5. Lea
“Dios no mira lo que mira el hombre; pues el
hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón”. (1
Samuel 16.7)
La
historia está en Génesis 29-31,33y Rut 4.11.
En la Biblia hallamos relatos
verídicos de mujeres de la antigüedad cuyas luchas se asemejan a las de muchas
mujeres hoy día. Probablemente ninguna mujer que lea esta historia se encuentre
en circunstancias iguales a las de Lea, pero pertenecemos a una raza caída y la
desilusión y el fraude abundan.
El relato de Raquel y Lea es bien
conocido. Jacob salió del hogar de sus padres y llegó a donde vivía su tío
Labán, quien tenía dos hijas, la mayor Lea y la menor Raquel. Jacob amó a
Raquel y le dijo a Labán: “Yo te serviré siete años para ganarla por esposa”.
Como estaba tan enamorado de ella le pareció como pocos días.
“Raquel era de lindo semblante y de
hermoso parecer, pero los ojos de Lea eran delicados”. No sabemos si Lea sufría
alguna enfermedad de la vista o si simplemente sus ojos no brillaban, pero es
claro que a ella le faltaba la belleza que tenía su hermana menor y durante su
juventud vivió a la sombra de ella.
Al fin de los siete años Labán hizo
una fiesta de bodas. La costumbre era que el padre de la novia la condujera al
dormitorio de su esposo. Pero Labán, en vez de llevar a Raquel, condujo a su
hija Lea y en la oscuridad se la entregó a Jacob. De manera que Jacob pasó la
noche con Lea pensando que era Raquel y por la mañana se dio cuenta del engaño
de Labán. Durante una semana se cumplió con la acostumbrada fiesta nupcial y
luego el padre le entregó a Raquel por esposa. Jacob tuvo que trabajar otros
siete años más para ganarla a ella.
"Vio Jehová que Lea era menospreciada”. A veces se
ve en operación la ley de la compensación en ciertas personas que sufren de
alguna deficiencia. Dios les otorga cualidades que contrapesan su deficiencia y
así fue en el caso de Lea.
Viendo el Señor que Lea no recibía el amor de Jacob, Él
hizo que ella fuera la más fértil. Toda mujer judía anhelaba tener hijos y Dios
escogió a Lea para ser madre de seis de los hijos de Jacob. Paradójicamente
cada hermana poseía lo que la otra deseaba tener, Lea fue madre del mayor
número de hijos de Jacob pero no fue amada por su esposo, mientras que Raquel
era amada por Jacob pero por algunos años fue estéril.
Los nombres que Lea le dio a sus hijos indican el
crecimiento de su fe en Dios. Ella llamó a su primer hijo Rubén, diciendo: “El
Señor ha visto mi aflicción; ahora sí, me amará mi esposo” (Génesis 29.32).
Cuando nació Simeón, que quiere decir “oído”, Lea dijo: “Oyó Jehová que yo era
menospreciada”. Leví significa “unido” y ella pesaba: “Ahora esta vez se unirá
mi marido conmigo”. Al nacer Judá, que quiere decir “alabanza”, algo cambió en
Lea y ella dijo: “Esta vez alabaré a Dios”. Más tarde nació Isacar, y dijo:
“Dios me ha dado mi recompensa”. Y cuando dio a luz a su sexto hijo, Lea dijo:
“Dios me ha dado una buena dote”, y llamó su nombre Zabulón. Lea reconoció que
fue Dios quien le había dado sus hijos.
Su esposo, Jacob, no mostró el debido amor para con ella,
pero es evidente por los nombres que Lea le dio a sus hijos que había aprendido
a no enfocarse en su falta de amor sino en agradecer la buena mano de Dios en
su vida. Ella aprendió lo que Dios quiere enseñarnos a cada una de nosotras: el
verdadero gozo en la vida viene de Dios. El matrimonio y los hijos pueden ser
una bendición, pero Dios es la fuente de la suprema satisfacción.
Lea fue honrada siendo madre de seis de los hijos de
Jacob. Miembros de la tribu de Leví fueron los sacerdotes y levitas. De la
descendencia de Judá nació el Señor Jesucristo, el que ha de ser Rey de Reyes.
Dios se goza en tomar lo menospreciado y lo débil del
mundo para cumplir sus propósitos (1 Corintios 1.27-29). El Señor tiene
propósitos para la vida de cada una de nosotras. Él dijo: “Yo sé los
pensamientos que tengo acerca de vosotros, pensamientos de paz, y no de mal,
para daros el fin que esperáis” (Jeremías 29.11). Como Lea, podemos hallar
nuestra mayor satisfacción en Dios, quien nos ama y dio a su Hijo Jesucristo
para que muriera por nosotras. “Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó
primero” (1 Juan 4.19).
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