos en Jesús. El
apóstol Pedro nos exhorta a echar sobre Dios todas nuestras preocupaciones,
pues Él tiene cuidado de nosotros; y al mismo tiempo nos muestra en qué
disposición de espíritu debemos hacerlo: revestidos de humildad los unos para
con los otros (1 Pedro 5:5, 7).
Sepamos comprender lo que dice David en el Salmo 62:1:
“En Dios solamente está acallada mi alma; de él viene mi salvación. Él
solamente es mi roca y mi salvación, no resbalaré mucho”. Sí, en Dios
solamente, Dios nuestro Padre, quien nos salvó, nos ama y sabe mejor que
nosotros lo que necesitamos. Él hace que todas las cosas concurran para el bien
de los que le aman, y nos declara que aun los cabellos de nuestra cabeza están
todos contados (Romanos 8:28; Lucas 12:7).
El
gozo y la paz serán nuestra porción, y podremos seguir caminando serena y
tranquilamente, con corazones rebosando de gozo en el Señor.
Tomado
del Folleto PARA TODOS 08/2013
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