“No sueltes tu boca para hacer pecar
a tu carne; ni digas delante del ángel, que fue ignorancia” Ec. 5.2,6.
“Enseñadme, y yo callaré: y hacedme
entender en qué he errado” Job, 6.24.
Estas son palabras muy solemnes. ¿Quién
de nosotros no ha sufrido en alguna manera por causa de este “miembro pequeño”?
Tal vez después de haber sufrido, hemos tenido más cuidado por algún tiempo, pero,
¡cuán fácil es volver a hacer la misma cosa, si no tenemos cuidado!
Si vivimos constantemente en la
presencia de Dios, entonces nuestros pensamientos serán juzgados por Él y no
por nuestra manera de juzgar.
Ilustración de J. Laich |
Dios nos ha contado en su Palabra la
capacidad en la que podemos hacer mal con la lengua y no nos queda más que
tomar el aviso.
No se habla de maldecir, ni de
calumniar, estas cosas son más palpables, sino de las murmuraciones e
insinuaciones, las repeticiones de las cosas que no sirven y que tampoco
aumentan el amor. ‘‘La caridad no hace mal” 1 Co. 13.10. La costumbre de
criticar o comentar las cosas el uno con el otro, como ya sabemos es mala, sin
embargo, ¡cuánto lo hacemos! A veces lo hacemos sin pensar, y si es así, ojalá nos
despertáramos para ver el daño que hacemos.
Ciertamente es dañoso para el alma
de uno mismo, y para otros tiene una influencia ponzoñosa Destruye los afectos
santos, e impide la bendición en una asamblea. No solamente eso. sino que
arruina todo el testimonio de la casa donde está permitido. “Así que, no
juzguemos más los unos de los otros: antes bien juzgad de no poner tropiezo o
escándalo al hermano” Ro. 14.13. “Toda amargura, y enojo, e ira, y voces, y
maledicencia sea quitada de vosotros, y toda malicia” Ef. 4.31; “Dejando pues
toda malicia, y todo engaño, y fingimiento, y envidias, y todas las detracciones”
1 P. 2.1.
Quisiéramos rogarles a las madres
(puesto que aman al Señor y desean criar a sus hijos en el temor de Él, en
estos días cuando la maldad va en aumento) poner fin a esa costumbre sin
misericordia, de criticar o comentar en la mesa o en sus casas acerca de lo que
otros hacen, porque si no, esa habladera consumirá la misma espiritualidad del
hogar. Tal vez se piensa que eso demasiado duro, pero es lo que la misma
Palabra de Dios enseña.
Todos los viejos y jóvenes, tenemos
la misma responsabilidad para con el Señor y también responsabilidad los unos
para con los otros. “Porque somos miembros los unos de los otros” Ef. 4,25.
Sin duda, todos hemos experimentado
el consuelo poder descargar nuestro corazón en algún amigo de confianza, con el
objeto de orar juntos, y esto es muy bueno si la confianza está guardada como
cosa sagrada entre los dos y repetida solamente en la presencia del Señor; pero
cuando son destapadas las faltas y flaquezas en la presencia de otro, entonces caemos
ciertamente en una falta muy grave. ¡Oh! si pudiéramos siempre acordarnos que
hacemos mal delante de Dios ya nuestro hermano, ¡cuánta tristeza evitaríamos!
Cuando permitimos tales cosas en nosotros mismos, y no
las reprendemos en los demás, demostramos una triste falta de ejercicio de alma
La costumbre de repetir cosas insignificantes el uno al otro, quita toda la
paz, el gozo, el amor y los frutos preciosos del espíritu, hiriendo así los
corazones de los que profesamos amar. “Porque vosotros, hermanos a libertad
habéis sido llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión a la carne,
sino servíos por amor los unos a los otros. “Porque toda la ley en aquesta
[ésta] sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Y si os
mordéis y os coméis los unos a los otros, mirad que también no os con-sumáis
los unos a los otros. Digo pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis la
concupiscencia de la carne”, Ga 5.13-16.
Tr. por G.G.
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