Por Rhoda Cumming
4. Rebeca
“Que guardes estas cosas
sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad”. (1 Timoteo 5.21)
La historia está en Génesis 24 al 28.
“¿Irás tú con este varón?” le
preguntaron a Rebeca y ella respondió: “Sí, iré”. El relato de cómo Isaac
consiguió a su esposa Rebeca es una de historias las más interesantes en el
Antiguo Testamento. Abraham, “el amigo de Dios”, no quería una mujer pagana
para su hijo y se ocupó de hacer algo al respecto. Mandó a su siervo, un hombre
en quien confiaba, a hacer un viaje largo en busca de una esposa apropiada para
su hijo Isaac.
Guiado por Dios, el siervo llegó a
Mesopotamia, a la ciudad de Nacor, donde hizo arrodillar a sus camellos al lado
de una fuente de agua y oró al Señor pidiéndole un buen encuentro y diciendo:
“Si la joven de quien yo pido agua está dispuesta a darle agua a mis diez
camellos también sabré que ella es la que has elegido para tu siervo Isaac”. Al
abrir sus ojos vio a la bella joven bajar su cántaro. Le pidió agua y ella,
después de darle de beber a él, buscó también agua para sus diez camellos. El
hombre quedó maravillado por la manera en que el Señor había contestado sus
oraciones y dio gracias a Dios por haberle llevado a una joven de la familia de
su amo.
Rebeca le dio agua y buscó agua para
sus diez camellos, mostrando su amabilidad y buena voluntad para servir. Era
una hermosa virgen quien luego se mostró decidida, respetuosa y dispuesta a
hacer lo que era el plan de Dios. Ella llevó a los visitantes al hogar de su
familia. Después de oír la historia del siervo, de cómo había sido guiado por
Dios en su búsqueda de una esposa para Isaac, la familia reconoció que todo era
de Dios. Ellos dieron su aprobación para que Rebeca dicho Jehová”.
Id siervo dio regalos preciosos a su
familia y los hombres pasaron la noche en el hogar de aquella familia, primos
de Abraham. Por la mañana la familia dijo que querían que Rebeca se quedara
unos diez días antes de salir, pero el siervo estaba deseoso de partir aquella
mañana. Llamaron a Rebeca y le preguntaron: “¿Irás tú con este varón?” y ella
respondió: “Sí, iré”. Entonces Rebeca, su ama y sus criadas se prepararon, se
montaron en los camellos y salieron con el siervo de Abraham. La joven estaba
dispuesta a dejar a su familia e ir lejos a compartir su vida con un hombre que
jamás había visto.
La historia de la disposición de
Rebeca cuando dijo “Sí, iré”, ha sido una ilustración del inconverso que decide
dejar el mundo y seguir a Cristo. El siervo es una ilustración del Espíritu
Santo enviado a conseguir una esposa para el Señor Jesucristo, la iglesia
universal.
Al final del largo viaje, Rebeca vio
de lejos a Isaac, quien había salido al campo a orar, y ella preguntó quién
era. Cuando supo que era el hombre que iba ser su esposo, Rebeca se bajó del
camello y se cubrió con un velo en señal de respeto y sumisión. El siervo le
contó a Isaac todo lo que había pasado para asegurarle de que esa era la esposa
que Dios había preparado para él. Seguidamente Isaac la llevó a la carpa de
Sara.
Aunque no la había visto nunca
antes, Isaac amó a esa mujer tan ejemplar y fue consolado después de la muerte
de su madre. A pesar de que la poligamia era común en aquel entonces, no leemos
que Isaac tomara otra mujer sino sólo a Rebeca.
Isaac tenía cuarenta años cuando se
casó con Rebeca. Después de orar por veinte años que Dios le diera un hijo, su
petición fue concedida y Rebeca iba a dar a luz gemelos. Cuando sus hijos
luchaban dentro de su seno ella le preguntó a Dios la razón. El Señor le indicó
a la futura madres que ellos serían progenitores de dos naciones y luchaban
porque el hijo mayor serviría al menor.
Jacob, el menor, fue el hijo
favorito de Rebeca, porque era varón tranquilo que pasaba más tiempo en el
hogar. Isaac quería más a Esaú, el mayor, porque le gustaba comer de lo que
Esaú cazaba. Tristemente el favoritismo causó discordia y rivalidad en aquel
hogar.
Un día cuando Jacob estaba
preparando un guiso, Esaú llegó agotado del campo, hambriento y con ganas de
comerse aquel guiso. Jacob le pidió sus derechos de hijo mayor como pago por el
plato de comida. Esaú se lo juró, comió el guiso y de esta manera perdió las
bendiciones. “Por una sola comida vendió su primogenitura” (Hebreos 12.16-17).
Aunque el mensaje celestial que
recibió Rebeca señalaba a Jacob como el heredero de la primogenitura, Isaac se
propuso secretamente concedérselo a Esaú. Cuando Rebeca supo de su plan, tramó
con Jacob la manera de engañar al anciano Isaac para que le diese la bendición
a su hijo favorito. Su meta era que se cumpliera lo dicho por Dios, pero lo
cierto es que sus acciones no fueron correctas. Su plan tuvo éxito, pero Rebeca
se había convertido en una tramposa y perdió el gozo de ver a Dios hacer las
cosas a su manera.
Como resultado la paz en el hogar
fue destruida y hubo tal enemistad entre los hermanos que Esaú tenía deseos de
vengarse y matar a Jacob. Por consiguiente, Jacob tuvo que huir del hogar y
parece que Rebeca nunca más vio a su hijo favorito. El doctor Higgins hizo este
comentario: “Si Isaac no se dio cuenta, ¡qué trágico que Rebeca tuvo que vivir
con el conocimiento de haber engañado a su propio esposo!”
Es obvio que, como Sara antes de
ella, Rebeca no supo prever los resultados de sus malas acciones.
Lamentablemente, los descendientes de Esaú (llamados árabes hoy día) han sido
enemigos del pueblo de Israel durante siglos. Todos los días mueren
descendientes de Esaú y Jacob a causa de esa enemistad perpetua.
Aquella mujer tan agradable,
designada por Dios para ser la esposa del patriarca Isaac, no cumplió con lo
que se esperaba de ella. Su historia es una advertencia para nosotras. “Debemos
mantener el enfoque de nuestro pensamiento y la prioridad de nuestra vida en el
poder de Dios, que nos capacita para que nuestro trabajo no sea en vano.
Solamente así podemos hacer un servicio que agrade al Señor”.
“La mujer sabia edifica su casa; más la necia con las
manos la derriba” (Proverbios 14.1). La esposa prudente conserva la unidad y la
paz en el hogar, mostrando respeto y sumisión a su marido. La madre juiciosa es
imparcial y ama a todos sus hijos por igual.
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