Obediencia, reverencia,
conciencia, diligencia
Estas cuatro huellas son marcas esenciales que deben
mostrar todos los que son discípulos de Cristo. Son frutos ante Dios y ante los
ojos de los hombres que han experimentado un nuevo nacimiento.
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La primera marca de uno que profesa una religión pura es la obediencia.
Pedro
nos escribe con lujo de detalles los diferentes caracteres de la obediencia.
Somos elegidos para obedecer. (1 Pedro 1:2) Por nuestra obediencia somos
purificados. (1 Pedro 1:14) Por la obediencia a las leyes y a los gobernantes
granjeamos alabanza a los que hacen bien. (1 Pedro 2:13,14) Hay la obediencia
del empleado al patrón para tener buena conciencia delante de Dios. (1 Pedro
2:18,19) Hay la obediencia de la esposa a su marido en el Señor. (1 Pedro 3:6)
Hay la obediencia a Cristo, de los ángeles, las autoridades y potestades en los
cielos. (1 Pedro 3:22) Hay la perdición irremisible para los que no obedecen al
evangelio de Dios. (1 Pedro 4:17) En fin, hay la obediencia de los jóvenes a
los ancianos. (1 Pedro 5:5)
¡Qué
ejemplo nos da el Señor! Toda su vida estaba sumiso a la voluntad de su Padre.
“Yo hago siempre lo que le agrada” y su obediencia fue tan implícita que se
hizo “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. (Juan 8:29, Filipenses 2:8)
La porción del Señor, en la cual encuentra meollo, es la obediencia de su
pueblo. “No se deleita en la fuerza del caballo, ni se complace en la agilidad
del hombre. Se complace Jehová en los que le temen, y los que esperan en su
misericordia”. (Salmo 147:10,11) ¡Cómo se enternece su corazón cuando hay la
desobediencia deliberada! “Oh, si me hubiera oído mi pueblo y si en mis caminos
hubiera andado Israel”! En un momento habría yo derribado a sus enemigos, y
vuelto mi mano contra sus adversarios”. (Salmo 81:13,14)
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La segunda marca de uno que profesa una religión pura es la reverencia.
“Por
esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oir, tardo para hablar,
tardo para airarse. Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios”.
(Santiago 1:19,20) Si el hombre guarda silencio es oportunidad para Dios obrar.
Si el hombre está en soberbia, Dios calla pero obra conforme a su voluntad. “Mi
santuario tendréis en reverencia. Yo Jehová.” Siglos después otro escribió: “La
santidad conviene a tu casa”. (Levítico 19:30, Salmo 93:5)
Es
necesario tener más celo en cuanto a nuestra conducta en la casa de Dios. Hay
casos frecuentes cuando creyentes han tenido el pecado en embrión, por lo cual
algunos hermanos que lo saben son escandalizados; con todo eso, el tal creyente
llega al culto y es el primero en abrir el culto con himno, o se atreve a
enseñar al pueblo del Señor. Otros han pecado con la esposa, y sin arreglo
ninguno van al culto a tomar ejercicio. Es irreverente la hermana que
habiéndose mochado el cabello vaya a la casa de Dios donde “los serafines
cubren sus rostros y sus pies”. Es irreverente en la casa de Dios la
ostentación y mundanalidad por medio de modas y adornos que le restan
contemplación al Señor.
Salomón
y Pablo coinciden respecto a la reverencia que se debe guardar en la casa de
Dios: “Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie, y acércate más para oír
que para dar el sacrificio de los necios, porque no saben que hacen mal”. “Para
que, si tardo, sepas cómo debe conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia
del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad”. (Eclesiastés 5:1,2, 1
Timoteo 3:15)
La sincera reverencia es la
expresión de un corazón agradecido por la condescendencia del Dios infinito en
habitar con los hombres; y a esto se une el cúmulo de sus beneficios con que
nos colma cada día.
· La tercera marca del que profesa
una religión pura es la buena conciencia.
“Desechando toda inmundicia y
abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual
puede salvar vuestras almas”. (Santiago 1:21) La mala conciencia forma su
juicio de sí mismo, y no admite el discernimiento de la palabra de Dios; da
pábulo a la crítica, murmura de los predicadores. Tiene un ojo impúdico, anda
mirando en la congregación a quien echarle el gancho de los amores carnales.
El asunto que más afecta a
hipócritas es hablar de la conciencia; ellos juzgan a los demás por su mismo
proceder. Pablo dijo en el concilio: “Yo con buena conciencia he vivido delante
de Dios hasta el día de hoy”. La palabra llegó hasta el mismo corazón del sumo
sacerdote Ananías; herido su orgullo, “ordenó a los que estaban junto a él,
golpeándose a Pablo en la boca”. (Hechos 23:1,2)
¿Cómo se puede ir a la casa de Dios
a ofrecer sacrificio sin pedir perdón al hermano ofendido? La buena conciencia
demanda perdón para los que nos ofenden (Marcos 11:25,26); limpieza en el
ministerio que desempeñamos (2 Corintios 4:1,2); honradez en el manejo de los
intereses del Señor (2 Corintios 6:20,21); testimonio a Cristo, de su muerte y
su resurrección; respaldo a la palabra con la conducta (Hechos 24:15,16).
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La cuarta marca del que profesa una religión pura es la diligencia.
“Sed
hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros
mismos”. “Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y
guardarse sin mancha del mundo”. (Santiago 1:22,27) Oído diligente, servicio
diligente, andar diligente. En nosotros mismos hay un enemigo de la diligencia,
y es nuestro hombre viejo. (Romanos 8:7) Si no somos activos para aguijonear la
carne, perdemos el culto, o la mitad del culto. Si no nos sobreponemos mediante
concentración e interés, perdemos la enseñanza y olvidamos las experiencias.
Muchas vidas hay arruinadas por la negligencia; se han acostumbrado a no
trabajar; se contentan con vivir en la miseria y habitar en una miseria: “El
indolente ni aun asará lo que ha cazado; pero haber precioso del hombre es la
diligencia”. (Proverbios 12:27)
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