José Naranjo
El temor de Dios y el cumplimiento
en casa
El
hogar que pone a Dios primero será el hogar ideal y constructivo, hogar donde
el hombre hallará respiro y alivio de los afanes y molestias originados por el
pecado. Para llegar a la realidad de este hogar es menester guardar condiciones
que no son onerosas, pero sí son responsabilidades que traen lustre y
privilegios a un verdadero hogar de refrigerio. Muchas familias se contentan
con un conocimiento teórico de la grandeza de Dios, y dicen: “Dios es sobre
todas las cosas”. Otros ponen un texto en el vestíbulo de su casa, “Cristo es
supremo en este hogar”, cuando esa casa es más bien digna de un manicomio, o
bien de un texto elevado que diga, “El mundo tiene su imperio en este hogar.”
Hace un tiempo visitamos una
asamblea, y después del culto hablé con un sujeto que estaba sentado atrás.
Pregunté si era salvo. Me dijo que tenía varios años de convertido. “¿Es
bautizado?” Me dijo que no. Le dije: “Pues hay un caucho espichado. Su carro no
está corriendo bien”. Entonces me contó que un hermano había ido a visitarlo y
al entrar en su casa el visitante dijo: “¿Esta casa es de Dios o es del diablo?”
Él se enojó por eso y no había pedido el bautismo. Un tiempo después volví a la
misma asamblea y encontré al mismo individuo; le pregunté si ya era bautizado.
“El inconveniente ha sido quitado,” le dije, “el hermano de su dificultad está
con el Señor”. El hombre cerró la boca. Su casa sigue siendo más del diablo que
de Dios. La falta de aseo; las inmoralidades; la grita de los grandes y los
pequeños parecen chirridos de araguatos.
Dos cosas contribuyen al ambiente de
un hogar feliz: el temor de Dios y el cumplimiento de las obligaciones mutuas.
El temor de Dios no consiste en palabras solamente; el temor de Dios es activo.
Nuestro Señor Jesucristo llegó a la casa de Pedro y sanó a su suegra. Ella se
levantó y enseguida le servía. Lo mismo sucedió en el hogar de Betania, en el
hogar de Felipe el evangelista en Cesarea, en el hogar de Lidia en Filipos,
etc.
Empecemos con el Señor en el hogar.
“Yo y mi casa serviremos a Jehová”. (Josué 24:15) No es prudente emprender un
servicio sin oración. “Ante todo, que se hagan rogativas, oraciones, peticiones
y acciones de gracias por todos los hombres”. (1 Timoteo 2:1,2) En un hogar
consagrado hay vigilancia y cumplimiento en la oración. Job se levantaba en la
mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de sus hijos. Cornelio era
piadoso y temeroso de Dios con toda su casa. Hacía muchas limosnas al pueblo y
oraba a Dios siempre. (Job 1:5, Hechos 10:2)
Se requiere celo en el cumplimiento
y el amor a Dios que impone obligaciones. El Señor tomó a sus discípulos más
confidenciales y les dijo: “Quedaos aquí, y velad conmigo ... Vino lego y los
halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una
hora? Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad
está dispuesto, pero la carne es débil”. (Mateo 26:38-41) Es posible que la
indulgencia de la carne y la tolerancia en consentir cosas que antes
condenábamos han invertido el orden enseñado por el Señor, y hoy es el espíritu
el que está enfermo y la carne ligera, precipitada y complaciente. Más oración
aunada en el hogar atraerá más bendiciones que disfrutar. Es la oración de fe
constante y devocional que produce milagros y bienaventuranzas.
Otra cosa en el hogar consagrado es
la lectura y reverencia a la palabra de Dios. No es preciso cursos por
correspondencia, ni clases de moral para hacer un hogar agradable. La palabra
de Dios enseña las atribuciones que corresponden al marido que obra por amor a
su Señor, a su esposa y a sus hijos. No hallaremos un hogar perfecto mientras
“el hombre animal” sea primero; habrá defectos, pero éstos debemos encerrarlos
en la palabra de Dios. Está escrito: “El amor cubrirá multitud de pecados”. (1
Pedro 4:8)
La palabra de Dios enseña a la esposa sus
obligaciones que en su capacidad propenden en gran manera hacer del hogar una
casa de Dios y un ambiente gozoso. Una de las iglesias en Roma estaba
establecida en la casa de Priscila y Aquila. La casa de Aristóbulo eran todos
amigos de Pablo. La casa de Narisco todos eran fieles al Señor. Una de las
iglesias en Laodicea estaba fundada en la casa de Ninfas. (Romanos
16:3,5,10,11, Colosenses 4:15)
La mujer que se sujeta a su marido
le obedece por amor. Entonces el amor demanda. Lo primero que hace es convidar
a su marido a la oración privada. Esto no solamente hace el hogar agradable,
sino que lo hace poderoso. Lo segundo, pide a su marido sin imponerle carga
agravante cosas indispensables, necesarias para el hogar. Su ejemplo lo toma de
la mujer fuerte de Proverbios 31. Lo tercero, cuida de los niños, “criándolos
en disciplina y amonestación del Señor”. (Efesios 6:4) Para mantener la paz
honesta del hogar, la esposa vigila con esmero la clase de amigos que toman sus
hijos. Hay varios hogares que hoy están llorando por contemporizar con las
amistades de sus hijos. Estos consiguieron sus amistades entre sus
condiscípulos, los cuales los empujaron a una senda de rebelión y criminales
felonías.
Fuera del descanso que han recibido
nuestras almas por la fe en Cristo, el otro reposo para el hombre en la tierra
es el hogar donde hay amor. La dicha no estriba en el lujo, las comodidades o
la abundancia, sino donde marido y mujer son correspondidos. “Mejor es la
comida de legumbres donde hay amor, que de buey engordo donde hay odio. Mejor
es un bocado seco y en paz, que casa de contiendas llena de provisiones. Mejor
es vivir en un rincón del terrado, que con mujer rencillosa en espaciosa casa.”
(Proverbios 15:17, 17:1, 21:9) Amor, paz
y humildad nos enseñan los tres versículos, virtudes suficientes para hacer
un hogar bendecido.
Otra de las atribuciones para hacer
un hogar con espíritu cristiano es el servicio que se dispensa por amor a
Cristo y a su obra. ¡Qué cambio hizo el evangelio en el hogar de Filemón!
¡Cuántos más hogares que no alcanza la espada para nombrarlos se gozaron de
servir con alegría hospedando a los santos! Entre ellos se destacan Gayo,
Estéfanas, Aquila y Priscila, y Febe de la iglesia de Cencrea.
Así que, hermanos, tenemos
suficiente material de instrucción ejemplar para aprender a imitar, y los malos
ratos que podamos pasar vencidos por las penas del pecado sean mitigados en el
refugio de un hogar donde nuestro Señor Jesucristo, el rechazado, también pueda
encontrar solaz.
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