sábado, 16 de abril de 2022

MUJERES DE FE DEL ANTIGUO TESTAMENTO (4)

 

Por Rhoda Cumming


4. Rebeca


“Que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad”. (1 Timoteo 5.21)

La historia está en Génesis 24 al 28.


            “¿Irás tú con este varón?” le preguntaron a Rebeca y ella respondió: “Sí, iré”. El relato de cómo Isaac consiguió a su esposa Rebeca es una de historias las más interesantes en el Antiguo Testamento. Abraham, “el amigo de Dios”, no quería una mujer pagana para su hijo y se ocupó de hacer algo al respecto. Mandó a su siervo, un hombre en quien confiaba, a hacer un viaje largo en busca de una esposa apropiada para su hijo Isaac.

            Guiado por Dios, el siervo llegó a Mesopotamia, a la ciudad de Nacor, donde hizo arrodillar a sus camellos al lado de una fuente de agua y oró al Señor pidiéndole un buen encuentro y diciendo: “Si la joven de quien yo pido agua está dispuesta a darle agua a mis diez camellos también sabré que ella es la que has elegido para tu siervo Isaac”. Al abrir sus ojos vio a la bella joven bajar su cántaro. Le pidió agua y ella, después de darle de beber a él, buscó también agua para sus diez camellos. El hombre quedó maravillado por la manera en que el Señor había contestado sus oraciones y dio gracias a Dios por haberle llevado a una joven de la familia de su amo.

            Rebeca le dio agua y buscó agua para sus diez camellos, mostrando su amabilidad y buena voluntad para servir. Era una hermosa virgen quien luego se mostró decidida, respetuosa y dispuesta a hacer lo que era el plan de Dios. Ella llevó a los visitantes al hogar de su familia. Después de oír la historia del siervo, de cómo había sido guiado por Dios en su búsqueda de una esposa para Isaac, la familia reconoció que todo era de Dios. Ellos dieron su aprobación para que Rebeca dicho Jehová”.

            Id siervo dio regalos preciosos a su familia y los hombres pasaron la noche en el hogar de aquella familia, primos de Abraham. Por la mañana la familia dijo que querían que Rebeca se quedara unos diez días antes de salir, pero el siervo estaba deseoso de partir aquella mañana. Llamaron a Rebeca y le preguntaron: “¿Irás tú con este varón?” y ella respondió: “Sí, iré”. Entonces Rebeca, su ama y sus criadas se prepararon, se montaron en los camellos y salieron con el siervo de Abraham. La joven estaba dispuesta a dejar a su familia e ir lejos a compartir su vida con un hombre que jamás había visto.

            La historia de la disposición de Rebeca cuando dijo “Sí, iré”, ha sido una ilustración del inconverso que decide dejar el mundo y seguir a Cristo. El siervo es una ilustración del Espíritu Santo enviado a conseguir una esposa para el Señor Jesucristo, la iglesia universal.

            Al final del largo viaje, Rebeca vio de lejos a Isaac, quien había salido al campo a orar, y ella preguntó quién era. Cuando supo que era el hombre que iba ser su esposo, Rebeca se bajó del camello y se cubrió con un velo en señal de respeto y sumisión. El siervo le contó a Isaac todo lo que había pasado para asegurarle de que esa era la esposa que Dios había preparado para él. Seguidamente Isaac la llevó a la carpa de Sara.

            Aunque no la había visto nunca antes, Isaac amó a esa mujer tan ejemplar y fue consolado después de la muerte de su madre. A pesar de que la poligamia era común en aquel entonces, no leemos que Isaac tomara otra mujer sino sólo a Rebeca.

            Isaac tenía cuarenta años cuando se casó con Rebeca. Después de orar por veinte años que Dios le diera un hijo, su petición fue concedida y Rebeca iba a dar a luz gemelos. Cuando sus hijos luchaban dentro de su seno ella le preguntó a Dios la razón. El Señor le indicó a la futura madres que ellos serían progenitores de dos naciones y luchaban porque el hijo mayor serviría al menor.

            Jacob, el menor, fue el hijo favorito de Rebeca, porque era varón tranquilo que pasaba más tiempo en el hogar. Isaac quería más a Esaú, el mayor, porque le gustaba comer de lo que Esaú cazaba. Tristemente el favoritismo causó discordia y rivalidad en aquel hogar.

            Un día cuando Jacob estaba preparando un guiso, Esaú llegó agotado del campo, hambriento y con ganas de comerse aquel guiso. Jacob le pidió sus derechos de hijo mayor como pago por el plato de comida. Esaú se lo juró, comió el guiso y de esta manera perdió las bendiciones. “Por una sola comida vendió su primogenitura” (Hebreos 12.16-17).

            Aunque el mensaje celestial que recibió Rebeca señalaba a Jacob como el heredero de la primogenitura, Isaac se propuso secretamente concedérselo a Esaú. Cuando Rebeca supo de su plan, tramó con Jacob la manera de engañar al anciano Isaac para que le diese la bendición a su hijo favorito. Su meta era que se cumpliera lo dicho por Dios, pero lo cierto es que sus acciones no fueron correctas. Su plan tuvo éxito, pero Rebeca se había convertido en una tramposa y perdió el gozo de ver a Dios hacer las cosas a su manera.

            Como resultado la paz en el hogar fue destruida y hubo tal enemistad entre los hermanos que Esaú tenía deseos de vengarse y matar a Jacob. Por consiguiente, Jacob tuvo que huir del hogar y parece que Rebeca nunca más vio a su hijo favorito. El doctor Higgins hizo este comentario: “Si Isaac no se dio cuenta, ¡qué trágico que Rebeca tuvo que vivir con el conocimiento de haber engañado a su propio esposo!”

            Es obvio que, como Sara antes de ella, Rebeca no supo prever los resultados de sus malas acciones. Lamentablemente, los descendientes de Esaú (llamados árabes hoy día) han sido enemigos del pueblo de Israel durante siglos. Todos los días mueren descendientes de Esaú y Jacob a causa de esa enemistad perpetua.

            Aquella mujer tan agradable, designada por Dios para ser la esposa del patriarca Isaac, no cumplió con lo que se esperaba de ella. Su historia es una advertencia para nosotras. “Debemos mantener el enfoque de nuestro pensamiento y la prioridad de nuestra vida en el poder de Dios, que nos capacita para que nuestro trabajo no sea en vano. Solamente así podemos hacer un servicio que agrade al Señor”.

            “La mujer sabia edifica su casa; más la necia con las manos la derriba” (Proverbios 14.1). La esposa prudente conserva la unidad y la paz en el hogar, mostrando respeto y sumisión a su marido. La madre juiciosa es imparcial y ama a todos sus hijos por igual.

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